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Un árbol sí que crea muchos puestos de trabajo.


Por Juan Robles.



Aurelio Martín González, actual consejero asturiano de los asuntos del campo y el mar, y miembro de Izquierda Unida, fue un destacado dirigente de las Juventudes Comunistas. Tiempo atrás, siempre que le veía, iba acompañando al diputado Manuel García Fonseca, más conocido como “El Polesu”. El Polesu une a su formación universitaria y cosmopolita, una larga relación vital con el campo y con los aldeanos. Así que algo le habrá transmitido a su compañero Aurelio Martín.

El gobierno del socialdemócrata de Rodríguez Zapatero ha sacado, de no se sabe dónde, ocho mil millones de euros para que los ayuntamientos hagan obras nuevas y contraten trabajadores en paro. La iniciativa es buena, pero otra cosa es que sirva para corregir el camino hacia el despeñadero en el que han metido a la economía española.

Si unimos las palabras ayuntamientos, millones y obras, no habrá un solo concejal en todo el país que no piense inmediatamente en cambiar aceras, remodelar plazas y echar más cemento encima del cemento. ¿Pero qué pasa con el campo, ese inmenso solar aún no urbanizado ni edificado?

Los que somos de aldea, y todos los que frecuenten las aldeas o hablen con los aldeanos o caminen por el monte, todos nos hemos dado cuenta de que el campo, los valles y las montañas se han convertido ya en un zarzal casi impenetrable.

Con dineros de todas procedencias se ha pagado, terrible paradoja, para que los campesinos dejaran de producir. Yo creo que con claras intenciones bastardas, pero ese es otro asunto. Asturias, tras ese “soborno masivo”, ya no es, o lleva camino de no ser, la de los verdes prados con vacas, la de las erías cultivadas, la de los maizales y pomaradas, la de las brañas y puertos donde pastaban libremente miles de reses; Asturias es un cotoyal, un zarzal y un piornal donde solamente se van a criar jabalíes.

No se sabe las vueltas que va a dar el mundo, pero de la misma manera que se limpian calles y se adecentan fachadas, habría que restaurar el monte, recuperar los pastos de las majadas, buscar los manantiales perdidos y limpiar las viejas fuentes para que vuelva a correr esa agua cristalina, elemento indispensable de toda vida… ¡Y plantar árboles!

¡Plantar árboles! Pero cuando digo plantar árboles no me refiero a esos gestos propagandísticos que hablan de miles y miles, noticia de un día, porque solamente sobrevivirán un cero coma por ciento. Plantar un árbol en el monte requiere un esfuerzo continuado para que los animales no lo coman, para que el viento no lo rompa o desarraigue, para que la nieve no lo tumbe, para que la maleza no lo ahogue, para que la sequía no lo agoste…

Serían miles y miles de puestos de trabajo los que, con una mínima inversión, se podrían crear aquí en Asturias, como en el resto de España, realizando de forma planificada y continuada esas necesarias labores de limpieza, recuperación y repoblación de nuestros montes y campos, de puesta en valor de nuestro medio rural. Al mismo tiempo, se devolvería la vida y la actividad a tantos pueblos y aldeas que hoy languidecen en la indolencia del subsidio y la pensión. ¡Y hasta los de Kyoto lo notarían!