Por
Francisco Pi y Margall
y Francisco Pi y Arsuaga.
Obedeciendo el almirante Cervera la orden ministerial
de subordinarse al general en jefe, general Blanco,
hízolo así en comunicación del
25 de Junio, y dióle, al mismo tiempo, cuenta
del estado de la escuadra:
“De
3.000 cargas para cañón Hontoria de 14,
sólo 620 son de confianza, las demás han
sido clasificadas inútiles, no habiéndose
reemplazado por faltar existencias a la salida; dos
cañones Hontoria, de 14, del Vizcaya y uno del
Oquendo no ofrecen confianza, habiéndose mandado
cambiar por otros; el mayor número de los estopines
ofrece poca confianza; carecemos de torpedos
Bustamante; al Colón le falta su artillería
gruesa; Vizcaya está muy sucio y ha
perdido su velocidad; Teresa no tiene cañones
de desembarco, y los del Vizcaya y Oquendo son inútiles;
tenemos poco carbón y víveres para todo
Julio. Escuadra de bloqueo es cuatro veces superior,
por lo que la salida sería nuestra destrucción
absolutamente segura. Tengo mucha gente en tierra para
reforzar guarnición, de la que me considero solidario.
Creo deber
decir a V. E. que el 23 dirigí al Gobierno el
siguiente telegrama: El enemigo se ha apoderado, ayer,
de Daiquiri; hoy, seguramente, ocupará Siboney,
a pesar brillante defensa. El curso de estos sucesos
es muy doloroso, aunque previsto. Han desembarcado
tripulaciones escuadra para ayudar ejército.
Ayer salieron cinco batallones de Manzanillo; si llegaran
a tiempo, prolongarán agonía, pero dudo
mucho que salven la plaza. Como es absolutamente
imposible que la escuadra escape en estas condiciones,
pienso resistir cuanto pueda y destruir buques en último
extremo. Esto expresa mi opinión, de conformidad
con los comandantes de los buques.”
El mismo
25, el general Linares transmitió a Cervera,
por orden de Blanco, la expresión del deseo de
éste de conocer la opinión y propósitos
del almirante. Blanco entendía que la escuadra
debía de salir de Santiago cuanto antes.
Respuesta
del almirante Cervera:
“Creo
a la escuadra perdida desde que salió de Cabo
Verde, porque me parece insensato pensar otra
cosa, dada la desproporción enorme que hay entre
nuestras fuerzas y las enemigas. Por esa razón
me opuse enérgicamente a la salida, y aún
creí sería relevado por alguno de los
que opinaban en contra mía. No pedí mi
relevo, porque me parece que eso no lo puede hacer ningún
militar que recibe orden de marchar al enemigo. Desde
que llegué aquí V. sabe la historia. Si
yo hubiese salido para Puerto Rico, cuando un telegrama
del Gobierno me hizo, la situación sería
la misma, sólo que habría variado el teatro,
que seria Puerto Rico, sobre cuya isla habría
caído la avalancha que ha venido a ésta.
Yo creo que el error ha consistido en enviarla aquí.
Dice el General en Jefe que se ha forzado el bloqueo,
y añadiré a V. que yo, con un barco de
siete millas de andar entré en Escombreras, y
permanecí allí hora y media, estando ocupado
por la escuadra cantonal; pero ¿hay paridad en
esto y las circunstancias actuales? Sin duda, no. La
salida de aquí ha de hacerse uno a uno; no cabe
ardid ni disfraz, y la consecuencia de ello, absolutamente
segura, es la ruina de todos y cada uno de los barcos
con la muerte de la mayor parte de sus tripulantes.
Si yo creyera que hay probabilidades de éxito,
aunque fueran remotas, lo hubiera intentado, a pesar
de que, como digo antes, sólo hubiera cambiado
el teatro de la acción a menos de haber ido a
La Habana, donde tal vez la cosa hubiera cambiado. Por
estas razones, para que fuera en algún modo útil
mi fuerza, ofrecí a V. desembarcar al mismo tiempo
que el General en Jefe hacía a V. idéntica
indicación. Hoy, como antes, considero la escuadra
perdida y el dilema es perderla destruyéndola
si Cuba no resiste, contribuyendo a su defensa, o perderla
sacrificando a la vanidad la mayor parte de su gente,
privando a Cuba de ese esfuerzo, lo que precipitará
su caída. ¿Qué debe hacerse? Yo,
que soy hombre sin ambición, ni pasiones locas,
creo que lo que sea más conveniente, y declaro,
del modo más categórico, que la horrible
y estéril hecatombe que significa la salida de
aquí a viva fuerza, porque de otro modo es imposible,
nunca sería yo quien la decretara, porque
me creería responsable ante Dios y la Historia
de esas vidas sacrificadas en aras del amor propio,
pero no en la verdadera defensa de la Patria.
Hoy las circunstancias mías han variado en el
orden moral porque he recibido esta mañana un
telegrama que me pone a las órdenes del General
en Jefe en cuanto se refiere a las operaciones de guerra;
por tanto, a él toca decidir si desembarco las
dotaciones o marcho al suicidio, arrastrando al mismo
tiempo a estos dos mil hijos de España o se emplean
del modo que lo están.”
Ante la afirmación
del general Blanco de que sólo había en
Santiago siete buques de guerra norteamericanos, el
almirante Cervera amplió su informe:
“No
es exacto que la escuadra de bloqueo haya estado nunca
reducida a siete buques; sólo los seis principales
representan más de triple fuerza que los cuatro
míos. La falta de baterías que
mantengan a distancia la escuadra enemiga, hace que
esté siempre cerca de la boca del puerto, que
iluminan, imposibilitando toda salida que no sea a viva
fuerza. En mi juicio, la salida implica seguramente
la pérdida de la escuadra y del mayor número
de sus tripulantes, determinación que yo no tomaría
nunca por mí, pero si V.E. me lo ordena, lo ejecutaré.
La pérdida de la escuadra se decretó,
en mi juicio, al hacerla venir para aquí, de
modo que no me ha sorprendido esta dolorosa situación.
Vuecencia ordenará si marchamos a este sacrificio,
que creo estéril.”
La
respuesta del general Blanco el día 26 decía:
“No
se trata de combatir, sino de escapar de ese encierro
en que fatalmente se encuentra la escuadra, y no encuentro
imposible, aprovechando circunstancias oportunas, en
noche oscura y con mal tiempo, poder burlar vigilancia
enemigo y huir en el rumbo que crea V.E. más
a propósito; pues, aun en el caso de que se apercibiera,
de noche el tiro es incierto, y aunque tuviera averías,
nada representarían comparadas con salvación
barcos.”
Creyó
Blanco exagerados los juicios del almirante y que las
dificultades para la salida no podían ser tantas.
Recordaba, además, Blanco, la salida de La Habana
del Santo Domingo y el Montevideo con nueve barcos enemigos
en la línea bloqueadora y la entrada del Reina
Cristina en Cienfuegos con tres. Todavía en apoyo
de su opinión argumentaba: “Si
esos cruceros llegan a ser apresados en cualquier forma
dentro del puerto de Cuba, el efecto en el mundo entero
será desastroso, y la guerra podrá darse
por terminada en favor del enemigo. Hoy todas las naciones
tienen la vista fija en esa escuadra, y en ella se cifra
la honra de la Patria, como estoy seguro lo
comprende V.E. El Gobierno opina del mismo modo y el
dilema no ofrece duda a mi juicio, tanto más,
cuanto que abrigo gran confianza en el éxito,
dejando completamente a discreción de vuecencia,
cuyas dotes rayan a tanta altura, la derrota que ha
de seguir, y si algún barco ha de quedar por
poca marcha. Como dato favorable, diré a V.E.
que comandante crucero alemán Giers ha expresado
la opinión de que puede efectuarse salida escuadra
sin exponerse a grandes riesgos.”
El
ministro de Marina, señor Auñón,
en telegrama dirigido al almirante Cervera el 26 de
Junio estimaba también que: “antes
de destruir nosotros mismos nuestra escuadra en el puerto
debía intentarse su salvación total o
parcial por salida nocturna.” Preguntaba
a Cervera si ya habían reembarcado las tripulaciones
que peleaban en tierra y le pedía que evitase
comentarios que se atribuían con interpretaciones
desfavorables.
La contestación
del almirante Cervera al ministro de Marina fue la siguiente:
“Siento mucho incurrir en el desagrado del Gobierno
por opinión dicha hace mucho tiempo, y a V.E.
en telegrama cifrado fecha 21 de Mayo. Tal cual está
bloqueada la boca del puerto, es la salida durante la
noche más peligrosa que de día, porque
están más cerca de tierra. Desembarco
tripulaciones ha sido petición autoridad militar
por indicación del General en Jefe. Pido su reembarco,
pero dudo mucho que se pueda efectuar antes de que lleguen
refuerzos.”
Al mismo
tiempo, Cervera envió este otro telegrama a Blanco,
General en Jefe: “Debo acatar los juicios de V.E.
sin discutirlos, mucho más habiéndole
dado mi opinión, formada después de madura
reflexión. Siempre he creído que hay muchos
marinos más hábiles que yo, y es muy sensible
que no pueda venir alguno de ellos a tomar el mando
de la escuadra, quedándome yo subordinado al
suyo. Considero el telegrama de V.E. como la orden de
salida y, en consecuencia, pido al general Linares el
reembarco de las fuerzas que por indicación de
V.E. han desembarcado. Suplico a V.E. que confirme
la orden de salida, porque no está explícito
y sentiría mucho no interpretar bien las órdenes
de V. E.”