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Entre Repúblicas
Cuba y la guerra con los Estados Unidos (VIII)
                                                

Guerra con los Estados Unidos.
Las dos escuadras traban combate.
La suerte del crucero acorazado Vizcaya.

 

Por Francisco Pi y Margall
y Francisco Pi y Arsuaga.

 

Pareció en un principio el Vizcaya más afortunado que sus compañeros, pues gracias a la predilección que el enemigo mostró en los comienzos del combate por el Teresa y el Oquendo, pudo salir adelante con cierto desahogo, mas pronto, destruidos aquellos dos buques, hubo de hallarse frente a toda la escuadra americana, que desde aquel instante concentró sobre él su artillería.

Perdida en seguida, por su escaso andar, la ventaja alcanzada, la lucha fue terrible.

Desde que rebasó la punta de la Socapa, rompió el Vizcaya el fuego contra los buques enemigos, fuego que, muy nutrido en un principio, fue decreciendo en la batería de 14 cm. por los defectos de sus cañones y cargas. En las dos horas y media que duró el combate dispararon la oficialidad y dotaciones de la banda de babor 150 tiros.

Las averías de los cañones fueron muchas, dice Eulate, pero muy especialmente las ya conocidas de escupir las agujas, no cerrarse el cierre y no entrar los proyectiles. Cañón hubo que para poder disparar su carga se probaron antes siete, y otro que pasó de las ocho y que siempre entró en batería a fuerza de trabajos y golpes. En la batería baja fue siempre el fuego muy nutrido en las dos primeras horas, pero después fue tal el número de proyectiles enemigos que entraron e hicieron averías en las piezas de barlofuego, o sea de babor, que todas quedaron inútiles y la mayor parte desmontadas.

El número de bajas en la batería alta fue tal que, cuando aún disparaba uno de los cañones, ya no había gente que lo cubriera; y en la batería baja llegó momento en que por no haber sirvientes ni conductores para los cañones, hubo necesidad de disminuir la que se dedicaba a extinguir los continuos incendios que se desarrollaban, causa que, unida a que la tubería de contra-incendios quedó inútil por los tiros enemigos, hizo que aquéllos tomasen tal incremento que no fuese posible el extinguirlos. Se puede asegurar que el número de victimas en ambas baterías era, a las dos horas de empezar el combate, de 70 a 80, en su mayoría muertos, y entre ellos el comandante de la baja, teniente de navío don Julián Ristory y Torres, quien por su bravura merece un puesto de honor en los anales de la historia de nuestra Marina.

Por la valiente arremetida que al empezar el combate dio al enemigo el buque insignia, no fue el Vizcaya en un principio tan castigado de sus proyectiles, pues solamente dos de sus buques acorazados le hacían fuego; pero en la segunda hora, ya fue el blanco de cuatro: el Brooklyn por babor, Oregón por la aleta de la misma banda, Iowa por la popa y el New York por la aleta de estribor, pero muy cerrado a la popa, de modo que solamente con el cañón de 28 cm. de esta extremidad se podía responder al Iowa y New York. Los cañones de reductos de estribor pudieron disparar contra el New York cuatro o cinco tiros el de proa y popa; pero como aquel buque, después de hacer fuego por su banda de babor, guiñaba a la popa, resultaron muy inciertos.

Eran las 9h 35m cuando, continúa Eulate en su parte del día 6, ya fuera del puerto y arrumbados a montar Punta Cabrera, recibimos el primer tiro del enemigo, y a las 11h 50m, cuando ya sin poder hacer fuego con ninguna de las piezas da babor, traté de probar si el Brooklyn, que era el que más nos acosaba por babor, y el que estaba más cerca, nos esperaría para arremeterle, y con dicho objeto se guiñó a dicha banda; pero aquel barco hizo lo mismo, indicando que no quería emplear más que su artillería.

El que suscribe, herido en la cabeza y espalda, fue obligado a retirarse, para ser curado, en estado casi examine por la perdida de sangre, pero resignando el mando por el momento en el segundo comandante, con instrucciones claras y concretas para no rendir el barco y vararlo o incendiarlo antes que aquello pudiera suceder. En la enfermería me encontré al alférez de navío don Luis Fajardo, que le estaban curando de una herida muy grave en un brazo, y al preguntarle qué tenia, me dijo “que le habían herido un brazo, pero que aún le quedaba otro para la Patria”.

Ya estancada la sangre de mis heridas, subí de nuevo al puente y vi que el
segundo comandante había ordenado arrumbar a la tierra para varar, pues no
solamente no había cañones que pudiesen disparar y un incendio en la popa había tomado tal incremento que era imposible pensar en dominarlo, sino que vino a complicar más esta triste situación la iniciación de otro incendio en la plataforma de proa, producido por haber reventado un tubo de vapor y la explosión de una o varías calderas del grupo de proa.

A pesar de que el segundo comandante, capitán de fragata don Manuel Roldán y Torres, había obrado con arreglo a las instrucciones y si cabe sin haberse excedido, reuní inmediatamente a los oficiales que estaban más próximos, entre ellos al teniente de navío de primera don Enrique Capriles, y les pregunté si había alguno entre ellos que creyera se podía hacer algo más en defensa de la Patria y de nuestro honor, y unánimemente respondieron que no cabía hacer más.

Inmediatamente, para impedir que la bandera de combate pudiera servir de trofeo al enemigo, ordené al alférez de navío don Luis Castro que izara otra y arriara aquélla para ser quemada, operación que se efectuó con toda diligencia. A las 12h 15m y bajo un fuego nutridísimo de los cuatro acorazados ya dichos, varó el que fue crucero Vizcaya en los bajos del Aserradero y en condiciones que era imposible su salvamento, no sólo por la disposición del buque sobre los bajos y la índole de éstos, sino que también sabía habían de explotar todos los pañoles, sí bien dando tiempo para el salvamento, como sucedió.

Varado, ordené al segundo comandante que dispusiera todo para un salvamento inmediato, y éste, con algunos oficiales, fueron a tratar de arriar botes, pero como me diese cuenta de que sólo había uno útil, dispuse que éste fuese empleado con preferencia en transportar heridos, y autoricé para que todo el que supiese nadar y tuviese salvavidas o algo que flotase lo suficiente para mantenerlo, pudiera echarse al agua y tratar de tomar los arrecifes del bajo que estaba a unos 90 m. de la proa.

Este salvamento se hizo con todo orden, a pesar del espectáculo imponente que presentaba el buque ardiendo, explotando los repuestos de artillería y fusil y elevándose las llamas por encima de las cofas y chimeneas y con las planchas del costado al rojo. En el último bote de heridos fui embarcado por el tercer comandante y oficiales y trasportado a tierra, y allí me recogió un bote americano, que me condujo al lowa, dándome cuenta después el segundo comandante de que a bordo no habían quedado más que los muertos, pues él había dirigido el salvamento a popa de los que allí se habían refugiado a última hora y a quienes mandó tirar al agua agarrados a cabos que preventivamente se amarraron con toda seguridad, y en esta disposición esperaron él y los demás a ser recogidos y que efectivamente lo fueron por el bote de a bordo.

Excmo. Sr.: el comportamiento del comandante, oficiales y dotación del lowa, que fue el barco a que nos condujeron los botes americanos, fue en extremo delicado. Fui recibido con la guardia formada: al querer entregar mi sable y revólver a su comandante, no los quiso recibir porque no me había rendido a su barco, sino a cuatro acorazados, y que no tenia derecho a él.

El comportamiento de los oficiales y dotación fue brillantísimo, y muchos hechos heroicos que se registraron serán motivo de recomendación especial, si V. E. en su día lo ordenase.

De los heridos conducidos al lowa, murieron cinco al poco tiempo de llegar, y se hizo su entierro con los mismos honores que emplean los americanos con los suyos, formando la guardia y haciendo tres descargas de fusilería, entierro al que asistieron todos los prisioneros y que fue dirigido por el capellán del que fue Vizcaya.

Es todo cuanto tengo el honor de participar a V. E. al notificarle la pérdida de
mi buque, en combate con cuatro muy superiores, sin que se haya arriado la bandera y sin que el enemigo haya posado su planta en él, ni aún para el salvamento, faltando a su dotación el día de hoy 98 individuos.