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Preindultados los sindicalistas,
han puesto a los astilleros en capilla.

Por Carmelo de Samalea

 


La cuestión es así de clara: las poderosas, y hegemónicas, fuerzas del ladrillo y el hormigón continúan su avance imparable hacia la definitiva desaparición de la construcción naval en Gijón.

El procesamiento, condena y encarcelamiento de los dirigentes sindicales, y trabajadores de Naval Gijón, Juan Manuel Martínez Morala y Cándido González Carnero, ha sido un test en el que el conglomerado político-hormigonero ha podido comprobar la debilidad, desorientación e incapacidad de los restos de la oposición sindical a sus planes.

Lo ocurrido a esos dos dirigentes sindicales, de tan larga y valiosa trayectoria en defensa de los trabajadores en Asturias, no fue una agresión a la libertad de expresión ni un tema más de corrupción urbanística. Fue un ataque al sindicalismo en su conjunto, más allá de siglas, estrategias y afinidades:
- Señores, esto es lo que hay para los que sigan sin gustarles las zanahorias.

Por los motivos que fueren, no hubo respuesta sindical ni antes ni durante ni después. Una simple convocatoria de huelga general en la comarca hubiera bastado para que los dos sindicalistas no fueran ni siquiera procesados. Lejos de eso, se trasladó la acción del terreno laboral al social y literario de los periódicos e internet; lo que vino muy bien a aquellos grupos políticos que necesitan de proveedores externos de banderines de enganche con los que mantenerse en el candelabro.

Debería ser de sobra conocido que de poco, o de nada, sirven las cartas al director y las recogidas de firmas, cuando los políticos que toman las decisiones no dependen de la opinión pública para permanecer en los cargos, sino de que las camarillas dirigentes de sus respectivos partidos los coloquen, o no, en los primeros lugares de las listas electorales.

Pero hasta en esa agitación social quedó patente la incapacidad de los organizadores, que consiguieron que el número de asistentes a las manifestaciones se fuera reduciendo paulatinamente de los más de veinte mil a poco menos del medio millar.

Muchos nos preguntamos si esa actuación hubiera sido la misma de haber estado el PP al frente del gobierno regional, ayuntamiento y delegación del gobierno. Nada importa mucho porque en la izquierda, y en la extrema izquierda, no abundan los partidarios de hacer balances y autocrítica.

Las autoridades, regionales y nacionales, los hormigoneros, el Poder, saben lo que les interesa y lo que no les interesa. Su objetivo es que el ladrillo, que deja mucha pasta, y sin rompederos de cabeza, sustituya a la chapa naval A. Durante todos estos años han aprovechando los tantos que se les ofrecían para avanzar hacia su objetivo: la desaparición de los dos astilleros existentes en la actualidad. Y vale todo.

Trasladarlos al Musel, o al cabo Peñas, podría haber estado bien si se hubiera planteado, y planeado, hace veinticinco o treinta años. Entonces, hay que recordarlo, se cerró el astillero que ya estaba en El Musel y se trajo a su personal para el de Naval Gijón. Pero, claro, eso, como muchísimas otras cosas, no interesa darlo a conocer.

Una tarea fundamental de los sindicatos es la de fiscalizar la gestión que se hace en las empresas, de forma especial cuando se manejan importantes cantidades de dinero público y lo público y lo privado se entremezclan de forma tan íntima y permanente como ocurre en el sector de la construcción naval.

No habrá auditorías ni denuncias. Nadie preguntará por qué en pleno boom de la construcción naval a nivel mundial los astilleros gijoneses no tenían pedidos. Nadie investigará la relación entre el descenso de la calidad de fabricación, la prejubilación del personal más capacitado y el nuevo auge de las subcontratas. Nadie pedirá cuentas por las inversiones no realizadas. En medio del desbarajuste, muchos se hicieron ricos, por arriba y también por abajo. La vergüenza pasa y la manteca queda en casa. Y el último prejubilado, que apague la luz al salir.