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El Ave, el Alvia y otras trenerías.

Por Julio A. Suárez.

Los tres mil que en Asturias viajan, comen y alternan con cargo al estado, a la autonomía, al ayuntamiento, a la empresa, al partido o al sindicato, los del “gratis total”, andan todo el día en sus medios de comunicación hablando de trenes de alta velocidad, de variantes ferroviarias, de nuevas conexiones aéreas. Han hecho del viaje el eje de su vida. Viaje de negocios, viaje de empresa, viaje por la patria, viaje por la clase obrera, por supuesto, nada de placer y satisfacción del propio ego, sino sacrificio y obligación.

 

Nunca como ahora hubo tantas posibilidades para comunicarse sin moverse de casa o del despacho, desde la video conferencia al instantáneo correo electrónico, pero todos los que no pagan prefieren viajar: más rápido, más lejos. Como el señor Mittal, que en plena crisis mundial se compró un reactor supersónico para su uso personal. Se conoce que el señor Mittal no debe de tener reconocida su firma electrónica y tiene que visitar los países de medio mundo y llegar antes de que le oigan para ir rubricando los expedientes de regulación de empleo, las órdenes de apagado de altos hornos y los despidos.

Yo, cosas de la vida, también he tenido que viajar. En la madrileña estación de Chamartín cogí un día de estos un moderno tren de Renfe que en poco más de cinco horas me dejo en el centro de Gijón. 48 euros en segunda clase, que equivalen a ocho mil pesetas, que tienen canto, pero que con el “timo” del euro ya casi hasta nos parece normal. Venía lleno el tren y tal vez la única queja fuera la sensación de respirar en un ambiente viciado, como si no se renovase con aire fresco lo suficiente. Aparte de lo de los teléfonos móviles, que es algo que ya lleva a uno a exclamar: ¡bienaventurados los sordos porque no tendrán que oír tantas chorradas!

Como escribió el poeta: “digo tan sólo lo que he visto”. Y he visto que el Alvia hizo el trayecto de Madrid a Valladolid a una velocidad de 200 kilómetros por hora, salvo unos quince kilómetros antes de llegar a esa estación, en que se puso a marcha de caballería. De Valladolid a León, aparte las paradas en las estaciones intermedias, la velocidad bajó a 150 kilómetros por hora.

Dejadas atrás las rampas, los túneles y las curvas de Pajares, el mismo tren Alvia que había rodado a doscientos por hora, no pasaba ahora de cien, y en el trayecto de Oviedo a Gijón rara vez alcanzó la velocidad de 90 kilómetros por hora. Como no cabe suponer que el maquinista quisiera ir despacio para disfrutar del paisaje astur, puesto que llegó a la hora señalada, la razón de la lenta marcha del tren por tierras asturianas hay que achacársela al mal estado de la vía. La misma vía que obliga a que nuestros cercanías empleen treinta minutos en recorrer los veintiocho kilómetros que separan Gijón de Oviedo. Claro es que ese recorrido lo hacen “los tres mil” en el “faeton” oficial o en otros blindados similares y ni lo conocen ni les importa.