EL FRACASO DEL DIRECTORIO
El
primer acto de Primo de Rivera fue lanzar una manifiesto
en el que incitaba a todos los españoles a que
ejerciesen la delación, prometiéndoles
una impunidad absoluta. Su ideal fue volver España
al tiempo de las acusaciones sin prueba, de los autos
de fe, ejerciendo de Gran Inquisidor. Todos podían
llevarle delaciones con la certeza de que el guardaría
un secreto absoluto sobre su origen. Afortunadamente
para la honra de España, muy pocos respondieron
a este manifiesto desmoralizador e infame.
Como
había iniciado su revolución al grito
de ¡Abajo los políticos ladrones!, necesitó
probar que todos sus antecesores en el gobierno habían
hecho escandalosos robos, pero hasta la fecha, después
de trece meses de dictadura, todavía no ha podido
probar nada.
El
personaje civil, objeto de sus odios y persecuciones,
fue el señor Alba. Este ministro de la monarquía,
relativamente joven y de convicciones liberales, resultó
una especie de "bestia negra" para Primo de
Rivera y sus acólitos del Directorio. Se explica
esto por el hecho de que durante sus períodos
de gobernante, el señor Alba intentó
establecer un impuesto sobre las utilidades de los aprovechadores
de la guerra; decretó que la enseñanza
católica no debía ser obligatoria en las
escuelas, respetándose las creencias de los niños
cuyas familias no profesasen la religión oficial,
e impuso por primera vez el pago de tributos a las órdenes
religiosas, igualándolas con las asociaciones
civiles. Esto bastó para que las gentes de la
derecha, sostenedoras del Directorio, le mirasen como
un demagogo digno de sus ataques y calumnias.
Además,
el rey odia a Alba porque siendo ministro se atrevió
a discutir con él, cuando pretendía
salirse de sus atribuciones de monarca constitucional.
Por otra parte, dicho ministro osó realizar por
cuenta propia el rescate de los prisioneros en el Riff,
rescate que no hubiesen conseguido nunca los generales,
y poco antes del golpe de estado hizo relevar a algunos
de estos por ineptitud o desobediencia.
Los
pretorianos del Directorio en el momento de su triunfo
habrían asesinado al señor Alba, de permanecer
éste en San Sebastián al lado del rey.
No ignoraba Alfonso XIII tales propósitos y,
sin embargo, no dio ningún aviso a su ministro.
Este, afortunadamente para él, pasó
la frontera y se refugió en Francia. Dejándose
matar habría perdido no sólo la vida,
sino también la honra, cayendo envuelto en las
acusaciones de latrocinio que el verboso Primo de Rivera
distribuye con su inagotable generosidad de charlatán.
Nombró éste, nada menos, que a un ayudante
suyo juez especial en el proceso formado por el Directorio
al señor Alba. Todos los papeles particulares
de dicho ministro, hasta los más íntimos,
cayeron en poder de los militares vencedores y, sin
embargo, no ha podido probársele hasta la fecha
un solo hecho delictuoso. Primo de Rivera, creyendo
en la torpeza de su ayudante, designó a un juez
civil, un juez de carrera, hijo de un antiguo criado
de su familia. El nombramiento no podía ser más
parcial e interesado. Y sin embargo, este juez doméstico
se ha visto obligado a absolver a Alba después
de ocho meses de una rebusca arbitraria y de amenazar
a los testigos para que dijesen cosas contrarias a la
verdad.
Igual
fracaso ha sufrido la tiranía militarista al
buscar pruebas de sus afirmaciones calumniosas procesando
a otros hombres políticos. Los terribles ladrones,
cuya impunidad justificaba, según algunos, la
sublevación de Primo de Rivera, no han aparecido
por ninguna parte.
El
Directorio hizo una revolución contra la inmoralidad
y resultó, desde los primeros días de
su triunfo, que la inmoralidad llegaba con él.
Todos conocen uno de los primeros actos del dictador
Primo de Rivera, eterno tertuliano de las casas de juego
y de las casa de ventanas cerradas donde se expende
el amor fácil.
La
familia de un empresario de teatro de Madrid, reblandecido
por los años y los excesos, denuncia a la justicia
el secuestro en que se hallaba éste bajo el poder
de cierta trotadora de aceras, apodada la Caoba, sin
duda por el color de su piel. El juez, al enterarse
de que la Caoba daba cocaína y otros estupefacientes
a su viejo amigo, ordenó su procesamiento...
Y es, al llegar a este punto, cuando el director encargado
de hacer la felicidad de España, olvida sus importantes
ocupaciones para concentrar todas sus facultades de
guerrero y estadista en la solución de dicho
caso. Sin duda, las amigas que le tutean por la noche
en los burdeles de Madrid, solicitaron su auxilio.
-Miguelito, tú que eres tan bueno, debías
socorrer a la pobre Caobita.
Y Miguelito escribió al juez para que diese por
terminado el asunto no molestando más a la cortesana
de bajo vuelo. El juez, en defensa de sus derechos
y de la potestad civil, repuso que la justicia no recibe
órdenes y él continuaría ajustándose
a su deber, añadiendo que iba a hace figurar
en el proceso la carta que le había enviado el
dictador. Éste apeló entonces al Tribunal
Supremo, jefe de la justicia española, para que
castigase al juez. El presidente contestó que
su subordinado había procedido con rectitud no
atendiendo ninguna recomendación y que él
aprobaba su conducta de juez íntegro. Entonces,
Miguelito, por dar gusto a sus amigas matriculadas en
el Gobierno Civil de Madrid, persiguió al juez
y obligó al presidente del Tribunal Supremo a
que pidiese su retiro. Todo por la Caobita. ¡Viva
la moralidad!
Este
dictador, que proclamó la delación un
virtud pública, ejerce como dogma de gobierno
la violación de la correspondencia y hace abrir
las cartas, condenando a los ciudadanos por lo que dicen
en ellas confidencialmente.
Mi amigo, el eminente escritor Miguel de Unamuno,
una de las inteligencias más poderosas de la
Europa contemporánea, y varón de austeras
virtudes, fue sentenciado a la deportación en
una isla de Canarias por haber escrito una carta a un
amigo suyo de la Argentina manifestando sus impresiones
sobre el Directorio, carta que dicho amigo publicó
por su cuenta en un diario de Buenos Aires.
También
el ex ministro conservador señor Osorio y Gallardo
envió una carta al señor Maura, político
de la extrema derecha, contándole un negocio
sucio que acababa de realizar el Directorio. Primo
de Rivera hizo abrir la carta y metió en la cárcel
a Osorio y Gallardo.
Otras
veces, basta un artículo en un periódico
de carácter profesional, en el que no se ha fijado
la previa censura, para que su autor se vea perseguido.
El marqués de Cortina fue deportado a Canarias
por un estudio financiero en el que hablaba de los errores
económicos del Directorio.
Primo
de Rivera, que se preocupa como un comediante de sus
efectos escénicos y desfigura la verdad tranquilamente
para conseguir un aplauso momentáneo, sabe que
él y sus compañeros de generalato no
pueden continuar en el poder si muestran una brutalidad
descaradamente soldadesca. Por eso se ha preocupado
de fundar un partido civil titulado Unión Patriótica,
con el propósito de dejar aparentemente el poder
en manos de estos comparsas vestidos de paisano, para
continuar él gobernando, metido entre bastidores.
El
dictador, como muchos de sus compañeros de gobierno
y de mando militar, sirve para todo...¡para todo!
¡menos para su oficio que es hacer la guerra con
éxito! Este hombre, que asesinó la
Constitución de su país, con el pretexto
de que así podrían dirigir los militares
con más soltura las operaciones de guerra, ha
pasado diez meses sin acordarse de la guerra ni del
ejército que vivía casi olvidado en Marruecos,
en una inactividad inexplicable, hasta que la ofensiva
de los marroquíes vino a sorprenderle en peores
condiciones que en 1921, o sea, cuando gobernaban los
hombres civiles. Primo de Rivera se ocupaba mientras
tanto en ir de provincia en provincia recibiendo ovaciones
preparadas casi a viva fuerza por sus acólitos
y organizando la llamada Unión Patriótica.
El
lector sabe que todos los hombres políticos de
España -incluso el señor Maura, al que
es justo reconocer que siempre fue un recio sostenedor
del poder civil-, se retiraron de la vida pública,
dejando a Primo de Rivera que lo arreglase todo por
sí mismo, ya que es el Mesías español
y los demás unos ladrones.
Miguelito
ha intentado copiar a Mussolini, pero torpemente, con
un mimetismo de histrión, como él hace
todas las cosas. Mussolini viene de abajo, tiene
un partido detrás de él, se apoya en las
masas populares que lo elevaron hasta el poder. El sobrino
"heroico" del viejo Primo de Rivera ha empezado
por asaltar el poder y luego intentar fundar, de arriba
abajo, un partido político para dar cierta justificación
a su escalo del gobierno, realizado con las agravantes
de fractura y nocturnidad.
Como
tiene unos cuatro mil militares colocados con triple
sueldo al frente de los ayuntamientos y otros organismos,
los cuales ejercen una especie de Terror, ha ido formando,
gracias a esta red de pequeños procónsules,
las primeras agrupaciones de la Unión Patriótica.
A pesar de que ofrece carteras de ministro a todo el
que quiera figurar en el futuro gabinete, no ha encontrado
un personaje conocido que se preste a ser su comparsa,
actuando en un falso ministerio civil que sería
la segunda evolución de su dictadura.
La
gran página de la vida política del dictador
es el viaje a Italia con su protegido y prisionero:
Alfonso XIII. El tirano con uniforme se fue a banquetear
con Mussolini, tirano cursi de chaqué y polainas
blancas, al que hay que reconocer, sin embargo, una
gran superioridad sobre este militar verboso. Sin
duda, el antiguo obrero italiano, que cultiva la anchura
de su frente a lo Napoleón y únicamente
permite que le encuentren cierto parecido con Julio
César, a causa de su porte majestuoso, debió
torcer el gesto cada vez que Miguelito lo trató
como un compañero, titulándose el mismo
el "Mussolini de España".
Alfonso
XIII, por su parte, dio pruebas de discreción,
oportunidad y espíritu moderno, leyendo ante
el Papa su famoso discurso. Para descargo del monarca,
debo hacer público que el tal discurso no es
suyo. Se lo escribió el padre Torres, famoso
jesuita residente en Madrid y la obra resulta digna
de su verdadero autor. Hasta el Papa, según parece,
se espantó de una intransigencia religiosa tan
absurda, de un espíritu católico tan estrecho,
burdo y retrógrado.
El
rey de España habló en nombre de los españoles,
todos los cuales son católicos según él,
olvidando que hay españoles de creencias puramente
civiles. A juzgar por el discurso de Alfonso XIII, únicamente
se puede ser español y persona honrada siendo
católico.
Además,
con una discreción que no podía resultar
más inoportuna, recordó que España
se había batido siempre contra los musulmanes
y añadió que seguiría batiéndose
en África para implantar la cruz, imponiéndosela
a los secuaces de Mahoma.
Los
representantes de España en Marruecos, para conseguir
la sumisión de los rifeños, vienen desde
hace años afirmando que el gobierno español
reconocerá la religión de los mahometanos
y la respetará, como Inglaterra, Francia y
otros países respetan en sus colonias las religiones
de sus habitantes. Pero el biznieto del Fernando VII,
en unos cuantos minutos, destruyó esta obra de
propaganda, leyendo el discurso escrito por el padre
Torres, según el cual España tiene la
misión de imponer la cruz a los mahometanos.
Abd-el-Krim,
que es una especie de español vestido de moro,
y por haber pasado la mayor parte de su vida en Melilla
al servicio de España, conoce perfectamente a
muchos de sus generales y a Alfonso XIII, no desperdició
una ocasión tan propicia para sus planes, e hizo
traducir al árabe la pieza literaria del jesuita
leída por el rey, repartiéndola en todas
las tribus de Marruecos que la monarquía española
considera bajo su protectorado.
Hay
que saber lo que significa para los mahometanos el Papa
y una promesa como la que hizo en el Vaticano Alfonso
XIII. El tal discurso reanimó la causa de Abd-el-Krim,
dando a éste más partidarios que si repartiese
millones. La guerra tomó un carácter religioso
gracias al discurso del rey, extendiéndose a
la parte occidental, pacífica hasta entonces.
¡Pensar
los muchos centenares de españoles que van muertos
por esta discreta y oportuna pieza oratoria de Alfonso
XIII y el padre Torres!
Si el discurso no fue acogido con una tempestad de aplausos,
hay que reconocer que ha provocado una tempestad de
balas.
Cuando
en el viaje a Italia pasó Alfonso XIII por Valencia,
pronunció otro discurso a los postres de un banquete.
El rey de España y Primo de Rivera siempre se
sienten oradores a los postres de los banquetes y se
expresan con la prudencia del ebrio, si es que no cuentan
de antemano con un discurso escrito por un jesuita,
y les obligan a improvisar.
El
rey afirmó que los políticos que habían
gobernado con él eran ladrones en su inmensa
mayoría y todos ellos ineptos en absoluto, añadiendo
que si el Directorio no los hubiese arrojado del poder,
habría acaba él solo por encargarse de
hacerlo. Tan estúpido e inoportuno resultó
el discurso que, no obstante ser obra del rey, los individuos
del Directorio residentes en Madrid, que por no haber
asistido al banquete tenían el cerebro más
claro para juzgar las cosas, prohibieron a los diarios
que lo publicasen.
Pero
el discurso existió y es oportuno que no caiga
en el olvido. Ahora, Alfonso XIII es prisionero del
Directorio y recuerda con nostalgia sus dúctiles
y obedientes ministerios de hombres civiles que le ponían
a veces algunas trabas, pero acababan por cumplir sus
voluntades. Le ha ido muy mal con los soldados del Directorio
por ser gentes de su misma especie y mentalidad. Sueña
con que el tiempo y los desastres le libren de estos
crueles preceptores y en tal caso, buscará con
su hipocresía sonriente el apoyo de sus antiguos
ministros. No sé si éstos se acordarán
entonces de este discurso alcohólico pronunciado
en Valencia: "casi todos mis ministros fueron ladrones
y todos ellos, en absoluto, ineptos e imbéciles."
El
fracaso del Directorio no puede ser más absoluto
en todos los órdenes de su actividad política
y militar. Habló de numerosos ministros que iba
a meter en la cárcel; por terribles inmoralidades
que pensaba descubrir. Hasta ahora no ha metido en la
cárcel más que a gentes honradas a quienes
abrió las cartas como un ratero. No ha descubierto
ninguna inmoralidad de políticos conocidos, y
eso que apeló a los más innobles e inquisitoriales
procedimientos contra Alba y otros personajes. Toda
su moralización ha consistido en dejar cesantes
a unos cuantos empleados que iban tarde a sus oficinas
y en procesar a secretarios de pequeños ayuntamientos
que cometieron irregularidades de poca monta o descuidos
propios de una administración estacionaria. Algunos
de estos empleados insignificantes, gentes tímidas,
aterradas por el despotismo militar, se han suicidado.
El pueblo español, convencido de la mentira moralizadora
del Directorio, repite una frase cruel:
-Nos prometió carne de ministro y sólo
nos ha dado huesos de pobres empleados.
En
cambio, se ha hecho patente la inmoralidad más
repugnante y descarada en el seno del ejército.
La actual guerra de Marruecos resulta un pretexto para
el latrocinio. Jamás se conocieron en el ejército
español tantos robos, y como en él existen
muchos hombres honrados que callan por disciplina, puede
decirse que el ejército en general sufre una
vergüenza silenciosa por las rapiñas de
una minoría que el Directorio no ha castigado
nunca. Los militares que viven austeramente de su
sueldo y cuyas familias no gastan un lujo de millonario,
desean ver sentenciados a los compañeros indignos
que se enriquecen con la guerra. Primo de Rivera no
quiere este castigo, no le conviene, pues disgustaría
con él a muchos allegados suyos que le apoyan.
El
general Bazán, espíritu justiciero, fue
comisionado para averiguar los robos cometidos en el
ejército de Marruecos, y desde los primeros momentos
de su honrada gestión empezaron a salir a la
luz enormes rapiñas que representaban muchos
millones de pesetas.
Pero
Miguelito, por compañerismo o por lo que sea,
echó tierra al asunto y hasta ahora nada se ha
hecho que demuestre un deseo de moralización
enérgica. El Directorio sólo ve ladrones
allí donde hay hombres civiles; el que lleva
uniforme no puede robar. Y los militares que verdaderamente
no han robado, sufren por esta falta de justicia, pues
sirve para que confundan a los buenos con los malos
y aumente el escepticismo general.
Pero
donde el fracaso del directorio resulta más extremado
y tristemente grotesco es en lo referente a las operaciones
de guerra. Jamás, en tiempos de los ministerios
civiles, sufrieron las tropas españolas un fracaso
tan enorme como el último ni se sublevó
la parte occidental de Marruecos.
Uno
de los motivos de la animadversión de los general
ineptos contra el último gobierno constitucional
fue que, según ellos, los ministerios de hombres
civiles no les permitían, con sus restricciones,
hacer una guerra victoriosa. Al señor Alba, que
presentó con frecuencia objeciones a los disparatados
planes de los generales, le odiaron como un traidor
a la patria y desearon su muerte "porque estaba
quitando al ejército días de gloria."
Triunfó
el Directorio completamente; no tuvo ningún obstáculo;
prodigó con el mayor derroche de dinero y hombres,
y sin embargo, el fracaso no ha podido ser más
ruidoso. Por lo pronto, estos generales metidos a gobernantes
que debían haber hecho la guerra inmediatamente,
permanecieron diez meses sin acordarse del ejército.
Las tropas se mantuvieron todo ese tiempo en sus antiguas
posiciones sin intentar ningún avance, lo mismo
que estaban en tiempos del gobierno constitucional.
Únicamente se han movido cuando Abd-el-Krim,
que es el que dirige en realidad las operaciones, les
atacó, derrotándoles.
Primo
de Rivera, después de recibir el último
golpe y verse obligado a una retirada, intenta justificar
los porrazos que le han dado diciendo que él
siempre fue partidario del repliegue de las tropas a
las posiciones de la costa. Si es así, ¿por
qué no realizó esa retirada desde el primer
momento de su gobierno? ¿A qué sublime
plan ha obedecido el permanecer diez meses haciendo
viajes de triunfador por las provincias de España
y dejando olvidado al ejército?
Este
rayo de la guerra lo que hizo fue creer ilusoriamente
que podría mantener las tropas en sus antiguas
posiciones todo cuanto le diera la gana, esperando una
ocasión propicia para conseguir algún
avance que proporcionase falsa gloria a su Directorio.
Pero no contó con que Abd-el-Krim, su antiguo
compañero en Melilla, es más general que
él. No pudo sospechar que éste corría
de la zona oriental a la occidental, llevando la guerra
a territorios hasta hace poco relativamente tranquilos.
Además,
Primo de Rivera ha contribuido poderosamente a este
desastre con uno de sus discursos. La oratoria de él
y de Alfonso XIII no pueden ser más fatales para
España. Estos dos aprendices de tribuno, moviendo
sus lenguas, causan más daño a la nación
que las armas de los enemigos.
Ya
hemos dicho como el regio lector de la elucubración
del jesuita Torres prestó un servicio sangriento
a España. Miguelito, no menos discreto y prudente
que Alfonso XIII, creyó necesario a los postres
de un banquete en Málaga (¡siempre a la
hora de las grandes copas!) comunicar a sus compañeros
de mesa los planes militares en Marruecos, y anunció
en un discurso, reproducido luego por los periódicos,
que iba a abandonar gran parte de los territorios ocupados
en África, limitándose a defender las
antiguas plazas españolas.
Yo
sé que el mariscal Leautey, gran especialista
en asuntos marroquíes, se llevó las manos
a la cabeza, escandalizado por la imprudencia estúpida
de tal discurso.
-Esas cosas -dijo- se hacen si son necesarias, pero
no se publican con anticipación.
Efectivamente,
el discurso de Primo de Rivera anunciando la retirada,
fue traducido al árabe por Abd-el-Krim para que
circulase entre las tribus de occidente y produjo un
efecto fulminante. Los moros amigos de España
o simplemente neutrales, se apresuraron a sublevarse
contra los españoles, atacándolos. Necesitaban
tomar una actitud antes de que los dejasen solos nuestras
tropas en retirada y quedasen ellos sometidos al vencedor
Abd-el-Krim. Quisieron ser amigos de éste cuanto
antes; hacer méritos para evitar su castigo...
Y todos marcharon con belicosa emulación contra
los soldados españoles, gracias a la imprudencia
del hablador y petulante Miguelito.
El
desastre en Marruecos occidental ha sido el mayor, durante
las últimas semanas, que el desastre de Annual
de 1921. El ejército, guiado por el Directorio,
ha sufrido 17.000 bajas. En poder de Abd-el-Krim existen
en este momento más de dos mil prisioneros. Han
quedado abandonadas en manos de los marroquíes
cantidades considerables de artillería y municiones.
El caudillo rifeño se ha apoderado de parques
enteros.
Además,
muchos de los naturales de esta zona, sublevados previsoramente
por el aviso que les dio el discurso de Primo de Rivera,
estaban armados con fusiles que les habían entregado
los mismo generales de España.
Abd-el-Krim
sonríe ante las afirmaciones de ciertos bodoques
amigos del Directorio, que dijeron en otro tiempo, por
espíritu reaccionario, que era Francia la que
daba a los rifeños armas para luchar, y ahora
aseguran que es Inglaterra la que proporciona dicho
material.
-¿Para qué necesito que me den armas las
otras naciones de Europa? -contesta el jefe marroquí-.
Me basta con las que me proporcionan los generales españoles
en sus retiradas y sus derrotas.
Y así es; tal vez no llegue a emplearlas todas.
Con tanta abundancia se las regalan Primo de Rivera
y sus colegas en desastres.
Mientras
el dictador hacía discursos de propaganda en
Galicia, las tropas permanecieron olvidadas en sus posiciones,
en una situación tal vez peor que la de 1921.
Cinco mil marroquíes al mando de Abd-el-Krim
corriéndose de oriente a occidente, han bastado
para hacer sufrir este desastre, peor que el de Annual,
a un ejército de diez mil hombres. Es verdad
que este ejército tiene al frente a Napoleón
Primo.
La
derrota de la zona occidental ha abundado en episodios
de heroísmo... pero, al fin, es una derrota.
Muchas posiciones sólo se rindieron cuando lo
ordenó por teléfono el presidente del
Directorio. En una de ellas, un oficial encargado
del mando, sabiendo lo que es caer prisionero de los
marroquíes, remató con el revólver
a los heridos y luego se mató él. Mas,
antes de suicidarse, dejó escrita una breve carta
en la que maldice a Primo de Rivera y lo envía
a... donde se merece. La carta de este mártir
del deber es el mejor comentario del fracaso militar
del Directorio.
Ha
fracasado igualmente en la cuestión social. No
ha hecho nada para resolverla o aminorarla, ni podrá
hacerlo. La gente que sólo ve las exterioridades
y no se para a reflexionar, dirá que en este
momento no hay atentados en Barcelona y otras ciudades.
Efectivamente, no los hay porque el país se halla
en estado de guerra. Tampoco los hubo cuando era gobernado
por ministerios civiles y declaraban el estado de guerra.
Pero dicho estado excepcional no puede prolongarse indefinidamente,
así como tampoco se prolongan en el cuerpo humano
las situaciones excepcionales creadas por anestésicos
y soporíferos. Algún día será
preciso volver a la normalidad y seguramente se reproducirán
entonces los mismos atentados, pues el Directorio militar
no ha suprimido sus causas, antes bien las ha exacerbado.
Los atentados por cuestiones sociales sólo pueden
remediarse sustituyendo completamente el régimen
actual.
Como
la situación perpetua de guerra en que ha sido
colocada España por el Directorio y las arbitrariedades
del despotismo militar fomentan la inseguridad y el
miedo, las gentes viajan menos, cada uno permanece en
su casa, los hoteles están vacíos y el
comercio sufre la consecuente paralización. Gracias
al Directorio, la peseta baja de valor todos los meses
y el precio de las cosas sube de un modo alarmante.
Las subsistencias resultan cada vez más caras.
La vida del español pobre va siendo casi imposible
bajo el gobierno de estos sostenedores del orden a estilo
de cuartel y fomentadores del hambre que favorece la
obediencia. Un año más de Directorio y
se completará la catástrofe financiera
y la bancarrota nacional.
Hay
que decir, aunque sea brevemente, lo que ha hecho este
gobierno moralizador en el orden económico. Podía
haber realizado reformas con más facilidad que
los ministerios civiles, por no tener que vencer obstáculos
tradicionales. Pero no ha hecho otra cosa que consagrar
los viejos abusos y suprimir las pocas reformas liberales
que en el orden financiero habían hecho los ministerios
civiles. Por ejemplo, ha exonerado a las sociedades
religiosas de pagar contribución suprimiendo
la ley que les obligaba a ello. Pero temiendo los
comentarios, ha prohibido a la prensa que hable de esta
medida retrógrada. Ha fingido economías
que no existen, ha amortizado algunos empleos pequeños
al mismo tiempo que ha creado grandes plazas para generales.
El mismo Primo de Rivera se ha aumentado el sueldo,
atribuyéndose 60.000 pesetas para gastos de representación,
lo que no había osado hacer ningún
presidente civil de los gobiernos anteriores. La
deuda flotante ha aumentado en un año de Directorio
cerca de MIL MILLONES de pesetas.
Durante
el régimen constitucional, o sea, hasta hace
un año, la peseta se cotizaba con veintiséis
céntimos de pérdida, relativamente al
tipo oro. Ahora, bajo el despotismo de los generales,
pierde ya la peseta el cincuenta por ciento y su caída
irá continuando mansamente.
Para
conservar bien supeditado al país, prodiga el
Directorio dietas y gratificaciones, como no lo hizo
ningún gobierno. Existen actualmente cuatro mil
militares con empleos civiles. Unos son delegados
del gobierno. Otros ocupan puestos en la administración
pública. Los delegados militares que figuran
al frente de los distritos fiscalizan los municipios,
hablan a gritos a los alcaldes como si fuesen reclutas,
gobiernan los pueblos lo mismo que cuarteles y dan sus
disposiciones conservando en la mano el latiguillo de
montar. Estos delegados cobran su sueldo de oficial,
una gratificación del gobierno y una remuneración
votada por los ayuntamientos que viven aterrados bajo
su arbitrariedad de pequeños procónsules.
Total, tres pagas. Aparte de esto, los ayuntamientos
tienen obligación de proporcionarles casa gratuitamente
para ellos y sus familias.
Todos
los comisarios del Terror militarista son protegidos
de Primo de Rivera y el principal núcleo de sus
admiradores y sostenedores. Cuando el dictador viaja
por las provincias, estos delegados con espuelas llevan
a los ayuntamientos, lo mismo que si fuesen rebaños,
a tributar ovaciones a Primo de Rivera, proclamándolo
el Salvador de España.
Como
el presidente del Directorio es hombre sin escrúpulos,
que vive alegremente con la mentira y busca éxitos
escénicos lo mismo que un comediante, se vale
de todas estas gentes aterradas para engañar
a su vez al resto del país. Alcaldes y secretarios
y ayuntamientos firman por miedo todo lo que les exigen
los delegados militares, y de este modo el Directorio,
con estadísticas falsificadas, pretende hacer
creer que bajo su mando se han conseguido las mayores
moralizaciones y aumentado de un modo nunca visto los
ingresos públicos.
Miguelito
en el fondo no es mala persona. Aprovecho la ocasión
para declararlo. Hasta ahora no ha matado a nadie y
lo creo incapaz de ordenar el asesinato de Matteotti.
Es verdad que tampoco necesita preocuparse de estas
iniciativas. Tiene dentro de casa quien se encargue
de asesinar.
El
y todos los generales del Directorio son simplemente
unos figurones, cuyo mayor defecto consisten en creerse
con una superioridad mental y una sabiduría guerrera
que nunca tuvieron. Tal es la ridícula soberbia
de estos pobres hombres que acusan a todo el que los
censura de enemigos de la patria. ¡Como si ellos
fuesen la patria!... Pero al lado de dichos arlequines
funciona como ministro de la Policía un verdadero
facineroso, el general Martínez Anido que todo
el mundo conoce en España. Este individuo lleva
sobre su conciencia (si es que la tiene), más
de quinientos homicidios cometidos por medio de asesinos
llamados "pistoleros" que matan a sus órdenes.
Todos
los criminales encerrados actualmente en los presidios
de españoles tienen una historia más corta
que la de este hombre. Martínez Anido ni siquiera
puede ofrecer la excusa de ser un terrible y desinteresado
verdugo al servicio del orden, como los generales que
dirigían la policía de los zares en tiempos
del absolutismo ruso o como su difunto cómplice,
el coronel Arlegui, alcohólico y demente. En
él van unidos la voluptuosidad roja de la matanza
y el amor al dinero.
Los
que conocen su vida como gobernador de Barcelona calculan
que se llevó de ella mucho más de un millón
de pesetas. Al mismo tiempo que ordenaba diariamente
asesinatos, se hacía pagar contribuciones cuantiosas
por las casas de juego, las casas de prostitución
y los espectáculos lascivos. Una parte de estos
tributos deshonestos los destinaba a establecimientos
benéficos, el resto se lo guardó siempre
sin dar cuentas. El diputado Layret (un paralítico)
se propuso hablar de esto en el Congreso, pero antes
de que pudiera hacerlo fue asesinado en una calle de
Barcelona.
Primo
de Rivera y los otros generales del Directorio pueden
darse el lujo de parecer bondadosos y falsamente tolerantes.
Su camarada Martínez Anido se encarga de matar
por ellos.
Uno
de los asuntos más urgentes de España
es atender a la enseñanza pública. En
ninguna de las naciones de Europa se nota más
la falta de escuelas. Todos los partidos, hasta
los de más extrema derecha, convienen en que
el país está falto de enseñanza
elemental. Según ciertos cálculos, necesita
cincuenta mil escuelas nuevas para poderse colocar al
nivel de los grandes pueblos europeos. El Directorio
no ha hecho nada en esta materia durante el período
de su mando. Dirá, seguramente, como todos los
gobiernos monárquicos, que no tiene dinero para
la enseñanza pública. Pero el dinero,
¡ay!, se encuentra siempre en España para
hacer guerras que sirvan de entretenimiento a un rey
deportivo, deseoso de jugar a los soldados...
La
guerra de Marruecos cuesta actualmente CINCO MILLONES
DE PESETAS todos los días. Con la mitad de esa
suma se podrían sostener las cincuenta mil escuelas
modernas que hacen falta, cambiando totalmente la faz
moral de la nación. La mayor parte de los
males de España tienen como causa la falta de
nuevas escuela y la mediocridad y defectos tradicionales
de las que existen.
Otro
de los fracasos del Directorio ha sido su actuación
en Cataluña. Primo de Rivera inició
su movimiento contra la legalidad constitucional apoyándose
en la burguesía catalana y halagando a los catalanistas.
Al usurpar el poder los trató luego con una brutalidad
desleal, que indigna a todo espíritu honrado.
Autorizó fiestas públicas organizadas
por los catalanistas, para darse luego el gusto de arrojar
la caballería sobre la muchedumbre, sableándola
a su placer. Ha preparado emboscadas para golpear al
pueblo catalán, creyendo aterrarlo de este modo.
Tal conducta ha servido para excitar más el resquemor
de los catalanes, agrandando el abismo entre ellos y
el resto de la nación.
El Directorio ha fracasado en todas las cuestiones
de interés nacional. No ha hecho nada nuevo ni
positivo.
Nadie
debe creer en sus palabras, sus manifiestos, sus datos
y estadísticas, todo es obra de falsificación
y de embuste voluntario. Primo de Rivera es un cínico
alegre que habla de las cosas del gobierno como si sostuviese
una conversación a altas horas de la noche con
abundantes copas sobre la mesa.
Algunas veces, los empleados viejos de los ministerios
le han hecho observaciones sobre la excesiva familiaridad
con que maneja las cifras y los datos como si fuesen
pelotas de jugar, queriendo hacer ver gracias a ellos
cosas completamente falsas. Pero Miguelito les contesta
con una risotada de compadre desenfadado. Lo importante
para él es engañar al país por
el momento, hacerle creer que vive en un paraíso,
y seguir adelante sin saber a donde va. Fía en
el tiempo y en el azar para salir del atolladero en
que se ha metido. Pero no saldrá de él.