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Entre Repúblicas
Cuba y la guerra con los Estados Unidos (VI)
                                                

Guerra con los Estados Unidos.
Las dos escuadras traban combate.
El almirante Cervera es hecho prisionero.

 

Por Francisco Pi y Margall
y Francisco Pi y Arsuaga.


Pocos minutos después que el Teresa, embarrancaba el Oquendo en una playa como a media legua al Oeste del Teresa y también incendiado, y se perdieron de vista por el Oeste el Vizcaya y el Colón, perseguidos por la escuadra enemiga.

Al llegar Cervera al Gloucester encontró allí una veintena de heridos pertenecientes en su mayor parte a los caza-torpederos, los comandantes de éstos, tres oficiales del Teresa, el contador del Oquendo, reuniéndose hasta 93 personas pertenecientes a las dotaciones de la escuadra.

El comandante y los oficiales del yate recibieron a nuestros marinos con las mayores atenciones, esforzándose por atender sus necesidades, que eran de todo género, porque llegaban completamente desnudos y hambrientos.

Manifestó el comandante del yate a nuestro almirante, que como su buque era tan pequeño, no podía recibir aquella masa de gente, e iba a buscar un buque mayor que los embarcara.

Los insurrectos, con quienes el almirante había hablado, le habían dicho que tenían en su poder unos 200 hombres, entre los que había cinco o seis heridos, agregándole de parte de su jefe que si los españoles querían irse con ellos, les siguieran y les auxiliarían, a lo que Cervera contestó que le dieran las gracias a su jefe y le dijeran que nosotros nos habíamos rendido a los americanos; pero que si tenían médico, les agradecería que curara a una porción de heridos españoles que había en la playa, algunos de ellos muy graves.

Comunicó Cervera esta conversación con los insurrectos al comandante del yate y le suplicó que reclamara a nuestra gente. Prometió hacerlo el americano y envió al efecto un destacamento con bandera. Envió también algunos víveres, de que estaban en la playa muy necesitados.

Siguió después el yate hacia el Oeste, hasta encontrar el grueso de la escuadra, de la que se destacó el crucero auxiliar París, y el yate continuó frente a Cuba, donde recibió órdenes con arreglo a las que unos, entre ellos el almirante español, fueron trasbordados al Iowa y otros lo fueron a otros barcos, de ellos, los heridos al buque hospital.

Durante su permanencia en el yate pidió Cervera a los comandantes de los caza-torpederos noticia de la suerte que les había cabido, conociendo entonces su trágico fin.

Cuando llegó al Iowa, donde fue recibido con toda clase de honores y consideraciones, halló el almirante en el portalón al comandante del Vizcaya, que salió a recibirle con su espada ceñida, porque el comandante del Iowa no quiso que se desprendiera de ella, en testimonio de su brillante defensa.

En el Iowa estuvo Cervera hasta el 4 por la tarde, en que fue trasladado al San Luis, donde encontró al general segundo jefe y comandante del Colón.

Cuando estaba aún en el Iowa, se incorporó el almirante Sampson, y le pidió permiso para telegrafiar al general Blanco, lo que realizó en estos términos:

“En cumplimiento de las órdenes de V.E., salí ayer mañana de Cuba con toda la escuadra, y después de un combate desigual contra fuerzas más que triples de las mías, toda mi escuadra quedó destruida, incendiado y embarrancados Teresa, Oquendo y Vizcaya, que volaron; el Colón, según informes de los americanos, embarrancado y rendido; los caza-torpederos, a pique. Ignoro aún las pérdidas de gente, pero seguramente suben de 600 muertos y muchos heridos, aunque no en tan grande proporción. Los vivos somos prisioneros de los americanos. La gente toda rayando a una altura que ha merecido los plácemes más entusiastas de los enemigos. Al comandante del Vizcaya le dejaron su espada. Estoy muy agradecido a la generosidad e hidalguía con que nos tratan. Entre los muertos está Villaamil y creo que Lazaga; entre los heridos Concas y Eulate. Hemos perdido todo y necesitaré fondos.- Cervera.- 4 de Julio 1898.”

De este telegrama rectificó luego en la comunicación que extractamos la suerte del Plutón, que no fue echado a pique, sino que, sin poderse sostener a flote, consiguió embarrancar.