El
asesinato de Jean Jaurés.
París, 31 de Julio de 1914. Ese día Jaurés
llegó a la redacción del periódico
L’Humanité un poco antes de las ocho de
la tarde. Venía del Ministerio de Asuntos Extranjeros,
en donde como delegado del Grupo socialista había
hablado con el presidente del gobierno, señor
Viviani.
Se entretuvo
un instante con el administrador del periódico
y algunos amigos. Apenas había cenado y tenía
mucho que hacer. Se dirigieron al Café du Croissant,
en la calle Montmartre, a dos pasos de L’Humanité,
y Jaurés y sus amigos se sentaron en una mesa.
La gravedad de la hora llenaba a todos de emoción.
Jaurés hablaba con su voz hermosa y grave, y
daba instrucciones a sus colaboradores políticos.
Finalizó la cena y Dolié, del Bonnet Rouge,
que se hallaba en una mesa vecina con su mujer, se levantó
y se acercó con una fotografía en la mano
que enseñó a los amigos, diciendo:
-Miren, es mi hija pequeña.
-¿Puedo verla? – dijo Jaurés con
una sonrisa.
Y cogió la fotografía, la examinó
un instante y felicitó al padre de la criatura.
Eran las diez menos veinte de la noche.
De repente, sonaron dos disparos, dos fogonazos,
y se oyó un grito de mujer: ¡Han matado
a Jaurés!
Jaurés se desplomó sin vida y todo el
mundo se puso en pie y se precipitó hacia la
mesa en medio de un griterío. Fue un minuto de
confusión y de estupor. Algunos amigos salieron
a la calle, pues los disparos se habían hecho
desde el exterior del restaurante, a bocajarro, a través
de una ventana abierta en la que se apoyaba Jaurés.
Nunca se sabrá si tuvo conciencia del crimen,
pero no murió inmediatamente. El cuerpo de Jaurés
se le tendió sobre un diván. Apenas respiraba
y tenía los ojos cerrados, pero no murió
inmediatamente. En espera del médico que habían
salido a buscar, un farmaceútico se aproximó
y tomó el pulso al moribundo, después
hizo un gesto desconsolador con la cabeza. El cuerpo
inerte fue colocado sobre una mesa. Su compadre Morel
le estrechaba una mano y lloraba. Renandel restañaba
la sangre que le brotaba de la herida con una servilleta.
-Señores, no se puede hacer nada -, dijo
el médico que acababa de llegar. Y al cabo de
tres minutos de angustia añadió:
-Señores, el señor Jaurés ha muerto.
El
gobierno de la nación mandó colocar en
las paredes de las calles de París un cartel
que decía lo siguiente:
“Un abominable atentado acaba de ser cometido:
Jaurés, el gran orador que enaltecía la
tribuna francesa, ha sido cobardemente asesinado.
Yo, el presidente del gobierno, me descubro personalmente,
al igual que mis compañeros de gobierno, ante
la tumba tan prematuramente abierta del republicano
socialista que ha luchado siempre por causas nobles,
y que en estos días difíciles, en interés
de la paz, sostuvo la acción patriótica
del gobierno.
En las graves circunstancias que atravesamos, el gobierno
cuenta con el patriotismo de la clase obrera y de toda
la población para mantener la calma y no añadir
a las emociones públicas una agitación
que llevaría el desorden a la capital.
El asesino
ha sido detenido y será castigado. Que todos
tengan confianza en la ley y en estos tiempos de grandes
peligros, demos ejemplo de sangre fría y unión.
Por
el Presidente del Consejo de Ministros, René
Viviani."
Tres
días después de su asesinato comenzaba
la que se conocería como I Guerra Mundial.
Del asesinato de Jean Jaurés se culpó
a Raoul Villain, de 28 años, que con un grupo
de estudiantes nacionalistas se acercó a la ventana
del café, deslizó el cañón
de su revólver entre las cortinas y disparó
a bocajarro en la cabeza de Jaurés.
Natural de Reims y trabajador de un instituto parisino,
Raoul Villain fue detenido inmediatamente, pero permaneció
en la cárcel 56 meses, toda la duración
de la I Guerra Mundial. Al celebrarse el juicio, en
plena euforia de la victoria aliada sobre los alemanes,
Raoul Villain fue absuelto y la viuda de Jaurés
y sus hijos condenados a pagar las costas. Quizás,
a propósito de semejante estulticia, convendría
recordar, con Lucano, que "lo que fue pecado de
muchos, queda sin castigo".
Raoul Villain escapó a España y se estableció
en un pueblo de Ibiza, Santa Eulalia, donde empezó
a ser conocido como "el loco del puerto".
Al parecer, su madre había pasado veinte años
ingresada en un manicomio francés.
Raoul Villain permaneció desde entonces en Santa
Eulalia, donde le sorprendió en 1936 el estallido
de la guerra de España. Fue hecho prisionero
por los milicianos republicanos, acusado de espionaje
en favor de los nacionales y fusilado en Septiembre
de ese mismo año.