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La seca de las encinas y la de las espineras.


Por
Juan Robles.


Las espineras de las montañas del oriente de Asturias se van secando una tras otra sin que nadie se preocupe de esta posible plaga.


Desde hace tres años, vengo observando como en las montañas de la Asturias oriental, que son las que frecuento, cada vez son más numerosas las espineras (espino albar) que se secan. Igual ejemplares adultos de gran porte que jóvenes retoños que no alcanzan el metro de altura.

Ahora, acabo de leer que el Instituto del Corcho y la Madera (IPROCOR) acaba de dar la alarma sobre la “seca” de las encinas en Extremadura, donde dice que se han detectado 400 focos. Los técnicos de dicho Instituto achacan lo que puede ser una peligrosa plaga a la propagación de un hongo de la familia “fitóftora”, que se encuentra en el terreno y afecta a las raíces.

En Asturias no hay interés por los bosques autóctonos ni por los árboles en general, y buena prueba de ello es como los ayuntamientos maltratan a los que sobreviven en calles, parques y jardines.

Pretender que el personal adscrito al organismo medioambiental del gobierno asturiano se haya fijado en este suceso es como pedir peras al olmo: no hay espineras en los despachos ovetenses. Creer que, cuando se enteren, si es que llegan a ello, vayan a hacer algo, es ser un iluso.

De confirmarse la plaga que afecta a las espineras, mucho me temo que esas nubes blancas de perfumada flor que cada primavera embellecen el sotobosque astur, que ese arbusto, casi árbol en muchos casos, que forma parte del paisaje pastoril junto con la piedra de los cierres de los prados, que esos racimos rojos que en noviembre compiten con los de los acebales; mucho temo que desaparezcan y se necesiten, con suerte, decenios para que recuperen su antiguo esplendor.