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Ecosocialismo y decrecimiento.


Por Jaime Pastor.
www.anticapitalistas.org
Libre Pensamiento.



El subtítulo de uno de los trabajos de Serge Latouche -La apuesta por el decrecimiento- contiene una pregunta muy acertada y de gran calado –“¿Cómo salir del imaginario dominante?”- a la que el autor mismo responde con el nuevo paradigma del “decrecimiento”. Hay que reconocer que el mérito de los defensores de esta fórmula –entre quienes Latouche es uno de los más relevantes- está en haber suscitado un debate que pone en primer plano la necesidad de responder a esa pregunta y, con ella, de cuestionar abierta y radicalmente un “sentido común” que se ha ido conformando históricamente desde el capitalismo occidental hegemónico y ha llegado a colonizar las conciencias de la gran mayoría de la población mundial: el de que hay que aspirar a un crecimiento constante no sólo de la producción sino también del consumo y sin límite alguno; algo que, además, pese al cambio climático que ha suscitado y a que nos encontremos en medio de lo que ya se define como la “Gran Recesión”, se está convirtiendo en una obsesión del gran capital. El problema está en si la respuesta que nos ofrece esta corriente a la religión del “crecimiento” basado en el PIB y a la crisis actual es la adecuada.

¿Qué “decrecimiento”?

Pero antes de opinar sobre esta propuesta conviene precisar a qué definición de la misma nos vamos a referir. Paco Fernández Buey la ha resumido en la necesidad de una “economía sana”, basada en una disminución en el momento y la situación actuales del consumo de materia y energía, o sea, principalmente, de lo que se llama Producto Interior Bruto. Esa disminución debería conducir, siguiendo el autor a Bonaiuti, a “desplazar los acentos hacia los ‘bienes relacionales’ (atenciones, cuidados, conocimientos, participación, nuevos espacios de libertad y de espiritualidad, etc.) y hacia una economía solidaria” (2007/8: 61). Por su parte, Serge Latouche la considera “un proyecto político, que consiste en la construcción, tanto en el Norte como en el Sur, de sociedades convivenciales autónomas y ahorrativas” (2008: 140).


Más recientemente y recogiendo las tesis de los promotores de esa fórmula, Carlos Taibo la ha definido como “reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales” (2008: 71). Y la ha resumido en 6 pilares: sobriedad y simplicidad; defensa del ocio frente al trabajo obsesivo y, con ella, del reparto del trabajo; el triunfo de la vida social frente a la lógica de la propiedad y del consumo ilimitado; la reducción de las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas, de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transporte; la rotunda primacía de lo local sobre lo global; y, en fin, políticas activas de redistribución de los recursos en provecho de los desfavorecidos y en franca contestación del orden capitalista imperante (2008: 74-78).


Desde un punto de vista ecosocialista radical y frente a la amenaza del cambio climático y la crisis energética, no puedo más que estar de acuerdo con la constatación de la necesidad de generar un nuevo “sentido común” frente al dominante del “crecimiento económico”, así como sobre la urgencia de un nuevo rumbo que recoja la práctica totalidad de lo sintetizado por Taibo. Puede haber no obstante diferencias más o menos relevantes que no puedo desarrollar en este artículo: por ejemplo, respecto a la solidez científica de la aplicación del segundo principio de la termodinámica, como propone Nicolas Georgescu-Roegen, a la biosfera; o sobre cómo evitar que las propuestas de sobriedad y simplicidad en el comportamiento individual dejen en segundo plano la denuncia de la responsabilidad del capitalismo y la exigencia, por tanto, de cambiar de sistema; o, en fin, respecto a las sugerencias procedentes de algunos de los animadores de ese movimiento para que aumenten los precios o impuestos indirectos relacionados con el consumo de determinados productos –e incluso de reducción indiscriminada de salarios- en unas sociedades desiguales como las nuestras. En resumen, sobre cómo articular más concretamente el antiproductivismo con el anticapitalismo. Porque, no lo olvidemos, ambos deben ir asociados si no queremos que el primero quede desvirtuado por el capitalismo “verde” o que el segundo se limite a predicar la continuación del mismo “modelo” de “crecimiento económico”, como ocurrió en el mal llamado “socialismo real”.


Pero, dejando ahora estas cuestiones aparte, mis divergencias estarían, más bien, con la idoneidad del término “decrecimiento” para tratar de “salir del imaginario dominante” por dos razones fundamentales: la primera tiene que ver con su difícil adecuación pedagógica a la hora de dirigirse a los pueblos empobrecidos del “Sur” (entendido éste no en términos geográficos sino globales, como sostiene el zapatismo), mientras que la segunda afecta a su carga negativa y generalizada. La primera es reconocida por el propio Latouche cuando se ve obligado a matizar que las 8 “R” que plantea como tareas (reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reutilizar, reciclar) sólo son aplicables al Norte, mientras que en el Sur (entendidos ambos, en su caso, en términos geográficos) reconoce que “el decrecimiento de la huella ecológica (e incluso del PIB) no es ni necesario ni deseable, pero no por eso hemos de concluir que es necesario construir una sociedad de crecimiento” (2008: 224). Una precisión similar se encuentra en Joaquim Sempere cuando reconoce que “seguramente el bienestar de sectores muy numerosos de la humanidad requiere crecimiento de algunas dimensiones de la economía en beneficio de los más desfavorecidos: producción de alimentos, de viviendas dignas, de electricidad, de infraestructuras hidrológicas, etc. Pero esto no es ‘en teoría’ incompatible con el decrecimiento económico a escala mundial, que supondrá un sacrificio compensatorio del consumo de los privilegiados y una sustitución de fuentes de energía y de procesos técnicos que redujera la huella ecológica de la humanidad” (2008: 36). En un sentido parecido se pronuncia también Taibo.

Cabe responder entonces que si cada vez que se propone esa alternativa es imprescindible hacer precisiones para evitar que se entienda como algo que ha de aplicarse mecánicamente en el Sur, nos encontramos con una objeción nada secundaria. Por ese motivo coincido con Albert Recio cuando sostiene: “Cualquier avance hacia una sostenibilidad mundial requiere un profundo reequilibrio que traería como consecuencia el crecimiento de algunas zonas del planeta y el decrecimiento de otras. Insistir unilateralmente en el decrecimiento parece inútil porque en la práctica es decirles a los habitantes de los países pobres que se conformen con su miseria” (2008: 28). Se puede aducir que esta última parte de su crítica ridiculiza la propuesta pero, en todo caso, existe ese riesgo de interpretación.


En cuanto a la segunda objeción, también el propio Latouche reconoce que ese término no es el más apropiado y acepta que “con todo rigor, convendría más hablar de ‘acrecimiento’” o, empleando una expresión en inglés, “decreasing growth” (crecimiento decreciente) (2008: 23). De esta forma se reconoce que tampoco en el Norte se puede emplear esa fórmula de manera general ya que deberían “decrecer” determinados sectores de la economía mientras que, por el contrario, otros tendrían que conocer un “crecimiento” significativo: aquéllos precisamente destinados a satisfacer las necesidades y capacidades básicas de los seres humanos y de la biosfera planetaria, incluyendo entre ellos los destinados a socializar los trabajos de cuidados. Con mayor razón cuando, como he adelantado más arriba, no podemos ignorar que el Sur también existe dentro del Norte: las enormes desigualdades de riqueza son ya transversales, especialmente en el marco del proceso de urbanización mundial y de la configuración de lo que Mike Davis ha definido como “planeta de ciudades-miseria”, en donde hay una creciente demanda de bienes y servicios básicos para miles de millones de personas condenadas por el sistema a ser “residuales” o “excedentes” y que ahora no cesan de aumentar con la crisis.


Se me dirá que problemas semejantes surgen con otros términos cuyo significado es también confuso (socialismo, comunismo...) y a los que sin embargo no cabe renunciar sino que tenemos que seguir esforzándonos por darles un contenido emancipatorio. Pero en este caso el problema está en el mismo término en sí y no en su tergiversación histórica. Entramos además ahora en otra razón para expresar reticencias al mismo: la que tiene que ver con la crisis sistémica en la que nos encontramos y en la que ya se apunta una fase de estancamiento o incluso de decrecimiento capitalista y, muy probablemente caótico. Justamente en una coyuntura como la actual la utilidad pedagógica del término se ve más cuestionada porque muchos y muchas personas afectadas por la crisis social asocian el mismo con ese estancamiento y, sobre todo, con sus mayores secuelas de paro, precarización y agravación de la crisis de los cuidados. Con lo cual habría que añadirle calificativos como “sostenible” y “selectivo”, por ejemplo.

¿En qué sectores y ámbitos decrecer?

Esto no impide reconocer que, como sostiene desde un marxismo ecológico Daniel Tanuro en diálogo con los “decrecentistas”, “en los países capitalistas avanzados la medida prioritaria para proteger el clima no es desarrollar nuevas tecnologías verdes sino disminuir radicalmente el consumo de energía, y esta disminución implica un decrecimiento de los intercambios de materias entre la humanidad y la naturaleza” (2009: 235). Por consiguiente, la reducción del consumo energético y, por tanto, de la producción es algo sobre lo que debería haber un consenso generalizado.

Partiendo de esa coincidencia fundamental, se trataría de ir concretando en qué aspectos se podría proponer un decrecimiento en Europa. Ese es el esfuerzo que están empezando a hacer algunas redes con vocación de transversalidad como el movimiento “Europe-décroissance” (www.objecteursdecroissance.org) cuando, en una propuesta programática reciente ante las elecciones europeas de junio de este año, postula el decrecimiento de las desigualdades, del transporte de mercancías a través del planeta, del gigantismo (por una sociedad, una economía y unas ciudades de escala humana), de la velocidad, de la tiranía de las finanzas, de la gestión irresponsable de la técnica y la ciencia, del control del poder económico sobre los medios de comunicación o de la publicidad. Quizás por esa vía será más fácil el diálogo y la convergencia en la acción entre partidarios, contrarios y reticentes al empleo de esa fórmula de manera generalizada, al menos entre quienes nos encontramos en el mismo lado de la barricada en tantas luchas. Por eso mismo, para que esa nueva “conversación” pueda dar sus frutos sería deseable también aceptar que no hay palabras mágicas capaces de sintetizar todo lo que nos gustaría expresar en ellas para así concentrar los esfuerzos en buscar acuerdos sobre contenidos y medidas concretas que sirvan para ofrecer alternativas al “crecimiento”, a una situación de emergencia eco-social global como la actual y, en fin, a un capitalismo global injusto y que ha demostrado ya suficientemente que “no funciona”.

Además, habrá que conocer mejor otras fórmulas diferentes que han ido surgiendo también desde el movimiento ecologista, el movimiento feminista o los pueblos indígenas en los últimos tiempos. Desde el primero se ha venido defendiendo la necesidad de una Cultura de la Sostenibilidad o de la Suficiencia con un contenido más integrador; desde el feminismo se propugna la búsqueda de una nueva relación entre el cuidado de la vida y el de la naturaleza (Bosch, Carrasco y Grau: 2005) más complejo y completo que todavía no ha penetrado con todas sus consecuencias en este debate sobre el “decrecimiento”; desde los últimos se ha reivindicado el ideal del “Buen Vivir” entre los seres humanos y la Tierra y así ha sido recogido por movimientos como el zapatismo e incluso la Asamblea de Movimientos Sociales que se reunió en el Foro Social Mundial de Belém en enero de 2009. La “hibridación” entre estas distintas miradas y conceptos que surgen desde los movimientos sociales reales es sin duda una tarea que tenemos todavía por delante y que no deberíamos cerrar precipitadamente creando confusas polarizaciones.