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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

Hay hombres que son como roblones y hay mujeres que son la pared maestra

Roxy

Por Marcelino Laruelo.

 


Fueron los antiguos los que hicieron prados y levantaron murias, los que construyeron las cuadras y cabañas de las caserías que trepan por los valles hasta donde empiezan los pastos comunales, el bosque secular y la peña calear.

De la antigüedad de las caserías dan testimonio notarial los fresnos que se plantaron cuando la última teja estuvo en su sitio y el primer humo salió de la cabaña. Los fresnos son los fieles mastines que defienden la casería del ataque del vendaval y del sol abrasador del verano; los que dan la hoja que alimenta el ganado cuando más escasea el verde y la leña con la que cocina y se calienta el pastor: “sol que vuelve al sol”.

En el centro de los prados o apoyándose en la sebe, se yerguen los roblones centenarios, recios y majestuosos, como si ya supieran que algún día serán las vigas que sostengan la obra de los humanos.

Hay hombres que son como roblones y hay mujeres que son la pared maestra. Fue el hacha de la muerte echando a tierra, uno tras otro, a todos aquellos roblones que conocí y traté. El paso del tiempo dirá si otros alcanzarán su altura y su rectitud.

Roxy era alegría y optimismo, era cariño y ausencia de maldad. Roxy era de esa estirpe de mujeres laboriosas e incansables, todos los días del año y todos los años de la vida, a las que nunca nadie les va a reconocer y recompensar con ninguna medalla al “mérito en el trabajo”.

La llamábamos desde Gijón y le preguntábamos que qué tiempo hacía:
-Dejó de llover y parece que quiere abrir un poco.
Luego, llegábamos allí y estaba más negro que la boca del lobo. Y en la cocina, Roxy se reía, y nosotros, reíamos también, porque lo que quería era vernos; y nosotros a ella, pues igual. Y tomábamos un café, y sacaba una caja con rosquillas o con “retorcidos” que había hecho. Y hablábamos y reíamos, y nos poníamos en marcha, con las mochilas y camino arriba. Y Roxy, que “a dónde íbamos a ir con aquel tiempo, que mejor que nos quedáramos a comer…”

Por los senderos y las majadas conocí a aquellos hombres que llevaban en las venas la sabia de los roblones, los saberes milenarios y la fuerza telúrica de raigones astures. “Si la coruxa canta para la solana…”, pues cogían las vacas y arrancaban para casa porque se avecinaba una gran nevada. Miraban con respeto el rastro del oso que cruzaba de noche cerca de la cabaña, sabían de las hierbas que curaban, las fuentes más frías, el hacer lumbre y cocinar en las trébedes, la huella del corzo y la del jabalí, conocer a las vacas por la nota campanil…

El paso del tiempo, que todo lo puede, les arrancó de las montañas. Con el naipe y la pinta de vino, les iba a ver y les daba el parte pastoril de las alturas. Y continué haciéndolo cuando necesitaban ya arrimarse al calor de la lumbre para mantener el calor de la vida. Hasta que la muerte se los fue llevando uno a uno.

Pero nos quedaba Roxy. Y Roxy nos daba alegría, optimismo y fuerza para arrancar por las cuestas arriba y para vencer a la nieve. Y Roxy nos esperaba a la vuelta con una tortilla de patata, con los chorizos de la matanza y sus mil dilemas sobre pimentones, sales y ahumados de más o de menos, con los tortos y el picadillo. ¡Qué pan el de aquellos panchones que amasaba Roxy! ¡Y aquellas pegaratas! Hacía Roxy el queso casín y los marcaba con un sello de madera que ponía: “Recuerdos”…

Y ahora que también nos falta Roxy, voy por las montañas y las majadas con la desolación de la casa a la que ha caído la pared maestra. Bebo en las fuentes, camino por senderos y atravieso colladas, y para ella y para ellos voy poniendo en el alma y en el aire puro de las cumbres un pensamiento que dice: “Recuerdos”.