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¡Achatarradlo al amanecer!
Por Julio A. Suárez. |
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En sus orígenes, Gijón fue mar: el mar que daba de comer y el mar que protegía a aquellos gijoneses salvajes de otros salvajes, se llamasen sidrones, romanos, suevos o normandos. De la canoa al quimiquero de bodegas de acero inoxidable va una larga historia, tal vez más interesante que la que cuenta la forma en que se bañaban aquellos imperialistas esclavistas que llegaron de Roma. Pero Gijón es una ciudad colonizada y gobernada por foriatos y botarates, y hasta los gijoneses y gijonesas de cepa y abolengo parecen más una tribu de comecorades que no merecieran otra cosa sino que volviera otro Harry Key y los pasara a todos y todas por la quilla. No vale la pena recordar cómo se echó a los pescadores y a la actividad pesquera del Muelle y de Cimadevilla, y cómo se persiguió a las sardineras, ni escribir aquí el canto general de la tropelía urbanística, el chanchulleo, la chambonada y la improvisación. No merece la pena porque a la vista está (para el que quiera ver, claro). No voy a escribir del Dique ni de la Constructora, cuyas actividades se pierden en la historia industrial de la ciudad: el que quiera saber, que aprenda. El “gran gestor” Vicente Alvarez Areces, sus adláteres y demás mamacallos del anverso, reverso y canto de la moneda política asturiana han llevado, con “gran dedicación” y “sacrificio”, a los astilleros y a la industria gijonesa a la desastrosa situación actual: el señor Mittal encendiendo y apagando hornos altos, y unos carpinteros de ribera venidos a más, esperando a ver si les regalan la Constructora o no. De ese círculo de saltatumbas, como una venganza bíblica, ha salido la orden para el Dique: ¡Achatarradlo al amanecer! Y que no quede ni rastro, ni piedra sobre piedra, arena en los cojinetes y sal en las heridas. Pero si a mí me tocara
el gordo, el de la primitiva, por poner un ejemplo, llamaría
a los historiadores Rubén Vega y Elena Toral, y los llevaría
conmigo a recomprar una de las grúas del Dique. No para colocarla
en terrenos del astillero, que ahí va a molestar cuando empiecen
a construir las oficinas-barco, sino para instalarla en la Plaza Mayor,
delante de las consistoriales. Y en la esquina del Botiquín del
Dique, mandaría levantar un monolito en hierro que recordase
a las barricadas de neumáticos, y en él colocaríamos
una placa en bronce que dijera: Sic
transit gloria mundi.
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