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La desaparición de los gorriones.

Por Juan Robles.

 


No será por falta de medios ni de personal, pues todos los ayuntamientos, todas las comunidades autónomas y el propio estado cuentan con potentes departamentos destinados, genéricamente, al medio ambiente.

Desde la ministra del medio y medio, hasta los consejeros y los concejales, todos propagan lo mucho que hacen por conservar el medio natural, por salvar al oso y a la ballena.

Luego, las depuradoras, si existen, no funcionan; la contaminación no se mide, sino que se estima de acuerdo con los datos que proporcionan las propias empresas contaminantes; el ruido lo invade todo y se adueña de la vida de las ciudades, y etcétera, etcétera.

Pero, ¿qué pasa con los gorriones de nuestros parques y jardines? Desde hace unos años vengo observando que cada vez se ven menos. En el balcón de mi casa, entre los tiestos y las plantas, les ponía yo a los gorriones alpiste y un recipiente con agua. Los veía todos los días, pero desde hace meses esas visitas desaparecieron. No obstante, ya sé que estas mis observaciones carecen de rigor científico.

Internet, como dice un amigo mío, es la enciclopedia del pobre, y a ella me dirigí en busca de información que confirmase o desmintiese mis sospechas:
La Sociedad Checa de Ornitología ya se dio cuenta en 2003 de que el número de gorriones disminuía vertiginosamente, y se proponía declararlo “pájaro del año”. Su objetivo era investigar las causas y conocer mejor el comportamiento y los hábitos de los gorriones con la ayuda de la información que pudieran aportar los ciudadanos.

En Gran Bretaña, que cuenta con una gran tradición ornitológica, la alarma hace años que se dio. La Royal Society for the Protection of the Birds (RSPB) junto con científicos universitarios investigaron el declive de los gorriones, que desaparecían en todas las ciudades: de Bristol a Edimburgo o Dublín.

Para la doctora Kate Vincent, “se trata del más misterioso y complejo declive de una especie en estos últimos años”. Coautora de un estudio realizado durante tres años en la ciudad de Leicester y las aldeas próximas, observó que la población de gorriones disminuyó el 28 por ciento, y aunque se comprobó que los pollos nacían en los nidos, luego no conseguían sobrevivir.

Los ornitólogos británicos sugieren que detrás de todo ello puede estar el tipo de jardinería, pública y privada, que se practica, que acaba con los insectos y con las plantas que servían de alimento y protección a los gorriones. Y lanzan dos advertencias: la primera, que cambios dramáticos en la población de algunas especies, incluso las más comunes, pueden ocurrir en un corto espacio de tiempo. La segunda, que cuando hasta el familiar gorrión está en declive, sirve para comprobar el mal estado ambiental en el que tenemos que vivir.

Todo el conglomerado que vive del medio ambiente en este país, en esta región y en esta ciudad, no dice ni hace nada respecto a la “disminución vertiginosa” del número de gorriones porque ni siquiera se han enterado. No es un problema de dinero ni de medios, sino de desinterés y falta de sensibilidad. Lo de siempre y como siempre.