Por
Francisco Pi y Margall
y Francisco Pi y Arsuaga.
Pareció
en un principio el Vizcaya más afortunado que
sus compañeros, pues gracias a la predilección
que el enemigo mostró en los comienzos del combate
por el Teresa y el Oquendo, pudo salir adelante con
cierto desahogo,
mas pronto, destruidos aquellos dos buques, hubo de
hallarse frente a toda la escuadra americana, que desde
aquel instante concentró sobre él su artillería.
Perdida en seguida, por su escaso andar, la
ventaja alcanzada, la lucha fue terrible.
Desde que rebasó la punta de la Socapa, rompió
el Vizcaya el fuego contra los buques enemigos, fuego
que, muy nutrido en un principio, fue decreciendo en
la batería de 14 cm. por los defectos de sus
cañones y cargas. En las dos horas y media que
duró el combate dispararon la oficialidad y dotaciones
de la banda de babor 150 tiros.
Las averías de los cañones fueron
muchas, dice Eulate, pero muy especialmente las ya conocidas
de escupir las agujas, no cerrarse el cierre y no entrar
los proyectiles. Cañón hubo que
para poder disparar su carga se probaron antes siete,
y otro que pasó de las ocho y que siempre entró
en batería a fuerza de trabajos y golpes. En
la batería baja fue siempre el fuego muy nutrido
en las dos primeras horas, pero después fue tal
el número de proyectiles enemigos que entraron
e hicieron averías en las piezas de barlofuego,
o sea de babor, que todas quedaron inútiles y
la mayor parte desmontadas.
El número de bajas en la batería alta
fue tal que, cuando aún disparaba uno de los
cañones, ya no había gente que lo cubriera;
y en la batería baja llegó momento en
que por no haber sirvientes ni conductores para los
cañones, hubo necesidad de disminuir la que se
dedicaba a extinguir los continuos incendios que se
desarrollaban, causa que, unida a que la tubería
de contra-incendios quedó inútil por los
tiros enemigos, hizo que aquéllos tomasen tal
incremento que no fuese posible el extinguirlos. Se
puede asegurar que el número de victimas en ambas
baterías era, a las dos horas de empezar el combate,
de 70 a 80, en su mayoría muertos, y entre ellos
el comandante de la baja, teniente de navío don
Julián Ristory y Torres, quien por su bravura
merece un puesto de honor en los anales de la historia
de nuestra Marina.
Por la valiente arremetida que al empezar el combate
dio al enemigo el buque insignia, no fue el Vizcaya
en un principio tan castigado de sus proyectiles, pues
solamente dos de sus buques acorazados le hacían
fuego; pero en la segunda hora, ya fue el blanco
de cuatro: el Brooklyn por babor, Oregón por
la aleta de la misma banda, Iowa por la popa y el New
York por la aleta de estribor, pero muy cerrado
a la popa, de modo que solamente con el cañón
de 28 cm. de esta extremidad se podía responder
al Iowa y New York. Los cañones de reductos de
estribor pudieron disparar contra el New York cuatro
o cinco tiros el de proa y popa; pero como aquel buque,
después de hacer fuego por su banda de babor,
guiñaba a la popa, resultaron muy inciertos.
Eran las 9h 35m cuando, continúa Eulate
en su parte del día 6, ya fuera del puerto y
arrumbados a montar Punta Cabrera, recibimos el primer
tiro del enemigo, y a las 11h 50m, cuando ya sin poder
hacer fuego con ninguna de las piezas da babor, traté
de probar si el Brooklyn, que era el que más
nos acosaba por babor, y el que estaba más cerca,
nos esperaría para arremeterle, y con dicho objeto
se guiñó a dicha banda; pero aquel barco
hizo lo mismo, indicando que no quería emplear
más que su artillería.
El que suscribe, herido en la cabeza y espalda, fue
obligado a retirarse, para ser curado, en estado casi
examine por la perdida de sangre, pero resignando el
mando por el momento en el segundo comandante, con instrucciones
claras y concretas para no rendir el barco y vararlo
o incendiarlo antes que aquello pudiera suceder. En
la enfermería me encontré al alférez
de navío don Luis Fajardo, que le estaban curando
de una herida muy grave en un brazo, y al preguntarle
qué tenia, me dijo “que le habían
herido un brazo, pero que aún le quedaba otro
para la Patria”.
Ya estancada la sangre de mis heridas, subí de
nuevo al puente y vi que el
segundo comandante había ordenado arrumbar a
la tierra para varar, pues no
solamente no había cañones que pudiesen
disparar y un incendio en la popa había tomado
tal incremento que era imposible pensar en dominarlo,
sino que vino a complicar más esta triste situación
la iniciación de otro incendio en la plataforma
de proa, producido por haber reventado un tubo de vapor
y la explosión de una o varías calderas
del grupo de proa.
A pesar de que el segundo comandante, capitán
de fragata don Manuel Roldán y Torres, había
obrado con arreglo a las instrucciones y si cabe sin
haberse excedido, reuní inmediatamente a los
oficiales que estaban más próximos, entre
ellos al teniente de navío de primera don Enrique
Capriles, y les pregunté si había alguno
entre ellos que creyera se podía hacer algo más
en defensa de la Patria y de nuestro honor, y unánimemente
respondieron que no cabía hacer más.
Inmediatamente, para impedir que la bandera de combate
pudiera servir de trofeo al enemigo, ordené al
alférez de navío don Luis Castro que izara
otra y arriara aquélla para ser quemada, operación
que se efectuó con toda diligencia. A
las 12h 15m y bajo un fuego nutridísimo de los
cuatro acorazados ya dichos, varó el que fue
crucero Vizcaya en los bajos del Aserradero y en condiciones
que era imposible su salvamento, no sólo
por la disposición del buque sobre los bajos
y la índole de éstos, sino que también
sabía habían de explotar todos los pañoles,
sí bien dando tiempo para el salvamento, como
sucedió.
Varado, ordené al segundo comandante
que dispusiera todo para un salvamento inmediato, y
éste, con algunos oficiales, fueron a tratar
de arriar botes, pero como me diese cuenta de que sólo
había uno útil, dispuse que éste
fuese empleado con preferencia en transportar heridos,
y autoricé para que todo el que supiese nadar
y tuviese salvavidas o algo que flotase lo suficiente
para mantenerlo, pudiera echarse al agua y tratar de
tomar los arrecifes del bajo que estaba a unos 90 m.
de la proa.
Este salvamento se hizo con todo orden, a pesar del
espectáculo imponente que presentaba el buque
ardiendo, explotando los repuestos de artillería
y fusil y elevándose las llamas por encima de
las cofas y chimeneas y con las planchas del costado
al rojo. En el último bote de heridos fui embarcado
por el tercer comandante y oficiales y trasportado a
tierra, y allí me recogió un bote americano,
que me condujo al lowa, dándome cuenta después
el segundo comandante de que a bordo no habían
quedado más que los muertos, pues él había
dirigido el salvamento a popa de los que allí
se habían refugiado a última hora y a
quienes mandó tirar al agua agarrados a cabos
que preventivamente se amarraron con toda seguridad,
y en esta disposición esperaron él y los
demás a ser recogidos y que efectivamente lo
fueron por el bote de a bordo.
Excmo. Sr.: el comportamiento del comandante,
oficiales y dotación del lowa, que fue el barco
a que nos condujeron los botes americanos, fue en extremo
delicado. Fui recibido con la guardia formada: al querer
entregar mi sable y revólver a su comandante,
no los quiso recibir porque no me había rendido
a su barco, sino a cuatro acorazados, y que no tenia
derecho a él.
El comportamiento de los oficiales y dotación
fue brillantísimo, y muchos hechos heroicos que
se registraron serán motivo de recomendación
especial, si V. E. en su día lo ordenase.
De los heridos conducidos al lowa, murieron cinco al
poco tiempo de llegar, y se hizo su entierro con los
mismos honores que emplean los americanos con los suyos,
formando la guardia y haciendo tres descargas de fusilería,
entierro al que asistieron todos los prisioneros y que
fue dirigido por el capellán del que fue Vizcaya.
Es todo cuanto tengo el honor de participar a V. E.
al notificarle la pérdida de
mi buque, en combate con cuatro muy superiores, sin
que se haya arriado la bandera y sin que el enemigo
haya posado su planta en él, ni aún para
el salvamento, faltando a su dotación
el día de hoy 98 individuos.