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Arquitecto municipal, por la mañana, y especulador
con parcelas, por la tarde.


Por Carmelo de Samalea.

 

El veterano arquitecto municipal de Gijón, Ovidio Blanco, “el de la triste figura”, ha salido en los papeles madrileños como gran experto en inversiones inmobiliarias, a pesar de la crisis del sector. ¡Hasta dónde llegará el pringue!

El señor arquitecto municipal de Gijón, por las mañanas, en su despacho, entre planos, cartabones y ploters, iba diseñando el planeamiento urbanístico de la ciudad. Por la tarde, con los amigos y las amigas, para matar el tiempo y como en el viejo monopoly, compraba una finquita y, en un sí quiero, no quiero, la revendía y la volvía a comprar.

Ovidio Blanco, otra vez por la mañana, se reunía con el concejal de Urbanismo, Jesús Morales, y divagaban por dónde iría la raya de lápiz rojo que separase lo urbano de lo rural, lo edificable de lo cultivable, el negocio de la paja. Porque hoy la línea va por aquí y mañana, por allí, y siempre por donde ellos digan: ¿a quién le importa? Son los que pintan: la raya y los números de la edificabilidad y del aprovechamiento del terreno. Son los que deciden dónde habrá negocio y dónde seguirán paciendo las vacas o creciendo las zarzas.

Como medianías tontiastutas que son, “solamente” se les ocurrió colocar unos bloques de viviendas de cinco alturas donde antes había chalets y pomaradas. Porque, si fueran más listos, primero, no se hubieran tirado veinte años apalancados en el ayuntamiento, y en segundo lugar, hubieran planeado un gran rascacielos de cien alturas que fuera el faro socialista frente al faro de Alejandría de la franquista Universidad Laboral. Sogepsa y su factoría de camelos.

Por lo escrito por el periodista Joaquín Manso en el diario El Mundo, en Madrid, nos hemos podido enterar de que el arquitecto municipal de Gijón, Ovidio Blanco, después de levantarse de sestear en el sofá, hizo un negociete con la famosa finquita que le reportó 600.000 euros de ganancia. Claro que sus amigos de Foyant (en asturiano la “f” sustituye a “h”) se llevaron cinco millones y medio de euros. Así que estamos hablando de solamente el 10%. Ya digo que no eran tan listos.

Los madrileños siempre tuvieron fama de avispados y dicharacheros. No sabía yo que en Asturias fuéramos tan panolis. Sordos, ciegos, tontos, torpes y retrasados. En el paraíso de los chismosos, nadie sabía nada de este monopoly vespertino: ni Vicente Alvarez Areces, ni Francisco González Buendía, ni el director regional de Urbanismo (que ni sé como se llama), ni Paz Fernández Felgueroso, ni Jesús Morales, ni Pedro Sanjurjo, ni Jesús Montes Estrada. Nadie sabía nada, aunque, estoy seguro, la Plataforma vecinal de Cabueñes se lo había pasado a todo el mundo. En la inopia estaban el PP, IU y Los Verdes, otros partidos de menor cuantía y también los periódicos, las radios y las televisiones regionales y locales. Se conoce que como no tenían corresponsal en Cabueñes, pues… Los que sí estaban enterados eran nuestros amigos de la revista Atlántica: lo iban a sacar dentro de dos meses, ¡una lástima!, porque seguro que Javier Cuartas nos iba a identificar a los “dueños socialistas de Asturias” y Germán Ojeda nos ilustraría sobre el otro urbanismo capitalista posible.

Dadme un despacho oficial y embaucaré a España.
Prohibido especular. Excepto autorizados.