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Sindicalismo en Asturias: escayolado y a trabajar

Por Carmelo de Samalea

 


Efectivamente, el muchacho se mancó en una mano trabajando. Le llevaron a la Mutua, le miraron y vieron que tenía un dedo roto y no sé qué más, así que le escayolaron la mano.

Cuando fue a llevar los papeles a la empresa, el encargado le cogió por banda y le dijo que de quedarse de baja nada, que ya le buscaría un puesto de trabajo compatible, compatible con la mano escayolada.

El muchacho lo comentó con la familia, con la novia y con los colegas, les contó lo que le había pasado. Después de pensárselo, dijo que no, que mientras estuviera con la mano escayolada que no iba a trabajar, que para eso se pagaba a la Seguridad Social, a las mutuas y demás.

Lo que más le ayudó a tomar la decisión fue lo que le soltó su abuelo, antiguo metalúrgico, cuando se lo contó:
-¡Pero cómo vas a ir a trabajar con una mano escayolada! ¿Va Etoo a regar el césped del Nou Camp cuando se lesiona?; y cobra cien mil veces más que tú. Anda, no seas fatu.

No fue, pero a los diez días recibió la carta de despido. Consignas de las células negras de la patronal.

Al decírselo al abuelo, que había sido del jurado de empresa y de Comisiones en vida de Franco, exclamó perplejo y asombrado:
- ¿Pero qué ye, que ahora puede echase a la gente a la calle cuando están de baja?
- ¡No lo ves, güelu! –respondió el chaval-. A ti lo que te pasa ye que no tienes ni idea de cómo ye ahora el mundo.

Era el mes de Agosto y, al parecer, el sindicalismo es ya como la clase política y la funcionarial, en Agosto, cerrado por vacaciones. Hubo que revolver Roma con Santiago para que alguien con conocimientos de legislación laboral le dijera a dónde ir y qué hacer.

No ocurrió en una empresilla de tres al cuarto, sino en una subcontrata de un astillero que había sido un baluarte del sindicalismo revolucionario o, por lo menos, reivindicativo.