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Alzheimer y demencia: ¿Residencias de ancianos o
residencias de enfermos?


Por Braulio Alvarez.



Hubo una época, hace ya bastantes años, que en España parecía que se quería avanzar en serio hacia eso que se ha dado en llamar “el estado del bienestar”, que es una especie de “justicia social” que en el sistema capitalista promueven, en mayor o menor grado, algunos estados como antídoto contra la revolución.

Además de la sanidad, el sistema de pensiones y la educación, se consideraba también que “los ancianitos desamparados” merecían algo más que la sopa clerical de los asilos. Fue así como se empezaron a construir las residencias para ancianos, para ancianos que preferían la atención y supervisión que en esas residencias les facilitaba el personal contratado a tal efecto, frente a la soledad de la aldea o la casería remota, o ante unas tareas domésticas que se les hacían cada vez más agotadoras, o porque no aguantaban a yernos y nueras. Eran ancianos, sí; con sus achaques y su pastillerío, sí; pero eran hombres y mujeres con capacidad para decidir, para entrar y salir, naipe y parchís, barça y realmadrí.

Caldera, el ministro de la Ley de la Dependencia, fue de los primeros en salir del gobierno de Rodríguez Zapatero y hoy, en este estado que retrocede hacia el malestar como consecuencia del avance de la injusticia social que promueve el nuevo/viejo capitalismo de aspiraciones decimonónicas, los servidores de los intereses capitalistas, eufemísticamente llamados también mercados, han iniciado las perforaciones necesarias para colocar los cartuchos con que dinamitar la citada Ley de la Dependencia.

La realidad dice que los ancianos libres y autónomos que pueda haber en esas sus residencias no pasan del cero coma lo que sea. Las llamadas residencias de ancianos, públicas o privadas, están llenas de enfermos: terminales a la espera de que un paro cardíaco complete su larga moribundia; el gran pelotón de los alzheimerizados, amarrados a sus sillas de ruedas y aparcados en perfecta formación delante del televisor, mutilados de la guerra vascular y otros representantes de males sin cura. Entonces, ¿por qué lo llaman “residencias de ancianos”?

Lo cierto es que son “residencias de enfermos” que han sido agrupados por el criterio de edad. Son hospitales encubiertos que se camuflan con la denominación engañosa de “residencias de ancianos” por algún motivo. Y ese motivo no es otro que evitarle gastos a la Sanidad privando a esos enfermos que, además, son ancianos, de la atención médica que precisan y a la que tienen derecho. Para ellos no hay operaciones de cataratas, ni cuidados odontológicos, ni audífonos, ni escáneres, ni visitas al especialista, ni fisioterapeutas, ni reahilitaciones, ni nada de nada salvo, en el mejor de los casos, la urgencia ineludible y, eso sí, la vacuna contra la gripe. Es una muestra más de la degradación y privatización de la Sanidad, en esa marcha en derrota en la que caminamos desde la antesala del bienestar hacia el estado del malestar, hacia la caridad y los “ancianitos desamparados”, otra vez.