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Por Pablo Stefanoni
La izquierda
no debería silenciar los enormes problemas del régimen bolivariano:
corrupción, concentración del poder, construcción
de un partido-Estado burocrático (le PSUV, Partido Socialista Unido
de Venezuela), el carácter plebiscitario del régimen
(¿no es criticable, por ejemplo, el hecho de que no haya habido
una Asamblea constituyente y que hubiera que votar en bloque cosas que
no tenían nada que ver entre sí?), la constitución
de una nueva burguesía “bolivariana” que se pasea sin
recato por Caracas al volante de sus Hummers, la enorme ineficacia en
la gestión pública (un chavista se preguntaba en
la web Aporrea cómo puede ser posible que en nueve años
de revolución no se haya conseguido garantizar la seguridad alimentaria
con la cantidad de recursos petroleros que se dispone y que al día
de hoy haya colas “a la cubana” para comprar leche”). ¿No hubiera pagado el Sí un precio elevado por la arrogancia de los burócratas que se jactaban de que a “Chávez le basta el pueblo” como para tener que preocuparse de los aliados que “se pasaron al otro lado”, como el partido de centro-izquierda “Podemos” y que decían, como cuando el general Baduel (todo un símbolo de la revolución) se fue a la oposición, que era mejor que los “traidores” se fueran por así se clarificaban las cosas? ¿Debe la izquierda apoyar a cualquiera que quiera permanecer en el poder “hasta 2050”? ¿Lo que pasó en Cuba no nos enseña nada? ¿Se puede continuar con la lógica (mayoritaria en el seno de la izquierda durante la guerra fría) de no criticar para no hacer el juego al enemigo? ¿Acaso por casualidad el silencio ayuda a pensar en una transición progresista en Cuba y un cambio de rumbo en Venezuela? ¿Se ha olvidado lo sucedido en la URSS y en la Europa oriental, donde la falta de debate, la construcción de un subjetivismo cínico y el “olvido” de lo que es la acción colectiva condujeron a un situación sin resistencias contra la versión más salvaje del capitalismo? Es utópico pensar que en la América latina de hoy es posible imponer unos socialismos desde arriba, unas visiones únicas de lo que debe ser un proyecto de emancipación o los liderazgos “para 50 años”. El desafío es cómo construir una democracia radical, opuesta al statu quo actual, pero pluralista en términos de actores y de ideologías populares.
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