¡A
Rusia!
(VII)
El
viaje de regreso (2).
Por Jesús Ibáñez.
¡Sttetin!...
Aduana. Policía...
—Alicante... Conde del Olmedo... Pase... Alicante...
Manuel Murillo... Pase... Alicante... ¡Quieto
ahí! ¡Son muchos Alicantes!... ¡Detengan
a ese Olmedo y a ese Murillo!
El
Comisario de Policía:
—Repita usted...
—Yo he matado al presidente Dato. ¡Ya lo
he dicho! ¿Está claro?
El argentino Murillo tiembla... Maurin hace esfuerzos
por comprender... Una guiñada mía le tranquiliza:
se da cuenta de que mi intención es despistar
a la policía para que puedan embarcar los otros...
Con Murillo me pongo muy serio. Me gusta, no sé
porqué, meterle un susto a este odioso chancrero
argentinizado.
El Comisario
agarra el teléfono y llama a Berlín:
—En nuestro poder, Toño el de Santoña...
El que estuvo encarcelado en Berlin... ¡Sí!
¡Convicto y confeso!...
¡Ya
no siento en la celda de arriba los zapatos herrados
de Maurín! ¡Me alegro!...
Todos los días se abre la puerta de mi celda
a la misma hora, por la tarde. Son amigos y amigas del
personal de la prisión de Stettín. Me
enseñan desde la puerta los periódicos
con mi fotografía y me preguntan apuntando con
el puño y moviendo el índice, encorvado,
como tirando de gatillo:
—¿Es verdad que le mataste tú? ¿Cómo
hiciste?
Yo alargo la mano y muevo también el dedo:
—¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!...
¡Pum!... ¡Pum!...
Y la hija del director (¡qué buena!) me
mira de cierta manera... ¡Es un consuelo!
Camión
celular: ¡A la estación! Tren celular:
¡A Berlín!
Autobús-celda: ¡A la Central! Paradas.
En las paradas más “carga”... Son
traslados. Ya somos catorce. Tres mujeres presidiarías.
Sonrisas y cuchicheos en la penumbra. Se abre la esclusa
del deseo. ¡No hay miramientos! Se han subido
las faldas... Las tres mujeres, ¡a la jineta sobre
las rodillas! Las manos, haciendo como de bridas en
los hombros del “caballo”. Movimiento vertical
sobre los “estribos”. ¡Trote a la
inglesa!...
Y las mujeres van cambiando de jaca... A mí ya
no me hace falta. Mi cerebro calenturiento ha operado
sin necesidad de “tocamientos deshonestos”.
Conducción.
En Aix La Chapelle agentes de la Seguridad Militar Belga.
Son las fuerzas de ocupación. El oficial:
—¡Ah!... ¡Ya estás aquí,
pajarraco! ¡Te estaba esperando!...
El
Comisario lleva apellido casi español... ¡Es
terrible! No puede perdonar lo que hicieron los españoles...
Su propio apellido le trae constantemente a la memoria
una violación...
Pero ha entrado un joven matrimonio alemán...
El Comisario pone cara horrible:
—¡Estoy hasta la coronilla de que ustedes,
boches inmundos, no quieran reconocer que son un pueblo
derrotado, aplastado para siempre. Y si vuelven a sacudir
la estera cuando paso...
El joven alemán se esfuerza por explicar en francés
y pedir perdón... Un trompazo a placer le derriba
echando sangre por la boca... La joven esposa se echa
a llorar a gritos. El Comisario se dirige a ella:
—¡A callar, so zorra!...
Entra un
joven oficial de la S.M.B. El Comisario le sonríe:
—¿Quieres ocuparte de éste?...
El oficial me mide, despreciativamente, de arriba a
abajo, con la vista y escupe a mis pies:
—¡Tengo más que hacer que ocuparme
de animales!
Es el complejo,
es la inversa: a mínimo de potencia, máximo
de altanería. ¡Igual pasaba en Letonia,
Estonia, Lituania y Polonia!...
Conducción.
Prisión Central de Bruselas. ¡Silencio
de tumba! ¡Automatismo! Modelo de higiene: se
ve uno retratado en el estuco de las paredes...
La “enseñanza”, un verdadero martirio:
¡ocho horas diarias con los ojos clavados en un
mugroso catecismo o en el Cristo que está detrás
del oficial! Recreo: media hora diaria en el patio,
haciendo ochos en torno a tres oficiales, plantados
como niveletas a diez metros de distancia. Entre cada
recluso, tres metros justos... En un mes no he conseguido
cambiar una palabra con nadie. ¡Ni en la “escuela”!
Y eso que los pupitres solamente tienen sesenta centímetros
de separación. Descartada toda posibilidad de
fuga, esa eterna esperanza que pone un sedativo en la
vida del condenado... Porque los ángulos del
enorme muro forman media caña, y están
estucados y brillantes... El cartón que llevo
en el pecho dice: “Número 127, TRANSPORT”.
Emilio
Vandervelde, líder socialista y ministro de Justicia
ha venido a verme. Ha dispuesto que no se me entregue
a la policía francesa. El Comisario se limitará
a ponerme en la frontera.
El
Comisario me despide con amabilidad. Le recuerdo mis
cien dólares, la pluma estilográfica y
el reloj...
—Perdone. Solamente se me ordenó tomar
el billete para usted hasta París... De lo demás,
nada sé. Arrégleselas en París
como pueda y, luego, reclama...