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Benazir Bhutto

Por Carmelo de Samalea


Ninguno de nuestros democráticos gobernantes y políticos europeos ni de ningún otro país desarrollado acudirá a tu entierro. No llamarán a los embajadores, no volarán los bombarderos y ninguna flota se acercará a Karachi. No habrá flores para ti en las plazas ni manifestantes en las calles. Las afiladas teclas feministas no recibirán las pulsaciones que denuncien tu postrer discriminación. Nada.

Aquí, en España, hubo una vez, querida Benazir, una República a la que como a ti, la asesinaron a tiros y a bombazos. Por eso sabemos bien de lo que hablamos. Y tú eras para Paquistán, Benazir, lo que aquella República para España. Llevabas contigo la ilusión al pueblo y tú, Benazir, burguesa, ilustrada, cosmopolita y liberal, como antes ella, te enfrentaste a la dictadura militar y al clericalismo para ofrecer al pueblo ahora, como antes y como siempre, libertad y democracia, equidad y justicia social, fin de la opresión clerical e igualdad entre el hombre y la mujer, techo y comida, escuela y cultura para todos. Son las reivindicaciones históricas de los derechos básicos del ser humano: ¡parece mentira que aún estemos así!

“Es peligroso enfrentarse a una dictadura militar”, escribiste en The New York Times a primeros de Noviembre. A ti te costó la vida, a España le costó centenares y centenares de miles de vidas. Tú, Benazir, denunciabas en ese artículo cómo el general Musharraf, igual que Franco, actuaba y maniobraba para simular una transición democrática, mientras tú sufrías atentados que costaban la vida a centenares de personas y que el general aprovechaba para suspender el proceso y detener a jueces, abogados, líderes políticos y periodistas. Así se comportan siempre los dictadores; el de tu país, militar e islamista; el del nuestro, militar y ultra católico.

Recordabas, Benazir, en las páginas de The New York Times el compromiso de todos los gobiernos occidentales con el restablecimiento de la democracia en Paquistán como en el resto del mundo, y reproducías las solemnes palabras del presidente Bush, pronunciadas en el discurso inaugural de su segundo mandato, cuando proclamó que los Estados Unidos no cerrarían los ojos ante la opresión de los pueblos ni disculparían a los opresores, y que cuando esos pueblos se levantasen en pro de su libertad, los Estados Unidos estarían a su lado.

¡Palabras, Benazir, palabras! Es la repetición, como farsa y con otros actores, de la historia de los años treinta del siglo pasado: los que dejaban que España se desangrase en una guerra cruel, los que sometían a la República española a un bloqueo que la hacía agonizar, firmaban papeles en Munich y se abrazaban con los predecesores de ese Musharraf, que eran los sostenedores del general Franco. Y esos mismos, poco después, no tuvieron empacho en desencadenar una guerra mundial por el régimen dictatorial polaco.

¡Unos hipócritas, Benazir, unos hipócritas! Entonces y ahora. Como bien sabes, los de ahora le están inyectando dinero a espuertas al general islamista Musharraf: diez mil millones de dólares le dio Estados Unidos desde 2001. Nadie sabe a dónde ha ido a parar el dinero, porque el pueblo sigue en la miseria y ni los talibanes ni Al-Qaeda ni las mafias de la heroína han desaparecido, ni se ha cogido a Ben Laden. Tampoco han bastado tantos miles de millones para que se garantice la celebración en Paquistán de unas elecciones libres, justas e imparciales, supervisadas por observadores internacionales, como tú pedías.

Todos los regímenes fascistas se caracterizan, entre otras cosas, por la exaltación de la muerte y la destrucción frente a la sabiduría y la inteligencia: ¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia! Gritaban nuestros generales fascistas más caracterizados. Los generales y clérigos islamofascistas de tu país mandaron a sus esbirros para que con sus pistolas y bombas asesinaran a la sabiduría y a la inteligencia que tú representabas: que el rayo de la justicia inapelable de los pueblos caiga sobre tus verdugos.

Benazir Bhutto, mártir de la lucha por la Libertad, ciudadana de honor de la República literaria e internáutica española: ¡que la tierra te sea leve!