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De Ernesto Guevara a Orlando Zapata.


Por Joan Garí.

Publico.es


A los quince años, yo tenía un póster del Che Guevara en mi habitación. A los diecisiete, me había leído sus Obras Completas. No me considero un bicho raro: ¿Qué chaval con sangre en las venas, a esa edad, no soñó con la revolución mundial y la lucha antiimperialista? El Che nos ofreció un modelo de lo que Trotsky llamó la “revolución permanente”, mucho más atractivo que las rigideces soviéticas o las florituras chinas.

No sé si se habrá notado que el disidente cubano Orlando Zapata, que murió la semana pasada en la cárcel castrista tras 86 días en huelga de hambre, nació en 1967. Zapata vino al mundo, en efecto, el mismo año en que Guevara se dejó matar en una escuelita boliviana a donde le llevó su sueño de crear “muchos Vietnams”. De pronto, me asalta la brutalidad de tener que asumir que un albañil negro, nacido en plena sociedad revolucionaria –la imagen exacta de ese “hombre nuevo” que dibujaba el Che en sus escritos-, ha muerto a manos de aquellos que lo iban a liberar.

Llegados a este punto, creo que la izquierda europea necesita hacer una reflexión. Mitificamos a Cuba por aquello de su enfrentamiento épico con los Estados Unidos, pero la realidad es que la revolución, que un día fue lozana e ilusionante, se ha convertido en un viejo museo de difuntos y flores. Creo que la muerte de Zapata abrirá un antes y un después en la lucha por la democracia en la isla. Somos muchos los que nos gustaría que todo se resolviera sin que La Habana volviera a ser la sede de los casinos de Miami. Sospecho que incluso el Che estaría hoy de acuerdo con los que piden, simplemente, más libertad.