A
mis hermanos de España, presos en ella (II).
Por
Miguel de Unamuno.
Hojas Libres, Enero de 1928.
He
contado en estas mismas Hojas Libres al hablar de mi
pleito personal, como toda la persecución de
que he sido blanco, no ha tenido más que un arreglo,
a lo que el Sr. Ortiz Echagüe llamó la reconciliación
entre los del antiguo y los del nuevo régimen,
“unidos, después de todo por el noble afán
de servir a España.” Pero yo, movido
por la santa pasión de servir a la justicia de
la que España debe ser servidora, me he de rehusar
a todo impío arreglo. No se trata del
acta de un desafío, no se trata de un lance privado
entre los tiranuelos y nosotros. El M. Anido pudo rompiendo
la carta en que el vilísimo asistente Delgado
Barreto, escribano de la tiranía pedía
cinco mil duros para que se concediese una licencia,
decir al ingenuo militar que fue a presentársela:
“Usted querrá que se les haga justicia,
concediéndoles gratis la licencia, pero sin escándalo
!"; más nosotros no entendemos la justicia
así, ni creemos que devolviéndole lo suyo
al atracado ha de quedar impune el atracador. El Delgado
Barreto es de la misma camada que el M. Anido quien
tiene sus escribanos de negocios sucios.
Lo
repito: con todas las medidas con las que se ha procurado
perseguirme sólo se buscaba ganarme. Y se decían:
“¿Pero qué es lo que quiere?”
El Primo hasta buscó a uno que había
sido mi amigo en Bilbao para que viniese a decirme en
su nombre que él tendía la mano “a
todas las glorias nacionales”.
Pero yo, cabalmente para no mancillar mi gloria nacional
–e internacional- no podía ni puedo ensuciar
mi mano al toque de la de aquel que ha dicho para disculparse
que es peor la guillotina que el robo que son las multas
extralegales, y no ha dicho que es peor el garrote por
ser culpable, él, Primo, de haber dejado agarrotar
a los de Vera, teniendo así manchada de sangre
–pues la efundieron- su mano. No, mi mano en la
de esos machos profesionales y castizos, no! “Nadie
me ha retirado su trato personal”, dijo contestando
al Sr. Sánchez Guerra. No lo creo, pero yo no,
yo no he tenido, gracias a la Providencia de Dios, que
retirárselo.
Cuando
iban a sacar a oposición la cátedra que
venía sirviendo, sin faltar un solo día
más de 33 años, y me la robaron, ¡ladrones!,
mintiendo que la había abandonado, ya
que después de suspenderme de ella al deportarme,
no me repusieron en ella al amnistiarme –no sé
de qué- y al pedir yo, según lo legislado,
que se formase expediente en averiguación del
caso, el mismo Primo de su puño y letra, en una
acceso de insanía biliosa, mandó archivarlo
y cuando iban a sacar a oposición la
cátedra robada me envió el miserable a
otro emisario para arreglar, como si se tratase de un
lance entre casineros, el despojo mediante no sé
qué mutuas explicaciones. Y contesté:
“Hagan justicia devolviéndome lo que injustamente
y con mentira y sin oír mi defensa, me han robado
y luego, si en algo les he ofendido, que me enjuicien
y ajusticien por ello, que yo les corresponderé.”
Cuando
después pretendieron por vía diplomática
y sin conseguirlo, que el Gobierno de la República
Francesa me alejase de la frontera, no buscaban sino
establar las vistas. Como cuando últimamente
el asistente mayor, especie de cabo furriel, del Ministerio
que llaman de Justicia, el que fue a sacar en Bilbao
de la cárcel a un banquero palatino atracador
–ese sí que era comunista- me tendió
la mano con que firma injusticias y serviles adulaciones
a la tiranía.
Y
ahora se empeña en hacer decir por donde quiera
y sobre todo fuera de España, que soy un desterrado
voluntario, que puedo volver a mi patria cuando quiera.
Sí, como los señores Alba, Sánchez
Guerra, Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez
y otros. Volver a la prisión a ahogarnos en el
aire mefítico de esas tinieblas morales heladas,
donde se arrastran sobre el fango sustancioso, a zigzag
y en bamboleo, esas sombras de lombrices que son los
upistas o uniónpatrioteros? ¡Sólo
por no tener que codearme con ellos!... Porque cuando
yo pueda volver a mi patria, a la que ha hecho suyo
y he hecho mía, iré a visitar las huesas
de aquellos de mis amigos-hermanos que han muerto corporal
y temporalmente durante mi destierro, y rezar por su
eterno descanso, añorando las últimas
miradas que cambiamos, pero ¿cómo voy
a mejer la mía con la de aquellos otros que se
me han muerto civil y espiritualmente, con las de aquellos
que han doblado su cerviz a las horcas caudinas de la
tiranía pretoriana?
Al
soltarle de la cárcel a mi mujer no le devolvieron
su pasaporte. Ya que dicen que puedo, cuando
quiera, volver a su España –que no es la
mía- buscan sin duda que mi mujer no pueda venir
a verme, a calentar mi soledad con más de cincuenta
años de recuerdos de una querencia vivificadora
y a ver si así me rindo. Pero aunque hubiera
de caer aquí para siempre y sin llevar en mis
ojos la gloria de los ojos de mi Concha, no
me rendiré a entrar en esa sombría mazmorra
moral, que es hoy el reino -¡y de qué rey!-
de la que fue España. Ya volverá a serlo.
No, no entraré a formar en el coro lamentable
de los que piden, bajo censura, que se restablezcan
las garantías constitucionales, ya que no se
atreven a pedir, y a voces pase lo que les pasare, que
se enjuicie y ajusticie a los tiranuelos; no iré
a hacerles el juego a éstos disquisicionando
en enquisas sobre liberalismo y socialismo y otros tópicos
de academia; no iré sino a exigir justicia
y a clamar, libre de censura, y a todos los vientos
contra la jurisdicción profesional y castiza
de los pretorianos que están robando y matando
a mi patria.
Mi
patria es una milenaria nación culta, civil y
humana, que se hace querer como madre y no un bárbaro
Estado pretoriano, policiaco y animal donde se pretende
por la violencia que se grite: ¡viva España!,
lo más adecuado para hacerla odiosa, ¡y
más si el que lo pretende es uno de esos sapos
rijosos como el gobernador de Vizcaya! Una señora
que cuando un hijo adulto quiera, con razón o
sin ella, separársele pretenda retenerle por
la fuerza y haga llegar para ello al alguacil –acaso
borracho- armado de porra, no es madre ni siquiera señora.
Mi patria no es el reino que se busca el mentido amor
-¡amor!- comprado de la prostitución política
o de la impía jura forzosa de la bandera que
se impone a los forzados de la leva del rey, para acarrearlos,
contra la voluntad del pueblo, a una injusta guerra
de conquista y cruzada dinástica por el desquite
del prestigio del honor mercenario.
Mientras
tanto, aquí, en el destierro, ayudaré
a los hermanos de la Caridad nacional a coser la ropa
espiritual de los que ahí, en la cárcel
que es hoy mi patria, sufren persecución por
la justicia y son los dignos de mi fraternal amistad
española.
Desde
Hendaya, a la vista de las montañas y el mar
de nuestra nativa tierra vasca española –mía
y de mi mujer- en el día de la adoración
de los Tres Santos Magos –vulgo: reyes, pero no;
rey era Herodes- de 1928 años, el quinto de esclavitud
de nuestra pobre madre España.
Miguel
de Unamuno.