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Crítica republicana a la II República
Hildegart escribe sobre sus cuatro años
de militancia socialista (VI).

Cuatro años de militancia socialista.

Largo Caballero lanza un anatema contra
las Juventudes Socialistas.

Por Hildegart

 


El problema religioso tuvo muchas y muy varias “tramitaciones”. A mí me fue dado tener más de cerca la que tuvo en el seno de las Juventudes Socialistas (ilegible) en el Parlamento la cuestión religiosa. Coincidencia es que en mi última campaña de propaganda socialista realizada por tierras de Vizcaya. Hasta el último momento repetí, una y otra vez, con la (ilegible) firme convicción que la minoría socialista cumpliría con su deber y defendería el artículo 24 como voto particular, aunque sucumbiera por la fuerza de los números. En aquellos mítines, donde –puedo asegurarlo con satisfacción- era el único orador socialista a quien el público que escuchaba no interrumpió jamás, me decían los comunistas de Ortuella: “¡No será verdad, señorita Hildegart!” No acertaría a pintar en palabras toda la desolación que me produjo saber al día siguiente, por conferencia telefónica con la oficina parlamentaria del partido, la definitiva redacción del artículo. Sólo recuerdo que el mitin más difícil de mi vida de propagandista fue el que tuvo lugar aquella misma noche en La Arboleda al comentar el artículo 24 y tener que decir con la sinceridad de mi conciencia: “No es bastante”. Y tenía que hablar y darme cuenta del sarcasmo de unas Cortes vueltas de espalda al país, a aquel pueblecito minero donde un pobre trabajador de las minas, por no descubrirse ante una procesión, fue condenado a presidio, llevado después a un manicomio, y hoy quedaban allí su mujer y sus hijos sin saber si la muerte piadosa lo había arrebatado a este mundo o aún purgaba las culpas de su conciencia libre entre las lóbregas rejas de un presidio. Fue horrible, realmente horrible, pero no fue aquello lo único.

El anatema de Largo Caballero.

Llegaron por entonces a Bilbao las declaraciones de Largo Caballero, que lanzaban un anatema contra las Juventudes Socialistas por su actitud rebelde frente al problema religioso, por aquellos pasquines que pegaron en las fachadas madrileñas un grupo esforzado de militantes jóvenes. Recordaba Caballero que las Juventudes eran independientes del Partido y que no podían influir en él, y censuraba su actitud. Aquella misma tarde, en la máquina de escribir que llevo siempre de viaje, redacte un artículo que envié a “Renovación”. Se titulaba “La ley del embudo”, y le recordaba al ministro socialista que, si bien las Juventudes eran independientes, a nosotros, a nuestros puños, a nuestros cuerpos jóvenes recurrían cuando se quería celebrar un mitin en el que él o sus compañeros quisieran hacer uso de la palabra, y yo decía: “Ley del embudo, no. Si nos exigís nuestro apoyo para esto, también tenemos derecho a que se respete nuestra actitud”. El artículo fue una bomba en Madrid y en provincias. Expresaba una dolorosa realidad. Pero la parte anecdótica del episodio no la conocí hasta que llegué de nuevo a entrevistarme con los jóvenes socialistas madrileños; pero vale bien la pena de narrarla como curiosa ejemplaridad.

La historia de un pasquín y los guardias de Asalto.

Los jóvenes socialistas habían encargado al compañero Rodolfo Obregón la redacción de un pasquín anticlerical. Al llegar el momento de salir a pegarlo, hiciéronlo, entre otros, un joven recién venido de una Juventud Socialista gallega. No recuerdo su nombre porque era nuevo en las filas juveniles madrileñas. A las altas horas de la noche, el joven, con sus pasquines en la mano, pegó uno de ellos en la portada de Gobernación. Nunca lo hubiera hecho. Aparecieron tras él los guardias de asalto. Entre un torbellino de pitidos estridentes, el joven, atemorizado, dio varias veces la vuelta en su carrera a la Puerta del Sol. De las calles afluentes habían llegado más guardias y serenos. Entre todos lograron darle captura como a pobre bestezuela salvaje, y la paliza que le propinaron fue de las realmente monumentales. Acardenalado, magullado, llegó a la Dirección General de Seguridad, cuando ocupaba este puesto Angel Galarza. Enterado el Comité de la Juventud Socialista Madrileña, que por firmar las hojas era el responsable de ellas, se personó en la Dirección y, con gesto de indignación abierta y rebelde, protestó del hecho y aludió a las posibles represalias por parte de los ministros socialistas apenas se enteraran del atropello cometido. Galarza tuvo una sonrisa compasiva. Creíase sin duda el pobre joven socialista que podría ser incluso el motivo de una crisis política. Así lo anunciaron en la Casa del Pueblo cuantos compañeros pudieron contemplar sus cardenales y el estado lastimoso de su físico. ¿Qué iba a suceder?... El interrogante flotó en la atmósfera, inquietó a los jóvenes, repercutió en todos con martillo insistente. El joven quiso apresurarse a los acontecimientos y, como víctima, que en realidad lo era, de los flamantes guardias que acababa de estrenar la República, se presentó en la Redacción de El Socialista a contar sus cuitas.

“¿Pero es que los ministros os van a tomar en serio?”

En la Redacción se encontraba Cordero. Al oír la queja del muchacho con el más implacable acento céltico, Cordero le replicó el: “¿quién os había mandado meteros en danza?... ¿Y aún pensáis que los ministros os van a tomar en serio?...”

En efecto, horas más tarde Largo Caballero hacía a la Prensa las glaciales declaraciones que siguieron. De la indignación que ello causara en las filas socialistas da idea el que, al número siguiente de “Renovación”, Sócrates Gómez, “isabelino” destacado, escribiera un artículo que hubiera firmado el más entusiasta “sarraceno”, y donde se aludía al mío de “La ley del embudo”, con frases de cordialidad y hasta coincidencias de pensamiento.

Esta fue la tramitación del pleito religioso en el seno de las Juventudes Socialistas.