Suicidio, alzhéimer y violencia burocrática
Por Marcelino Laruelo Roa
El gran escritor
austriaco Stephan Zweig se suicidó junto con su mujer mediante
la ingesta masiva de barbitúricos. Los cadáveres fueron
hallados en la cama de su casa de Petrópolis, cerca de Río
de Janeiro. Unos días antes de tan trágica decisión,
los japoneses habían conquistado Singapur e inflingido la
mayor derrota de todos los tiempos a los británicos. Y todo
apuntaba a que el mundo iba a caer bajo la férula de las
dictaduras fascistas. Desde hacía años, mientras Europa
se destruía a sí misma, los Zweig habían tenido
que ir saltando de un país a otro para tratar de preservar
su libertad y su dignidad intelectual, sus bienes más preciados.
Les pareció que era demasiado sufrimiento para unas personas
ya mayores y privadas de la patria de la lengua y la cultura. Y
tomaron su decisión.
El alzhéimer
y otras disfunciones mentales que afectan a tantos ancianos son
enfermedades que evolucionan de una forma terrible, tanto para los
afectados como para los familiares y allegados, y las personas que
conviven con ellos. La realidad no es la que nos pintan en las televisiones
con ocasión de cualquier “día de”, cuando
se difunden las imágenes de ancianos felices jugando al parchís
o entreteniéndose con dibujos. En el avance de la enfermedad,
empiezan arrancándose los botones de la ropa y acaban arrancándose
sus propios dientes, hacen sus necesidades por sí, se resisten
a comer y beber, pueden pasarse la noche dando gritos y arañando
las paredes… No es sólo que no recuerden, es que no
razonan, ni entienden ni comprenden.
En tiempos pasados,
todos los enfermos permanecían en sus casas, hasta que sanaban
o morían. La creación de los hospitales, huelga decirlo,
fue un avance ya lejano de la humanidad con el que se proporcionaba
una mejor atención médica, en un ambiente más
higiénico y con una alimentación más adecuada,
al mismo tiempo que se evitaba el contagio.
El alzhéimer
es una enfermedad, no un asunto de malestar o bienestar social.
El alzhéimer y demás alteraciones mentales que afectan
a tantos ancianos tienen que ser atendidas por la Sanidad, pues
se trata de enfermos, y de enfermos de enfermedades muy graves,
degenerativas y sin cura. No se puede tolerar la estafa masiva de
que las residencias de ancianos hayan mutado en una suerte de “hospitales
clandestinos”. Un país, como España, que mantiene
destacadas tropas en lugares remotos de Asia, que organiza expediciones
a la Antártida, que mantiene deportistas de élite
y los futbolistas más caros del mundo, que participa en la
aventura espacial y viaja en alta velocidad, no puede permitir que
los ancianos que han tenido la desgracia de tener alzhéimer
o enfermedades similares se vean sometidos, además, a sufrir
la evidente discriminación sanitaria, el maltrato y el saqueo
de sus pensiones y ahorros, todo ello promovido y amparado por los
poderes públicos.
Cuando Stefan
Zweig y su mujer se suicidaron y la policía descubrió
sus cadáveres, ni al más obtuso se le ocurrió
decir, ni al más sensacionalista publicar, que tan trágica,
lamentable y triste decisión era un acto de “violencia
machista”. Una persona de ochenta y seis años está
para que le cuiden a él, máxime en un país
con seis millones de parados y toda la juventud sin empleo. Cuando
un celador mató con lejía a once ancianos, uno tras
otro, de una residencia de Olot, no salieron estos hipócritas
con ninguna “condena” ni, mucho menos, adoptaron ninguna
medida de vigilancia y protección, del tipo de las que tienen
en sus despachos y casas, para que actos similares no pudieran repetirse
en las residencias de ancianos de Asturias.
Es por todo ello
que, desde la Oficina de Defensa del Anciano inerme por alzhéimer
y otras demencias, si algo hay que condenar es la “violencia
burocrática” y la necedad de los gobernantes que aboca
a los ancianos, y no sólo a los ancianos, a tomar decisiones
dramáticas e irreparables. Porque tan alto grado de desesperación
no es sino una muestra del sistema y sociedad inhumanas e invivibles
que desde el poder tratan de imponernos.
UNIDOS
POR INTERNET
Campaña para la instalación de webcams en las residencias
de ancianos para facilitar el contacto con los familiares y allegados,
y la protección de los ancianos indefensos.
¡Que entre la luz de la calle en los geriátricos!
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