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El gasoil a 200 pesetas el litro y capados.

Por Carmelo de Samalea.

 


“¿Quién os ha capado?” Cuenta la leyenda que en uno de los combates, cuando las tropas franquistas avanzaban hacia Madrid, las milicias republicanas iniciaron una desbandada dominadas por el pánico. Parecía no haber forma de hacerlas detenerse para que volvieran a combatir. Entonces, una de las intérpretes rusas, llamada María Fortus, comenzó a increpar a los milicianos a grandes voces:
-¿Quién os ha capado?, ¿quién os ha capado?

La leyenda, que tendrá mucho de verdad, dice que los milicianos, primero, se pararon como para comprobar si habían oído bien; luego, se cabrearon, y, por último, dieron la vuelta y plantaron cara al enemigo. Y así, gracias a la pregunta airada de una mujer, fue como se pudo contener la desbandada y estabilizar el frente.

¿Nos habrán castrado a todos los españoles barra as sin que nos hayamos dado cuenta? ¡A doscientas pesetas el litro de gasoil y todos tan contentos! ¡Qué guay, un nuevo récord! Y mientras nos despluman en vivo sin que soltemos un solo cacareo, las compañías petrolíferas baten sus propias plusmarcas de beneficios y el gobierno se forra con la recaudación de los impuestos sobre los carburantes.

A todas horas nos machacan con el nuevo precio del barril de petróleo, pero nunca lo relacionan con la devaluación del dólar ni con la especulación financiera en los mercados de materias primas. ¿Acaso alguien oyó alguna vez el precio de coste del barril en los inmensos campos petrolíferos que explotan las grandes compañías directa o concertadamente?

En pleno franquismo, a comienzos de los cincuenta, la gente se organizó para protestar contra la subida del transporte: fue la famosa “huelga del tranvía”. Medio siglo después, parece mentira que todavía no se haya organizado una protesta similar. ¿Qué ocurriría si todo el mundo estuviese una semana sin ir a la gasolinera? ¿Qué pasaría si todos los que trabajan con un camión o una furgoneta, con un autobús o un taxi, y todos los que tienen que coger el coche para ir trabajo o lo necesitan como herramienta lo dejasen aparcado una semana?

No se trata de pedir heroicidades, sino de defender lo de uno, de poner las cosas en su sitio, de dejar claro que lo del Tibet preocupa y que lo de las ministras está muy bien, pero que ya basta de permitir que se estafe a la gente todos los días en la tienda, en la gasolinera, en el banco, en el teléfono y con la factura del gas y la electricidad. Si en 1951 se pudo organizar una huelga, ¿por qué ahora, que hay muchos más motivos, no?

¡Será que nos han capado sin que nos enterásemos!