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Ecología republicana
para retorcerle el cuello al capitalismo “verde” (II).


Por Aurélien Bernier y
Corinne Morel Darleux.
legransoir.info

 

En sentido contrario, la ecología republicana y social implica volver a poner en primer lugar el interés general y la noción de bien común. Ello nos obliga a reflexionar sobre el largo plazo, un período que ignoran los intereses capitalistas. Por lo tanto, el escalón del Estado sigue siendo indispensable para planificar la ruptura, organizar el debate público, construir un marco social emancipador y garantizar la igualdad de acceso a los derechos fundamentales para todos y a lo largo y ancho de todo el territorio. Esto debe de ir acompañado de un amplio movimiento de reapropiación social mediante la implicación de ciudadanos y usuarios, tal y como se propone en los trabajos de Elinor Ostrom sobre la gestión de los bienes públicos, recientemente laureado con el Premio Nóbel de Economía.

En vez de extraer sus argumentos de una moral dogmática y culpabilizar a los ciudadanos hasta lo insoportable mientras que las grandes empresas son simplemente invitadas a la auto-responsabilidad, la ecología republicana debe basarse también en el derecho. Del mismo modo que la ley puede ser injusta, como cuando permite la instauración de un blindaje fiscal para proteger a las grandes fortunas, también puede ser una fuente de libertad y emancipación en el marco de una política verdaderamente de izquierda. Establezcamos unas leyes efectivas con los grandes grupos. Levantemos un gran polo público de la energía. Desarrollemos la eólica y la solar, pero sin asignarlos a Vivendi, Total o Areva, que transforman todo lo que tocan en dividendos, incluidas las tecnologías "verdes". Planifiquemos una reconversión ambiciosa de la producción, con un triple objetivo: reducir la huella ecológica, imponer la democracia en el seno de la empresa y permitir el pleno empleo para poder revertir la relación de fuerzas entre capital y trabajo.

Los medios existen, evidentemente. De tal modo que, a nivel nacional, la contratación pública y las ayudas estatales a las empresas suman trescientos mil millones de euros al año. La integración de criterios sociales y medioambientales drásticos impulsaría una profunda transformación de los métodos de producción. La introducción de impuestos sobre el capital y la creación de un Ingreso Máximo Autorizado, contribuiría no solamente a una mayor justicia social, sino que también podría servir para financiar la rehabilitación y el aislamiento térmico de los edificios, la redensificación urbana, la reapertura de comercios de proximidad, la relocalización y los circuitos cortos, el acceso a los transportes colectivos... hasta la reintegración total en la esfera pública de la producción de energía, de los servicios postales y de las actividades ferroviarias.

A nivel internacional, habría que empezar por obligar a pagar los costes de las externalidades a las empresas que deslocalizan, mediante la aplicación de impuestos en la frontera sobre la base de criterios medioambientales y sociales. ¿Qué mejor medio de negociación se puede imaginar para obligar a mejorar las normas en los países emergentes que regular y gravar las importaciones? ¿Qué mejor manera de relocalizar la economía para decidir colectivamente las opciones de producción y las condiciones en las que se debe hacer? Rechazar esta oportunidad en nombre de un mundialismo romántico nos condenaría a la impotencia política, y, en última instancia, a aceptar la dictadura del libre comercio y su corolario, el productivismo. En lugar de aislarnos, esas medidas puede ser, en cambio, el punto de partida de otra era de negociaciones basadas en el comercio justo y la soberanía alimentaria e industrial de los pueblos. Para tener éxito, deben ir acompañadas de iniciativas importantes en materia de solidaridad internacional: la cancelación incondicional de la deuda de los países del Sur, el reembolso de la deuda ecológica bajo la forma de proyectos socialmente responsables y “limpios”, el aumento de la ayuda pública al desarrollo y la creación de un estatuto del refugiado climático para las poblaciones víctimas de los desastres naturales. De hecho, se trata de impulsar un nuevo internacionalismo, fundamentalmente republicano, que no derive en un mundialismo abstracto, sino en una verdadera alternativa al capitalismo neoliberal.

Queda, por supuesto, un problema grave en todo este razonamiento si no planteamos la cuestión de las instituciones. En efecto, todos sabemos que ninguna de estas iniciativas pasará apaciblemente las horcas caudinas de la Unión Europea y la Organización Mundial del Comercio. Los márgenes de maniobra son estrechos. Para romper con la lógica de los ultra-liberales de la OMC, la cuestión del derecho de retirada previsto en los acuerdos internacionales debe ser planteada. En cuanto a la Unión Europea, recordemos que la unanimidad de los estados miembros es necesaria en materia de fiscalidad, y que siempre habrá un país de los veintisiete para oponerse a una fiscalidad ecológica o a medidas fiscales en las fronteras. Recordemos también que el Parlamento no dispone de ninguna competencia en materia de comercio internacional o de acuerdos internacionales, y que la Comisión se reserva el derecho exclusivo de iniciativa legislativa. En estas condiciones, la izquierda no puede ahorrarse una verdadera reflexión sobre la desobediencia europea. En un espíritu muy legalista que no pone en entredicho la fuerza vinculante de la ley nacional, se trata de construir un derecho justo, elaborado en un marco democrático por un pueblo soberano, asumiendo el hecho de que pueda oponerse a las directivas, reglamentos y tratados comunitarios.

Reivindicar la ecología republicana, es tener una visión social de la ecología. Es, en última instancia, defender el interés general, la igualdad, la solidaridad, los bienes comunes... y darles una salida política concreta e inmediata. Se trata de construir las bases de un nuevo modelo de emancipación que combine la democracia, la justicia social y el imperativo ecológico rechazando la culpabilización y el dogmatismo. No se trata de otra cosa sino de la voluntad de aplicar los valores de la Izquierda en el mundo de hoy en día, para devolver la esperanza del cambio.