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Hojas Libres. Artículo sobre Anido y Arlegui.
                                                


La torva historia de Anido.
El libro de un turiferario y la verdad.


Hojas Libres, Mayo de 1927.
Artículo sin firma.


En su obsesión por librarse de la fama inquisitorial que, justamente, le acompaña y le hará pasar a la Historia como uno de los más crueles verdugos de todos los tiempos, Martínez Anido ha pagado a un pobre diablo para que publique un libro en el que vagamente se intenta defender su actuación como gobernador civil de Barcelona.

El alegato es paupérrimo, en todos los sentidos. No hay asomo de prueba. No hay convicción. No hay siquiera documentación. Es un librejo hecho a prisa, para justificar una soldada, mísera también seguramente. Lo único que prueba irrefutablemente es que a Martínez Anido le ahoga y le intimida su propia historia, que quisiera esconder ahora, y mientras no le sea necesario reincidir.

Casi tanto como a Martínez Anido, se defiende en el deplorable librejo a su guardia negra, a los Sindicatos Libres, de los que Anido se declara capitán, protector y copartícipe en la doctrina.

No como refutación al libro, que no la necesita, conviene recordar a los que se hayan olvidado, y contar por primera vez a los que no la sepan, la historia de Martínez Anido como gobernador de Barcelona. Lo nombró Bugallal, que nombró también jefe de policía a Arlegui, y a los dos los echó, envueltos en sangre y en cieno, Sánchez Guerra.

Cuando Anido y Arlegui llegaron, se cometían atentados y atracos, cuya serie fue iniciada — es necesario no olvidarlo — por el que se realizó contra el patrono Barret, al que no se le asesinó porque explotara a sus obreros, sino porque fabricaba género para los ejércitos aliados. No mataron a Barret los sindicalistas del único; lo mataron los mercenarios a sueldo del barón de Koening. En esa banda está el embrión del sindicato libre. Cuando se fugó con mucho dinero y con mucho miedo el falso barón, le sustituyó al frente de la mesnada de asesinos, el comisario Bravo Portillo, también espía a sueldo de Alemania. Y lo que hasta entonces fue algo al margen de las autoridades, se convirtió, en manos de Martínez Anido y Arlegui en una organización oficial, pagada en el gobierno civil, donde se les daban órdenes y se les señalaban plazos y víctimas.

No fue pues el sindicato libre creación de Anido, pero él amplió su organización. Lo que él inventó en colaboración con Arlegui, fue la «ley de fugas» a la que no se alude para nada en el frustrado panegírico de Anido.

Como inventaron también torturas y ensañamientos, quizás no superados por el conde de España, Pedro Arbués, la Ocrana zarista y la Checa soviética.

Utilizando la ley de fugas, se asesinó, a la puerta de la cárcel, cuanda salía con su hatillo en la mano, a las dos de la madrugada, al sindicalista Evelio Boal, y se acribilló a tiros, en las calles, a docenas de presos porque trataban de fugarse, llevando manos y pies atenazados por las esposas. Anido y Arlegui no se limitaban a mandar. Ejecutaban por sí mismos. El propio Anido visitaba los hospitales, siempre con Arlegui y custodiados por centenares de policías, y, cuando un herido no quería declarar, le arrancaba los vendajes a tirones. Hubo vez en que los pistoleros del Sindicato Libre, después de asesinar a un obrero, dispararon todos los cargadores de sus pistolas sobre la cabeza del muerto, haciendo un zócalo de impactos a lo largo del cráneo. En cierta ocasión, se partió en dos el cuerpo de un sindicalista asesinado y se le arrojó al mar, dentro de un saco.

Anido y Arlegui simulaban atentados y complots contra ellos, para justificar represalias, y, sobre todo, gastos.

Porque eso es lo que les diferencia de casi todos los victimarios de todos los tiempos. Fouquier-Tinville y Orerjinski mataban en nombre de un ideal. Mientras la checa ordenaba fusilamientos en masa, Lenin, mal alimentado y durmiendo sobre una estera, quería plasmar en leyes sus ensueños de veinte años de perseguido por las policías de todo el mundo. Mientras Pallas y sus secuaces asesinaban al insigne Layret, inválido, talentoso y bueno, Anido nutria sus depósitos de los Bancos, hasta llegar a disponer de cuatro millones de pesetas. Cuatro millones de pesetas. El propio Ángel Pestaña lo denunció en el Ateneo de Madrid, ante centenares de hombres inteligentes y bajo la presidencia del conde de Romanones. Así amasó su hacienda Anido. Esa hacienda que se apresuró a enviar fuera de España pocos días antes del golpe de Estado del 13 de septiembre. Un detalle anecdótico: era domingo y no se podían hacer operaciones en los Bancos, pero Anido apremió al director del de España en San Sebastián, señor Martín de la Peña, y consiguió que su dinero, el dinero por el que se justificaban los atentados y se consentía el juego, saliera de España.

Eran, en efecto, los Sindicatos Libres los que asesinaban a los obreros barceloneses, y Anido y Arlegui, quienes lo ordenaban. El último, por maldad gratuita; el primero, por sadismo y como negocio.

Un día, asesinaron a un obrero y ya en los estertores preagónicos, cuando sólo se puede decir sino la verdad, declaró que quien le había matado era don Pedro Mártir Homs, abogado sin título, de los Sindicatos Libres. ¿Sabéis, lectores, dónde vive y qué hace ahora Mártir Homs? Vive en el ministerio de la gobernación, está empleado, con cargo ficticio y sueldo pródigo, en la Compañía Telefónica nacional, por orden de Anido.

¿Sabéis lectores, donde está y qué hace Paulino Pallas, jefe durante mucho tiempo de los pistoleros del libre y asesino de Layret? Una temporada, fue elemento dirigente de la juventud de la Unión Patriótica en Zaragoza, cuando la ciudad aragonesa padecía bajo el poder del señor Semprún. Hasta hace poco, recorría Aragón, llevando oficialmente la representación del ministro de la gobernación — la noticia fué publicada por los diarios de Zaragoza — con la tarea de reclutar prosélitos para la U. P. Le acompañaba también como mensajero de Anido, Ramón Hartet, otro pistolero, que intentó asesinar en el congreso, al ex diputado socialista Indalecio Prieto, y el en aquella ocasión «adlátere» de Hartet, Juan Laguía — verdadero iniciador del Sindicato Libre — fue nombrado concejal de Madrid siendo vecino de Barcelona, y a pesar de que los propios libres lo tuvieron que echar por ladrón, siguió ostentando el fajín edilicio de real orden. Ya ha dejado de serlo. Pero no es fácil que necesite trabajar para vivir. Tampoco lo necesitaría, aun cuando no hubiera participado en negocios como el del matadero de Madrid, Juan Laguía y Llateras, antiguo seminarista y ex redactor del Debate y del Correo Catalán, ex concejal de Madrid sin ser vecino de Madrid, y expulsado por ladrón del Sindicato Libre que tiene prisionero a Martínez Anido. Por eso, Anido, lo primero que hizo, apenas le nombraron subsecretario de gobernación con el directorio, fue entrevistarse clandestinamente con Laguía, que esperaba al automóvil oficial en las afueras de Vergara.