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Una visita al país de los soviets en la primavera de 1923(IV).


Una visita al país de los soviets en la primavera de 1923(IV).

Con el Ejército Rojo


Por José Loredo Aparicio
Abogado y periodista. Presidente
de las Juventudes Socialistas asturianas,
Junto con Isidoro Acebedo fue uno de los
fundadores del Partido Comunista.
(Publicado en el periódico
asturiano El Noroeste)




Cuando se analiza el inmenso caos en que cayó Rusia en 1917, cuesta trabajo comprender cómo un hombre, que según el mismo confiesa, carecía de conocimientos militares, pudo crear este ejército que ya ha demostró sobradamente su capacidad militar y es hoy uno de los ejércitos –no cabe dudarlo- de más disciplina y ardor combativo y revolucionario. Con los antiguos oficiales y los comisarios del Partido Comunista, reorganizó Trotsky los elementos dispersos y hoy presenta ante el mundo 600.000 perfectamente equipados y municionados, con una capacidad que va en aumento porque los nuevos reclutas llegan con el espíritu más despierto, y el Estado se aplica incesantemente a dotarlo de los elementos indispensables para el caso de una nueva guerra, ¡ay!, que parece inevitable.

Días antes de mi salida de Rusia, volaba sobre Moscú el primer aeroplano construido en las fábricas nacionales. Casi todo el mundo llevaba un pequeño aeroplano en la solapa, indicando con esto que el portado había dado 25 rublos o más para la suscripción nacional pro-aviación. Las paredes estaban llenas de carteles vistosos de propaganda aviatoria, obra todo de “el organizador de la victoria”, según llaman a Trotsky, que no quiere quedarse detrás de ninguna potencia en materia de armamento aéreo, y llama en auxilio de su tesis “a nuestros técnicos, nuestros pedagogos, nuestros poetas y nuestros artistas”.

Frecuentemente, visité el aeródromo de Moscú, donde calculo había unos trescientos aparatos, en vuelo constante con los pilotos oficiales y con los alumnos de la escuela de aviación de Petrosky Park. Allí pude ver hablar al famoso Casanella, muchachote joven y simpático que, como otros refugiados, se ha disciplinado mentalmente, ha estudiado en el ejército rojo y hoy es comandante en la aviación.

Los nuevos cuadros están dirigidos por oficialidad joven, comunista, formada en las guerras que hubo de sostener la Revolución. Hablamos con bastantes oficiales que nos dieron toda clase de seguridades respecto a la eficacia y disciplina de sus soldados. Es verdad que ningún ejército del mundo está montado y vive con la comodidad que el ruso. Los tres campamentos que visité, llamados de verano, en los alrededores de Moscú, se hallan instalados, uno en el Monasterio construido por Pedro el Grande, los otros dos en palacetes de verano que dejó la burguesía, y donde los edificios eran pocos, en tiendas de campaña al aire libre. En cada casa de verano habitaban de 15 a 20 soldados u oficiales; al aire libre, comedor y escuela, a cargo de las juventudes comunistas en general; el terreno, bosque o jardín, donde se encuentran frecuentemente alegorías y retratos de personajes comunistas, lo más general Marx y Lenin, hechos con cesped, flores o piedrecitas de colores imitando el mosaico romano. Circulan soldados y oficiales sin saludarse, como no sean amigos, con el mismo uniforme, del mismo paño, distinguiéndose sólo por pequeñas insignias en el brazo, en un ambiente de camaradería; fuera de los actos de servicio, no hay distinciones entre unos y otros.

Los dos mejores edificios están destinados a club y teatro. Ya se comprenderá que la propaganda comunista en las filas es intensísima, oral y escrita; cada regimiento tiene su periódico, que se titula “El centinela rojo” o cosa parecida. Además de la biblioteca del club, hay una librería, generalmente un pequeño kiosco como los de periódicos, donde cada soldado compra lo que le parece. El club se compone de un departamento grande, amueblado con objetos que a la legua se ve proceden de la expropiación burguesa: piano de cola, mesitas de ajedrez y damas, excelentes mesas y sillones, y multitud de cuadros murales de geografía, higiene, anatomía, botánica, con su buena colección de alegorías soviéticas y los inevitables retratos de Marx, Lenin, Lunatchawsky, Kalinin, Trotsky, etc. En el mismo club se reúnen y conversan el general y el soldado. Otros dos departamentos contiguos son la biblioteca, nutrida de libros y lectores, y el bar, donde no se toma más que té, acompañado de galletas y bollos de pan con queso, salchichón o carne. En uno de los clubs había un colosal busto de Trotsky, en estilo cubista, y en verdad que nada más apropiado para representar la enérgica figura del caudillo que aquellos trazos rectos y duros.

Asistí como invitado a la celebración del segundo aniversario de la fundación del 40 regimiento de fusileros del Moscú. Llegamos al campamento cuando estaban almorzando bajo un amplio cobertizo paisanos y soldados. En honor a los compañeros extranjeros presentes, se tocó La Internacional para recibirnos, y todo el mundo la cantó en pie, descubiertos los hombres y saludando militarmente los soldados. Se celebró un mitin, al terminar el cual los soldados se reunieron y acordaron entregarnos una resolución dirigida a los obreros de España y Francia, en la cual manifestaban que ellos no eran un ejército imperialista, sino el de la Libertad, y que estaban dispuestos a acudir en socorro de los obreros del mundo entero para librarlos de la tiranía capitalista.

A continuación, empezó la fiesta teatral. Cantaron los mejores artistas de la ópera; hubo declamación, orquesta de balalaicas, juegos gimnásticos y, por fin, un coro nacional de campesinos, dirigido por un viejo folclorista –como si dijéramos el don Aurelio del Llano moscovita- que nos saludó a la rusa, besándonos en ambas mejillas. Los aficionados a la música conocen las analogías entre las canciones populares rusas y las de Asturias y Galicia; recuerdo sobre todo unas que parecían completamente vaqueiradas.

Estas fiestas en los regimientos son frecuentísimas. Los domingos suelen celebrarse reuniones de fraternización entre obreros y soldados, a cuyo efecto los obreros de una fábrica se dirigen a un campamento militar con una bande de música al frente. Los soldados esperan formados: una comisión obrera se adelanta y lanza un viva al ejército rojo; los solados, a su vez, contestan con otro viva, se abrazan los oficiales con la comisión y luego se reúnen todos; meriendan, celebran un partido de fútbol, mitin, teatro, y la reunión se disuelve como las romerías: por cansancio o porque el sol se va. Las consecuencias de esta hábil propaganda son la formación de un espíritu popular que va reduciendo la dictadura histórica que conocemos al estado de Rusia, donde el dictador no se sostiene por la opresión sino por la formidable inyección de propaganda comunista sobre todo el país, y donde sólo se carece de libertad para luchar contra el nuevo régimen.

Una de las consignas en el ejército es que ni un solo soldado sea analfabeto. En lo que iba de año aprendieron a leer en el citado regimiento 760 soldados. El servicio es de año y medio, más otro año de servicio industrial. Cada regimiento tiene también a su cargo la propaganda comunista entre los campesinos del distrito donde se halla de guarnición. La tendencia es a hacer del ejército un instrumento para la fusión del elemento obrero y campesino, problema en torno al cual gira la política interior de Rusia, porque si ese equilibrio se rompiera, la Revolución estaría en peligro.

Ahora calcúlese lo que representa para el porvenir revolucionario ese ejército que todos los años recibe centenares de miles de campesinos incultos, que los trata bien, los educa, no conocen sobre sí el mando ciego y tantas veces brutal de los ejércitos europeos, y que los devuelve a los lejanos países de la República soviética con el ideal inculcado de la revolución social…Ciegos son los que no ven que allí hay algo más serio que las estupideces del culto a Judas, la socialización femenina y los matrimonios de Trotsky con princesas zaristas.