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Lucha por el clima y anticapitalismo (II)



Por Daniel Tanuro

Extracto de la conferencia
pronunciada el 9-09-07.
Publicado en:
www.legrandsoir.info

Revolución industrial y decisiones tecnológicas capitalistas

El cambio climático actual no es el resultado de la actividad humana en general y, todavía menos, el resultado de la superpoblación. Es el resultado de la actividad humana capitalista. Es producto del método de producción capitalista, de su dinámica de acumulación ilimitada, del sistema energético que se basa esta dinámica y de la forma particular que el capitalismo dio al impacto de la humanidad en la naturaleza. Es fácil demostrarlo.

El cambio climático que conocemos se debe principalmente a la acumulación en la atmósfera de carbono de origen fósil, es decir, de carbono procedente de la combustión del petróleo, el carbón o el gas natural. Al extraer estos combustibles de las profundidades geológicas donde se almacenaban y quemarlos, se inyectan en la atmósfera cantidades de carbono que superan las capacidades de absorción de los ecosistemas. El excedente se acumula, lo que reduce la radiación térmica de la Tierra hacia el espacio. En la actualidad, el ciclo del carbono entre la atmósfera y los ecosistemas está saturado. Este mecanismo es la causa principal del aumento del efecto invernadero y, por lo tanto, del cambio climático. Hay pues un vínculo evidente entre el recalentamiento y la Revolución industrial, puesto que ésta se basaba precisamente en la utilización carbón como fuente de energía.

¿Es necesario lamentar entonces que haya producido la Revolución industrial? Contrariamente a los románticos, nosotros no planteamos la cuestión en estos términos. Siguiendo a Marx y Engels, consideramos que el desarrollo de las fuerzas productivas ofrecía posibilidades de progreso que eran frustradas e impregnadas por los sistemas de producción capitalistas y por la tecnología capitalista, de modo que el progreso, porque era capitalista, llevaba en él su propia negación. ¿Es necesario hoy, a causa del cambio climático, concluir que los románticos tenían razón? No, porque, bastante rápido después de su despegue gracias al carbón, el capitalismo, por razones de beneficio, comenzó a hacer elecciones tecnológicas que, al multiplicarse con el paso del tiempo, lo encadenaron al uso de los combustibles fósiles. En ese proceso, se descartaron otras soluciones. Si se hubieran aplicado, el desarrollo económico podría no haber conducido al cambio climático.

Habéis oído hablar del efecto fotovoltaico: cuando la luz afecta algunos materiales, que se llaman semiconductores, un electrón comienza a moverse, lo que permite generar una corriente eléctrica. Este descubrimiento tuvo lugar en 1839 gracias al físico francés Edmond Becquerel. Desde hace casi dos siglos, ningún responsable capitalista se ha dicho que quizás había ahí un medio de asegurar para siempre el suministro energético de la humanidad. El fotovoltaico (FV) nunca fue una prioridad para los presupuestos de Investigación y Desarrollo. Se le echó en un cajón. No empezó a interesar hasta que la NASA puso en marcha su programa espacial. Desde entonces, se hicieron grandes progresos: la eficiencia de la conversión en electricidad por las células fotovoltaicas pasó del 5% al 17%. Con todo, pese a que el fotovoltaico sea la alternativa por excelencia a las energías fósiles, su desarrollo no siempre es una prioridad: durante los 30 últimos años, sólo se benefició del 2% de los presupuestos de investigación de los países miembros de la AIE (Agencia Internacional de la Energía). ¿Por qué? Porque es mucho menos caro quemar carbón, gas natural o petróleo. Porque lo nuclear (¡50% de los presupuestos de investigación!) encaja mejor con la ilusión capitalista de un crecimiento ilimitado y, por lo tanto, de una energía ilimitada. Y porque los combustibles fósiles y el uranio constituyen energías almacenables: los capitalistas pueden pues apropiárselos y tener una especie de monopolio sobre estos recursos. Ahora bien, los que tienen el monopolio sobre un recurso natural pueden percibir no solamente el beneficio medio, sino también un sobrebeneficio, lo que se llama la renta (en este caso se habla de la renta petrolera o carbonera).

La carrera hacia el beneficio y el sobrebeneficio (en forma de renta) explica porque el capitalismo se construyó en torno a un sistema energético basado en los combustibles fósiles. A este respecto, el no desarrollo del solar-térmico proporciona un ejemplo aún más sorprendente que el fotovoltaico. A principios del siglo XX, algunos ingenieros -en India, Egipto, los Estados Unidos- se pusieron a inventar máquinas simples, baratas y robustas que permitiesen utilizar el calor del Sol para calentar agua sanitaria, cocer los alimentos, impulsar bombas de riego, etc. Estas máquinas eran especialmente convenientes para los países tropicales. Con todo, esta línea energética fue abandonada. En parte, por razones de rentabilidad, pero también por otras razones como la falta de capitales, la influencia de los grupos que explotaban las energías fósiles y su potencia financiera (producto de la renta acumulada), sin olvidar la voluntad de imponer en las colonias las mismas tecnologías que en las metrópolis.

Un sistema energético estructuralmente derrochador e ineficiente

No sólo el sistema energético capitalista se construyó en torno a las energías fósiles, que arruinan el clima, sino que además emplea estos recursos de una manera muy poco eficiente, lo que aumenta todavía más el impacto ecológico negativo de su utilización. Los medios de comunicación nos tiran de las orejas (para recordarnos) los esfuerzos que cada individuo debería hacer para consumir menos energía: poner bombillas económicas, bajar el termostato, utilizar menos el coche, etc. No es inútil. Pero todo este machaconeo desvía la atención del hecho de que el sistema energético es la causa de un enorme derroche estructural, mucho más importante que el causado por los ciudadanos que no apagan la luz cuando salen de una habitación. Ahora bien, la causa de este ineficiencia es una vez más la carrera hacia el beneficio.

Tomemos el ejemplo de la producción de electricidad. Se hace de manera centralizada: se construyen centrales en las que se quema carbón, gas natural o petróleo, que es lo que hace girar las turbinas, y se produce la corriente que va a la red para venderse a los particulares y a las empresas. El transporte de la electricidad implica pérdidas (el efecto Joule. El inglés J.P. Joule descubrió en 1860 que parte de la corriente eléctrica que circula por un conductor se transforma en calor debido al choque de los electrones con las moléculas de dicho conductor). La energía desprendida en forma de calor generalmente no es recuperada, sino simplemente se disipa en el medio. Desde el punto de vista energético, este sistema es tanto más absurdo en cuanto que dos tercios de la corriente sirven simplemente, a fin de cuentas, para cubrir necesidades domésticas, como calentar agua a 60°. Si estas necesidades fueran satisfechas sobre una base local por instalaciones de cogeneración, es decir, de producción combinada de electricidad y calor, el rendimiento energético global sería superior en un 40% al de hoy. El sistema actual implica pues un derroche estructural del 60%, y el correspondiente aumento de las emisiones de gas de efecto invernadero.

Esta situación proporciona un ejemplo elocuente de la contradicción creciente entre la racionalidad parcial y la irracionalidad global en el capitalismo. En sí, la cogeneración no es anticapitalista de ninguna manera, simplemente es una alternativa racional global. El problema desde el punto de vista capitalista estriba en que esta alternativa racional implica una descentralización de la producción eléctrica, de los equipamientos colectivos para la utilización local del calor por los particulares (redes de calor) y una planificación económica intersectorial para que este calor pueda ser empleado por industrias que necesitan temperaturas moderadas (la industria agroalimentaria por ejemplo). Espontáneamente, no es la dirección que tomó el capitalismo. La producción centralizada de electricidad va en el sentido de la centralización y la concentración del capital. Al desarrollar instalaciones cada vez más gigantescas, en particular, nucleares, se inscribe en la dinámica de una oferta de energía que crece sin cesar, que sostiene la dinámica de crecimiento ilimitado del capital. La producción centralizada permite también más fácilmente a las grandes compañías energéticas tener un monopolio sobre el mercado y, por lo tanto, imponer los precios y percibir un sobre beneficio además del beneficio medio. Por último, a nivel político, esta centralización técnica es también un elemento de control social y de centralización de este control. En cuanto a la planificación económica, nunca estuvo tan poco de actualidad como ahora en el marco del neoliberalismo. El sistema es globalmente irracional, pero para recuperar migajas del despilfarro, se pide a los usuarios instalar calderas etiquetadas "Energy Plus": es la racionalidad parcial.

El reto de la estabilización del clima

¿Se puede detener el cambio climático? En teoría, sí, el problema es incluso relativamente simple. La energía solar que alcanza la superficie de la tierra es igual a diez mil de veces el consumo energético mundial. No se puede utilizar todo este potencial, pero las tecnologías disponibles actualmente permiten utilizar una milésima, lo que es aún suficiente para garantizar las necesidades energéticas de todo el mundo. En la práctica, hay enormes problemas de puesta en funcionamiento - no se puede actuar como si la mutación energética necesaria pudiera realizarse en un periquete-. Pero el mayor problema no es tecnológico. El mayor problema es la ley del beneficio, es decir, se trata de un problema social, económico, un problema vinculado al modo mismo de producción capitalista.

El protocolo de Kyoto prevé reducir las emisiones de gas de efecto invernadero un 5,2% a escala mundial en los países desarrollados solamente, en el período de compromiso entre 2008 y 2012. Con relación a lo que sería necesario hacer, es absolutamente ridículo. Para comprender lo que sería necesario hacer, es necesario saber que los gases de efecto invernadero tienen una determinada duración de vida en la atmósfera. El CO² por ejemplo tiene una duración de vida de 150 años aproximadamente, y el metano, de 30 años. No basta pues con estabilizar las emisiones para estabilizar el clima. Si se quiere estabilizar el clima, es necesario reducir radicalmente las emisiones.

¿Cuánto es necesario reducirlas? Depende del objetivo que se fije en términos de estabilización. Para evitar que la temperatura media del globo aumente más de dos grados, sería necesario, parece, reducir las emisiones a escala mundial en alrededor un 80% de aquí a 2050. Pero, cuidado: ya hay una elección política detrás de esa cifra. Los habitantes de las islas del Pacífico, esos bonitos y pequeños atolones con una laguna azul, como Tuvalu, cuyo punto culminante está 4 metros sobre el nivel del mar, son ya víctimas del aumento del nivel del mar resultante de la dilatación térmica del océano. Cada vez que hay una marea excepcional, o una marea excepcional combinada a una tormenta, se inundan. Para los 11.396 habitantes de Tuvalu, no bastará seguramente con reducir las emisiones un 80% de aquí al 2050. Sería necesario reducirlos en del 90 al 95%, de aquí a 2040. Para eso, pueden apagar la luz inmediatamente y volver a pie a la casa. La cifra del 80% de aquí al 2050 no es el resultado de la ciencia con ce mayúscula, sino una decisión sobre lo que es posible y en qué plazo.