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Entre Repúblicas
Memorial para el conde de Romanones
                                                

 

Memorial para el Excmo. Sr. Conde de Romanones.

Por Eduardo Barriobero y Herrán.

 

Señor:

Yo no he tenido el honor de estrechar la mano de V.E. ni aun por fórmula; pero todos los días el recuerdo de V.E. perturba y molesta mi sueño, que antes era tan plácido como corresponde a un hombre que vive con la conciencia limpia y tranquila.

Y no es por efecto de una atracción que en mí pueda ejercer lo desconocido, ni de un deslumbramiento. Es, sencillamente, que el conde de Romanones es la muralla constantemente opuesta al desbordamiento de mi actividad y a la corriente caudalosa de mi esperanza.

Tampoco se trata de una manía persecutoria. Sé que V.E. no me conoce y que a V.E. no le estorbo, y que, aun cuando lo pretendiera, no podría causarle daño.

Son ya muchos los pleitos y son ya muchas las causas criminales que me han puesto en ocasión de contemplar con lágrimas en los ojos cómo la balanza de la justicia se ha inclinado, al parecer, caprichosamente. Y como aún no comulgo en la Iglesia de Montero Ríos, quien dijo, cuando ejercía de abogado, que las causas y los pleitos se defienden como propios y se pierden como ajenos, he demandado siempre con terca insistencia la causa de tales monstruosidades. Y no ha faltado quien me haya hecho ver la mano poderosa de V.E., que oprimía uno de los platillos del artefacto de Themis.

¿Cuándo? Todos los días. Ayer fue condenado un panadero, a quien, después de concienzudo estudio, le retiró la acusación un fiscal inteligente y recto. Pero la sostuvo el acusador, y éste y su patrocinado son conocidos romanonistas. Otro día, se da la enormidad de que un homicida insolvente esté en libertad hasta la celebración del juicio, amparado en el privilegio de haber nacido en la provincia de Guadalajara. ¿Recuerda V.E. el caso? A éste lo defendí yo, y tuve el gusto de que V.E. me lo reconociera con interés. Pude servir a V.E., y esto me compensa en parte de la pérdida de mis honorarios, pues el alcarreño no me pagó. Otra vez, se niega la indemnización por accidente del trabajo a la viuda de un obrero que falleció cuando trabajaba para un patrono que a mi presencia dijo ser íntimo de V.E. En otra ocasión, cometen estafa entre un amo y un criado, y se libra el amo, conocidísimo muñidor electoral de V.E. También se ha dicho que Coll… Pero, ¿a qué seguir? Los casos son innumerables, señor conde, y como en casi todos ellos suelo ser yo el perjudicado, es preciso que busquemos una fórmula de avenencia.

Tal vez el señor conde prodigue las recomendaciones tanto como la serenísima infanta doña Isabel y no se cuide de que surtan o no surtan efecto; pero sepa V.E. que las suyas los surten siempre por dos razones capitales: la primera, porque nuestras viejas leyes civiles y penales están tan sobadas, horadadas y maltrechas, que es muy fácil adaptarlas a la voluntad del amigo a quien se desea servir, y la segunda, porque todos nuestros jueces necesitan ser políticos. Compruebe V.E. cómo en toda España están postergados en su carrera los que no lo son.

O deje V.E. de recomendar individuos a los probos dispensadores de la justicia nacional, o déme una recomendación colectiva para todos mis clientes. Su número se acerca hoy a quinientos, y había pensado enviarlos en manifestación al domicilio de V.E. con esta pretensión; pero a fin de molestar menos a V.E., le dirijo este memorial, preferible, sin duda, a los tumultos callejeros.

Ciérrese a la banda, señor conde, para todos o envíeme esa recomendación colectiva.

La Justicia, ese medio millar de familias que por mi voz pide a la Justicia honra, pan o libertad, y yo, se lo agradeceremos cordial y efusivamente.

B.S.M.S.S.S.