La sublevación en la base aérea
de Cuatro Vientos, en Madrid. (I)
Por
Ignacio Hidalgo de Cisneros.
En estas condiciones hice un viaje a Melilla
para cambiar de aparato. Al día siguiente, estando
en el cine, se acerca el teniente coronel Camacho, que
me dice que salga un momento, pues tenía algo
urgente para mí. Camacho y yo, a pesar
de nuestra confianza, nunca habíamos hablado
seriamente de política. Camacho, que me conocía
muy bien y conocía mi vida, jamás pudo
pensar que yo estuviese metido en ningún complot
político y nunca consideró oportuno decirme
que él estaba en contacto con organizaciones
republicanas.
Por el aspecto de Camacho comprendí que se trataba
de algo grave; pensé en alguna catástrofe
de aviación o en la complicación de algún
asunto amoroso. Éstas eran las únicas
cosas graves que yo concebía en aquellos momentos.
Camacho me llevó hacia el puerto por
las calles más solitarias y comenzó muy
excitado a decirme que había recibido el aviso
de que todo estaba preparado para dentro de cuatro días
y que yo debía salir aquella misma noche para
Madrid. Yo no comprendía nada de lo que me estaba
diciendo. Cuando me explicó que se trataba de
una sublevación para implantar la república
en España, me quedé, como es natural,
completamente asombrado. No podía explicarme
por qué se dirigía a mí, ni qué
tenía yo que ver con este lío. Durante
un gran rato, nuestra conversación parecía
un diálogo entre locos o sordos. A él
no le cabía en la cabeza que yo no estuviese
enterado de nada y, naturalmente, no se explicaba mi
actitud. Por mi parte, yo no terminaba de darme bien
cuenta de lo que se trataba. Había olvidado completamente
mi conversación del Palacio de Hielo, a la que
no le di la menor importancia. No podía pensar
que mis contactos con Ramón Franco, Legorburu
y con otros republicanos me hubiesen comprometido a
nada. Era natural que estuviese asombrado y que me costase
mucho darme cuenta de lo que querían de mí.
Por fin, después de muchas explicaciones, empecé
a comprender algo de lo que se trataba. Camacho
había recibido el aviso y con él una lista
de oficiales, entre los que se debían elegir
cuatro para ir a Madrid a tomar parte en la sublevación,
y yo era, por lo visto, uno de los designados para dicho
festival. Mi reacción fue inmediata: le dije
que era un absurdo, y que no contase conmigo para nada
que se relacionase con aquello.
Camacho me dijo que los otros dos oficiales
de aviación designados para ir a Madrid conmigo
eran el teniente Mellado y el alférez Valle.
Mellado era un oficial muy decidido, de mucho prestigio
en el arma, poseía una fortuna respetable que
le permitía vivir admirablemente. Sus ideas republicanas
no las ocultaba y debían ser muy sinceras por
la decisión y entusiasmo con que se metió
en esta aventura. El alférez Valle también
era conocido como republicano. Además de buen
piloto era un magnífico radio. También
parecía muy dispuesto a tomar parte en la sublevación.
A Camacho le preocupaba la reacción de Mellado
y Valle cuando se enterasen que yo no iba con ellos.
Además, el cuarto designado para tomar
parte en la sublevación de Madrid, según
me dijo, era el teniente coronel Agustín Muñoz
Grandes, y tampoco podía ir, pues se
encontraba fuera de Melilla en una revista de inspección
y a Camacho no le había sido posible avisarle.
Podía parecer que se les quería embarcar
a ellos y quedarnos los jefes en tierra.
Empezó a preocuparme que los compañeros
que me creían comprometido pensasen que, cuando
llegaba el momento de dar la cara, yo me rajaba y les
dejaba solos en el peligro. Comprendía que por
un mal entendido o por una ligereza de mis amigos se
contaba conmigo y se me juzgaría muy mal. Estos
pensamientos fueron más fuertes que todos mis
lógicos razonamientos de lo absurdo que era meterme
en una aventura que no sentía y en la que me
iba a jugar todo estúpidamente. En una palabra,
decidí ir a Madrid.
Embarcamos la misma noche para Málaga,
Joaquín Mellado, José María Valle
y yo. Ninguno sabíamos nada de lo que teníamos
que hacer. Lo único que me había dicho
Camacho fue que en Madrid tenía que ponerme en
contacto con el teniente coronel de aviación
Sandino y que él me daría instrucciones.
Durante el viaje pude darme cuenta que mis compañeros
sólo sabían que se estaba organizando
una sublevación para implantar la república.
Conocían a varios de los comprometidos. Daban
los nombres de Alcalá Zamora, Prieto, Marcelino
Domingo, Miguel Maura y algunos otros de menor importancia.
De los militares metidos en el complot sólo conocían
a algunos tenientes y capitanes, pero lo que
les inspiraba más confianza y les daba un gran
optimismo era saber que Ramón Franco sería
uno de los jefes de la sublevación.
El prestigio de Ramón Franco, en aquellos
días, había llegado a límites increíbles
con su última aventura, escaparse de la prisión
militar donde estaba detenido. Toda la prensa
dedicaba grandes espacios a comentarla. Los reaccionarios,
con indignación, pidiendo medidas enérgicas.
Los de izquierda, con gran simpatía. Se escribieron
los relatos más fantásticos sobre los
medios empleados para su fuga. En toda España
se hablaba de Franco. Se recordaba que había
sido el primer aviador en el mundo que atravesó
el Atlántico. Su posición clara en contra
de la dictadura y del rey, su valor para declarar públicamente
sus ideas, la carta que publicó en un
periódico en contra de su hermano Francisco,
metiéndose brutalmente con él, llamándole
fascista y reaccionario, su prisión
y otros episodios de su vida, más o menos ciertos,
habían hecho de él un personaje rodeado
de un ambiente romántico, querido por el pueblo
y odiado a muerte por la reacción. Ramón
Franco jugó un papel importante en la implantación
de la República en España.
Al llegar a Madrid me despedí de mis compañeros,
después de ponernos de acuerdo para estar en
contacto, y empezó mi actuación de revolucionario.
La primera duda que se me presentó fue la de
mi alojamiento. Yo tenía un cuarto en casa de
mi hermana Rosario, pero no me parecía muy oportuno,
siendo mi cuñado ayudante del rey y un monárquico
fanático, ir a vivir con ellos en aquellas circunstancias.
Decidí tomar una habitación en una especie
de hotel para solteros, confortable y tranquilo, de
la plaza de Bilbao, donde había vivido otras
veces.
En realidad, desde mi conversación con Camacho
era la primera vez que me encontraba solo y en condiciones
de examinar un poco mi caso. Este examen no era fácil.
Lo único que yo conocía de mi nueva situación
era que había llegado a Madrid para tomar parte
en una sublevación contra el rey, pero no tenía
la menor idea de cómo se llevaría a cabo,
ni quiénes tomarían parte en ella, ni
lo que tendríamos que hacer. Mi desorientación
e ignorancia eran completas.
Quise ver a Legorburu o a Núñez de Prado,
pero habían desaparecido. Lo único que
podía hacer en aquellos momentos era ponerme
en contacto con Sandino. Después de varios intentos
conseguí dar con él por teléfono.
Estaba en el pabellón que ocupaba Aviación
en el Ministerio de la Guerra. Me pareció que
no le hacía mucha gracia mi deseo de hablarle.
Me dio a entender que estaba arrestado y que no podía
salir del Ministerio. Ante mi insistencia convinimos
en qué intentaría verlo por la tarde.
Generalmente, después de las dos no quedaba nunca
nadie en las oficinas.
A las cinco de la tarde me presenté en
el Ministerio y, sin que nadie me pusiese el menor inconveniente,
llegué al cuarto donde se encontraba Sandino.
Lo encontré bastante alicaído y preocupado.
Me dijo que le habían arrestado sin darle explicaciones.
Temía que el motivo fuese alguna denuncia acusándole
de contactos con los republicanos. Le di cuenta de nuestra
llegada, pidiéndole que me pusiese al tanto de
la situación y que me diese instrucciones para
mí y los otros dos aviadores llegados conmigo.
Sandino me explicó a graneles rasgos
la situación. El movimiento lo dirigía
una Junta presidida por Alcalá Zamora, de la
que formaban parte, entre otros, Azaña, Prieto,
Casares Quiroga, Maura... Esta junta se convertiría
en gobierno si triunfaba el levantamiento. El Partido
Socialista y la Unión General de Trabajadores
tomarían parte en la sublevación, declarando
la huelga general en toda España.
Refiriéndose a la parte militar del movimiento,
me dijo que era muy amplio. Se contaba con la sublevación
segura de varias guarniciones. Me dio el nombre de varios
generales comprometidos: Núñez de Prado,
Queipo de Llano... En aviación también
había un gran número de jefes, oficiales
y clases. El golpe principal debía darse en Cuatro
Vientos, donde el triunfo se daba como seguro
y pondría en nuestras manos la radio del aeródromo,
con la que se darían las órdenes a los
otros aeródromos y guarniciones. El panorama
que pintó me dio ánimos y la impresión
de que el movimiento estaba bien preparado, que tomaban
parte en él personas de prestigio y que los obreros
y la mayoría del pueblo estaría con nosotros.
Una vez que Sandino terminó de explicar en términos
generales la situación, le pedí que concretase
algo sobre lo que teníamos que hacer Mellado,
Valle y yo: con quién teníamos que entendernos,
cuándo y adonde teníamos que ir, quién
dirigiría lo de Cuatro Vientos, etcétera,
etcétera, es decir, que nos dijese cuál
era nuestro papel en la operación. Pero la euforia
de que había dado muestras al explicarme la situación
en términos muy generales, se convirtió
en titubeos y en divagaciones cuando tenía que
referirse a cosas concretas. Me dijo que con
su arresto había perdido el contacto con los
compañeros y no estaba enterado de las disposiciones
tomadas en los últimos días; que lo mejor
que podía hacer era ir a ver a Miguel Maura,
que era en la junta el que se ocupaba de la parte militar
del movimiento y con el que Sandino había
estado en contacto hasta su arresto, es decir, que yo
reanudase los contactos con Maura, con Ramón
Franco y con el capitán Fuentes, en cuya casa
debía celebrarse al día siguiente una
reunión de militares.
Me dio las señas de la casa donde Ramón
Franco estaba escondido, unas letras de presentación
para Maura, al que yo no conocía, y me indicó
lo que tenía que hacer para asistir a la reunión
de militares del día siguiente.
Salí del Ministerio lo mismo que entré;
sin la menor dificultad.
La entrevista con Sandino había producido en
mí impresiones muy diversas. Por un lado me sentía
más tranquilo y optimista por su información
del movimiento en general, pero al mismo tiempo estaba
preocupado por una serie de cosas que no veía
claras y que Sandino, que era nada menos que el responsable
del movimiento en Aviación, no me aclaraba.
Tampoco comprendía la falta de contacto con los
compañeros, precisamente en aquellos momentos
decisivos, pues lo mismo que yo había entrado
en el Ministerio sin ninguna dificultad, podían
hacerlo los demás. Tampoco conseguí que
me dijese qué aviadores estaban comprometidos
para lo de Cuatro Vientos, ni cómo se tenía
preparada la operación. Empezaba a tener la sospecha
de que lo de Cuatro Vientos estaba sin organizar. Por
otra parte, me extrañaba un poco que me mandase
a visitar, nada menos que a un miembro de la Junta revolucionaria,
para ponerme de acuerdo con él casi la víspera
de la sublevación, y por qué tenía
que asistir a la reunión de los militares del
día siguiente. Y creía que, no habiéndome
ocupado para nada de la organización y llegando
a Madrid sólo tres días antes del golpe,
me indicarían concretamente el puesto que debía
ocupar, que lógicamente debían tener designado
los organizadores.