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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

No hubo un Nuremberg para los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Vencieron, pero tampoco convencieron.

1945

Por Marcelino Laruelo.

 

La Segunda Guerra Mundial no fue inevitable. Las mismas clases dirigentes europeas que dejaron a España cocerse en su sangre durante tres años de cruel guerra, fueron las que luego desataron la mayor matanza de la historia de la humanidad para “defender”, no a Polonia, sino a la dictadura militarista polaca. Y es que a la verdad oficial le pasa lo mismo que a la justicia o a la historia oficial: se escriben, proclaman e imponen al dictado y conveniencia de los poderosos y dominadores.

No se ha descubierto el genoma de la maldad, pero sí se sabe que nada bueno puede salir del lado tenebroso del ser humano. El odio, el rencor y la venganza deben de permanecer confinados. Por el propio bien. La justicia es temporal y muchos crímenes prescribirán. Nadie en el 2085 llevará ante los tribunales a los criminales de guerra económica contra la humanidad de nuestros días. En el afán por investigar lo no conocido y descubrir la verdad oculta, sólo sobrevivirán, algún tiempo, crónicas, historias y poesías.

Alemania ha estado ocupada militarmente por los vencedores de la IIGM hasta 1990. Sin embargo, y a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, poco ha salido a la luz de las verdades ocultas de su historia reciente. A las élites germanas les ha ido muy bien la asociación con sus nuevos protectores. No es el perdón y el olvido, es la conveniencia y el interés recíproco. Lo vivimos en España.

Fueron los preclaros hombres de la Ilustración, que buscaban “la felicidad de los pueblos”, los primeros también en sistematizar lo que hasta entonces eran hábitos caballerescos. Trataron de civilizar la acción de los ejércitos en la guerra con códigos y convenciones que fueran suscritos por los gobiernos. Se quería proteger a las ciudades y a la población, garantizar la vida a los prisioneros, la atención médica a los heridos, el respeto a los muertos… Se sabe y acepta que no todo vale, porque, de otra manera, “venceréis, pero no convenceréis”.

Asturias recuerda el incendio y destrucción de la Universidad de Oviedo y las torturas en la Revolución de 1934. España mostró al mundo a la ciudad indefensa de Guernica, convertida en una tea por la aviación nazi con la connivencia de los mandos franquistas. Picasso hizo de Guernica el símbolo de todas la ciudades arrasadas por la guerra.

En Alemania y en los países ocupados, las ciudades, con sus universidades y bibliotecas, sus iglesias y hospitales, fueron arrasadas por la aviación británica, de noche, y por la norteamericana, de día. Y al igual que en Guernica el puente, supuesto objetivo militar, quedó intacto tras los bombardeos; en Alemania, la producción de guerra no se resintió gran cosa. Fueron ataques deliberados para matar civiles y destruir ciudades. En Hamburgo, según documentó J. K. Galbraith, tras el bombardeo británico que destruyó la ciudad, la construcción de submarinos en los astilleros no sólo no se paralizó, sino que aumentó debido a la afluencia de la mano de obra que había perdido su puesto de trabajo en la ciudad.

En las últimas semanas de la guerra en Europa, en el frente Oeste se produjeron rendiciones en masa. Durante más de un año, los soldados alemanes prisioneros permanecieron recluidos a la intemperie en lodazales rodeados de espino, sometidos a la famosa “dieta Morghentau”. Lo menciona de pasada Ghunter Grass que estuvo en uno de esos campos, donde coincidió con el que luego sería Benedicto XVI. No fue por falta de vituallas y suministros. Las tiendas de campaña llenaban los depósitos. Trenes enviados por la Cruz Roja suiza fueron devueltos sin descargar. Prisioneros que se morían de sed fueron ametrallados cuando intentaban acercarse al Rhin para beber. La población civil era tiroteada por los soldados de vigilancia si se acercaban a lanzar trozos de pan al otro lado de la alambrada.

No hacía falta que un millón de prisioneros murieran de hambre y miseria en el Oeste y fueran borrados de los registros para ocultarlo. No hacía falta la expulsión, el éxodo, y la muerte de millones de civiles de los territorios alemanes del Este. No hacía falta la violación masiva de mujeres. No hacía falta el bombardeo de Dresde. No hacía falta tirar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki porque ya las tropas rusas avanzaban a toda velocidad por Manchuria. Nada de todos esos sufrimientos eran necesarios porque la guerra ya estaba ganada. Pero, como diría Elías Canetti, cuantos más seres humanos mata, más se afirma el poder.

No pido un Nuremberg para los vencedores ni que ningún juez abra ninguna causa por estos otros crímenes contra la humanidad. Me basta con hacer constar que los vencidos también fueron objeto de crímenes horrendos. Los que vencieron, tampoco me convencieron. Y hoy, que tantos conflictos se encienden y atizan en el mundo, que la amenaza de una III GM crece por momentos, recordemos a los Jaurés y a los Liebknecht que se opusieron con todas sus fuerzas a la guerra y defendieron la paz y la justicia social.