España
a hierro y fuego (VIII).
En
Lugo.
Por
Alfonso Camín.
Editorial Norte.
México, 1938.
El
hotel en que yo vivo se encuentra lleno de oficiales "negros".
Oficiales del Ejército, de alta categoría.
Oficiales de la Guardia Civil. Oficiales de Falange, gentes
audaces que ellas mismas se han impuesto sus galones.
Los simples soldados de Falange no llevan más que
el fusil, el revólver, el gorro y en la blusa,
unas flechas enlazadas y rojas. Los jefes, además
del revólver, se distinguen por un látigo
grueso, cuyas primeras correreas van enroscadas en la
mano. Supongo que no sean para azotar el rostro de sus
compañeros. Porque reina tal anarquía
entre ellos, que cada "negro" "falangista"
procede cesáreamente. Miran al Ejército
y a la Guardia Civil por encima del hombro. Tienen la
petulancia de pensar que ellos son los que hacen la guerra
y, en consecuencia, los amos del campo "nacionalista".
Que las tropas son sus auxiliares y no ellos los auxiliares
anárquicos de las tropas. No recapacitan.
No comprenden que donde no triunfaron las tropas "negras",
los "falangistas" han fracasado. Presumo que
estas fustas siniestras que usan los jefes "falangistas"
se emplearán en el cuerpo de los prisioneros, cazados
de hogar en hogar, de heredad en heredad, de camino en
camino. También lucen en Lugo su estampa
rodrigona los Caballeros de Santiago: los trogloditas
de Dios. Como los "falangistas", los sayones
santiagueros de Santiago son buenos bebedores de sangre.
Excelentes carniceros, a imitación de la Guardia
Civil, auxiliada en sus pesquisas siniestras por el cacique
y el “señorito” inútil de cada
pueblo. Desfilan algunos Caballeros de La Coruña,
también con la Cruz de Santiago, bien cosida al
paño de Béjar. Asimismo, los voluntarios
“negros” de Orense, cuya provincia quedará
pronto talada de hombres, como si fuera un bosque humano.
Los manda el capitán Volta.
El abigarramiento de uniformes distintos y la
independencia con que proceden en la lucha y en la retaguardia
dan una medida de la falta de rango de esta sublevación,
sin un ideal y sin características nacionales.
Sublevarse por sublevarse. Soberbia sin pensamiento. El
odio del animal contra el hombre. De la sombra
contra la luz. Porque, si algo nuevo se ve, es todo ajeno
a la raza, a no ser estas cruces del Apóstol Santiago.
Todo lo que se nota en los "negros"
de "falange" también es importado y viejo.
De importación el uniforme. Importada la actitud
alemana. De importación, el brazo en alto y la
mano extendida. El bigote, a lo Hitler y el gesto, a lo
Duce italiano. Las flechas también son viejas,
arrancadas al manto de Isabel la Católica.
¿Quién comprende esta feria trágica?
El más torpe verá que mal se aderezan los
cimientos a una Babel española. No digamos castillos
en España. No deshonremos el Ensueño. La
contrarrevolución carece de dignidad y de rumbo.
¿Reconquista de España? ¿Por quién?
Porque, mientras vemos a estos hombres con el arma al
brazo y estampada la enorme Cruz de Santiago en sus ricos
capotes de comerciantes establecidos y de capitalistas
retirados y ociosos, el general Franco, precisamente
en estos momentos, enardece a los moros que transporta
a la Península con esta arenga: “Vais
a reconquistar de nuevo las tierras andaluzas. Vais por
todo lo vuestro: la Alhambra de Granada, la Mezquita de
Córdoba. Todas las tierras del Califato. Todo lo
que ha sido de vuestros antepasados. Pero, además,
oídme bien, soldados míos, hermanos del
Islam: ¡vais a matar cristianos!"
Y así es, desgraciadamente. ¡Boadil ya no
llora! ¡Pasa el Estrecho! ¡Boadil tiene aviones
que le manda el Duce de Italia! El Duce sabe historia.
No es un borrego de la España "negra".
Es la hora de la revancha contra la Historia.
¿No invadieron a Italia Tercios españoles?
¿No hemos tenido allí nuestros virreyes?
¿No iba colgando italianos el señor
Duque de Osuna? ¿No era feroz y fuerte
nuestro García de Paredes frente a los muros de
Génova? ¿No se movían escuadras en
el Mediterráneo? ¿No había traidores
y mercenarios? ¿Qué más da un Franco
que un Doria? Ya veis las palabras que pronuncia Franco
en Marruecos, además de ofrecer a los moros ricos
botines. Lo que se dice "manos libres", prebenda
de ley que se les concede a los Regulares y al Tercio
al tomar cualquier plaza enemiga:
—"Vais a matar cristianos", grita Franco
en Marruecos. Antes se decía: “Entraréis
a saco en Gante". Ahora se dice: "Entraréis
a saco en España". No hay otro argumento para
convencer a la morisma invasora. Ni hay otro oriente.
Ni otro programa político. La orientación
vendrá más tarde. La impondrán pueblos
extraños, valiéndose de la demencia sanguinaria
de estos hombres obtusos, ciegos de rencor, traidores
a España y a Dios.
Quien dude de estas frases de Franco —catedrático
de Historia o patán roedor de hortalizas, asturiano
o montañés de afuera, encantados cuando
los moros entren más tarde acuchillando los hogares,
llevándose por delante la mujer y el ganado, la
cosecha del hórreo y las prendas del arca—
que no niegue. Que estudie, que escudriñe.
Que busque el libro "En las trincheras de España",
escrito en portugués. Su autor es un “falangista"
convencido, incondicional de Franco, panegirista fervoroso.
Ha acompañado al Ejército invasor
desde Marruecos, atravesó con él Andalucía
y Extremadura y escribió sus cuartillas en las
trincheras. La obra está profusamente ilustrada
con las escenas y avances de todo el Ejército «negro».
De labios del general Franco ha recogido esas frases en
Marruecos, escuetas, limpias, precisas. De gozo infinito
para el escritor portugués. De sonrojo para nosotros
los españoles que todavía no nos avenimos
a ser portugueses. Pelayo ruge en Covadonga y el Cid se
avergüenza en Burgos. Solamente una gran parte de
los gallegos aplaude a la morisma invasora. Sólo
Santiago, que no es de carne y hueso, puede pactar con
el Diablo. Guerra de Santos y de héroes, fiemos
en los héroes, Pelayo contra Santiago. Las águilas
de Covadonga contra el mito de Compostela.
Los militares sublevados, gran parte, lo mismo
que los elementos de la Guardia Civil, dicen bien claro
lo que son. Los uniformes les vienen estrechos u holgados.
Llevan las armas sin marcialidad. Andan sin garbo. Tropiezan
o renquean. Se comprende que hace ya tiempo que no se
han puesto el uniforme ni han empuñado la espada.
No falta el oficial, ambicioso y mozo juerguista y dado
a la trampa, que estaba en activo y ahora se ha pasado
a los "negros", buscando mejor fortuna. Pero,
en general, privan los hombres desgarbados, de edad madura
y canosos. Son los oficiales y guardias civiles retirados,
bien hinchados de viandas, gruesos de grasa y
flacos de civismo. Les acompañan los aristócratas
que vivían, alegremente, a la sombra del presupuesto
monárquico. Les siguen los jovenzuelos ricos, aun
sin conciencia de la Patria, acuciados por los consejos
de sus padres, banqueros de la rutina, comerciantes de
la usura, que temen más la pérdida de unos
cuantos billetes que las cabezas de sus hijos. “¡Que
triunfe Franco aunque se me mueran todos –me decía,
encorajinado, uno de estos hombres-. Los hijos se reponen,
las fortunas, a mis años, no!” Es como me
habla este hombre sin Patria y sin Dios.
No presenta otro panorama la contrarrevolución
española.
En
la plaza de Lugo hay muchos soldados. Puede decirse que
es un mercado de mozos con uniforme. Pero son los soldados
forzosos. Comienzan a pedir quintas. La carne moza del
agro deja, a la fuerza, sus preseas para acudir a la guerra.
¡Es necesaria la invasión de Asturias! Hay
que reponer las trincheras de carne caída en el
Guadarrama.
Los soldados gallegos van tristes. Ensimismados.
El noventa y cinco por ciento no empuñarían
las armas homicidas. No importa. Todos van. Cuando alguno
se resiste, ya sabe: dos tiros en la cabeza.
Diariamente se fusila alguno para escarmiento de los que
parten y consejo de los que llegan.
Mientras tanto, la radio y el Gobernador militar,
Bermúdez de Castro, no dejan de atronar, con sus
altavoces, en la plaza principal y en las calles de Lugo.
"España, toda la España decente, corre
afanosa al combate". ¡Así se
escribe la Historia! Este Gobernador es otro retórico
insufrible. Quiere sobrepujar a Queipo del Llano. Habla
con más propiedad, dentro de la retórica
hueca, seca y apolillada, que ahora se desentierra y nos
abrumará en toda la "prensa negra", toda
cortada por un patrón, toda a base de responsos,
exclamaciones y amenazas manidas, que hemos oído,
cuando muchachos, al buen cura del pueblo. Pero Bermúdez
ni siquiera tiene la insultante gracia grotesca del grotesco
Queipo del Llano. Su cuñado, el hombre fuerte de
Chavín, hombre bestial, de inteligencia ruda y
extraordinaria, me dice comentando los discursos implacables
del Gobernador Militar de Lugo:
—¿Quién? ¿Mi cuñado?
Es una radio.
Es la hora del mediodía. Nuevas tropas para los
"frentes" de León y de Asturias. Suenan
la Marcha Real y el Himno de Falange. Hay que aplaudir.
Hay que poner los brazos en alto. En el Parque, hace unos
momentos, sonaba el “Himno falangista". Se
repitió varias veces. La gente se cansaba de estar
de pie y de extender al aire el brazo. Un hombre y una
mujer acabaron por sentarse en los veladores de la terraza.
Seguía el Himno. El hombre volvió a levantarse.
Pero la mujer, no. Era una mujer de pueblo. Uno
de los “negros” con entorchados se le acercó
rápido con la pistola desenvainada y se la puso
en la barriga:
-¡Levántese, usted!
La mujer, azorada, se alzó:
-¡Levante ese brazo!
La mujer levantó los dos brazos.
El mozo guardó la pistola y se alejó rencoroso,
con el mentón a lo Hitler.
El hombre, gallego sumiso, seguía con el brazo
en alto. Tieso como un árbol podado. Volvió
media cara:
-¿Qué te decía yo?
La mujer arguyó por bajo:
-Estaba cansada.
El hombre no respondió siquiera. Hasta que lo hicieron
todos, ni el hombre ni la mujer bajaron los brazos.