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¡El «Cervera» a la vista!
Entrevista con Maria Antonia Roa,
que salió de Gijón en el "Mydol"


Entrevista con María Antonia Roa, que salió de Gijón en el "Mydol"


Por Marcelino Laruelo

 

–¿Qué día evacuó de Gijón?
–No recuerdo la fecha exacta, pero fue hacia finales de Septiembre del 37. Hacía ya bastante tiempo que mi padre había tramitado todo el papeleo para que pudiéramos evacuar y un día, por fin, llegó a casa con la autorización de embarque para el día siguiente. Ese día, después de comer, mi madre, mi hermana y yo salimos de casa con dos maletas. Mi padre nos llevó en el coche al Musel. Iban a pasar más de dos años antes de que puediéramos regresar a Gijón y volver a verle.
–¿Cómo se desarrolló el embarque en El Musel?
Cuando llegamos donde estaba atracado el barco, me impresionó la cantidad de gente que había en el muelle. Después de mucho esperar, pasamos el control y subimos al barco. Era un mercante inglés bastante grande, pintado de negro y con el nombre de “Mydol London” en letras blancas.
–¿No vino la aviación mientras estaba en El Musel?
–No, no, esa tarde, no. La aviación nos tenía aterrorizados a todos. Desde que tomaron Santander, bombardeaban casi todos los días, pero esa tarde, mientras estuvimos en El Musel, por suerte no vino la aviación.
–¿Qué recuerda del viaje?
–A mí se me hizo corto. Cuando salimos del Musel era todavía de día, porque yo estaba en la cubierta y fui viendo como la costa se alejaba a medida que el barco se adentraba en la mar. Luego nos dijeron que nos metiésemos en las bodegas porque se acercaban unos aviones. En la bodega se estaba peor, estaba sucio, la gente se mareaba y vomitaba, y olía mal; pero en seguida llegamos a Burdeos. Otra vez en cubierta, pude ir disfrutando del paisaje de la ría que conduce hasta Burdeos, que es muy hermoso.
–¿Cómo les recibieron en Francia?
–Estuvimos muy poco tiempo. Los franceses lo tenían todo preparado, así que según desembarcábamos, nos iban vacunando y subíamos a un tren que nos estaba esperando allí mismo. En ese tren salimos para la frontera con Cataluña. Parábamos en algunas estaciones y estoy segura que pasamos por Vichy. Me llamó mucho la atención que en el tren no viajaba nadie de pie, todo el mundo tenía su asiento. No estoy muy segura, pero creo que continuamos en ese mismo tren hacia Barcelona, después de que en la frontera adaptaran el ancho de los ejes de los vagones en una plataforma giratoria.
–¿A qué parte de la España republicana les enviaron?
–Primero, el tren fue en dirección a Barcelona, pero luego retrocedió hacia Manresa y terminamos en un pueblecito llamado Suria. Allí, gracias a una amistad que habíamos hecho durante el viaje que, a su vez, se encontró con que uno de los que mandaban allí era de Tuilla, donde ella tenía familia, pues nos separaron del resto y nos mandaron a una habitación de uno de los dos chalets que había en una fábrica textil que estaba parada. Al poco de estar allí, ya nos llegó la noticia de la caída de Gijón. Estuvimos en Suria hasta que nos tocó otra vez toda la retirada de Cataluña.
–¿Cómo fue esa segunda evacuación?
Por medio del Centro Asturiano o de los periódicos nos pusimos en contacto con mi tío Pepe, que estaba con el Gobierno en Barcelona, y a través de la Cruz Roja recibimos noticias y una foto de mi padre. Al ver la foto de mi padre, dije: “tiene cara de preso”, y, efectivamente, estaba preso en Gijón, en El Cerillero.
A principios del 39 seguíamos en Suria y ya veíamos al ejército pasar en retirada, pero no teníamos ni en qué ni a dónde ir. Cuando ya se oía el cañoneo fue cuando apareció Juan con un camión. A este Juan lo habíamos conocido en Ribadesella. El y un hermano se habían escapado de Finisterre en una motora y fueron a dar a Ribadesella. El caso es que nos metió a todos en el camión y nos llevó a Barcelona. En Barcelona estuvimos unos días y no pudimos ver a Pepe porque el Gobierno ya había salido. Juan nos volvió a meter en el camión y consiguió llevarnos hasta la frontera a base de engañar a unos, despistar a otros y hasta andar sacando gasolina de los depósitos de los camiones con una goma. En Francia, nosotras queríamos venir ya para Gijón, porque lo peor, que son siempre los primeros meses, ya había pasado; pero nos mandaron para Pontivy, en la Bretaña. En Pontivy estuvimos hasta que estalló la guerra con Alemania. Cuando por fin llegó la autorización para que aquel grupo regresase a España, mi hermana pequeña se puso mala, la hospitalizaron, y no pudimos partir con los demás. En Pontivy nos habían alojado en una antigua cárcel. Al estallar la guerra mundial, la precisaban para el ejército, así que nos mandaron para otro sitio, a una isla, a Belle Ile, de donde yo creí que no saldríamos jamás. Pero no, a los veinte días, como me había dicho el prefecto, vinieron a buscarnos en un barco y nos pusieron en un tren rumbo a España. El viaje se hizo eterno porque cada dos por tres nos desviaban a vía muerta para dejar pasar a los trenes cargados de soldados que iban para la frontera con Alemania. ¡Y al llegar a Gijón, el cielo y la tierra!