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Grandes planificadores del urbanismo gijonés.

Por Julio A. Suárez.

 

 

 

Cuando allá por finales de los años setenta (del siglo pasado, cabe puntualizar) todos, o casi, formábamos en las distintas filas del rojerío, se celebraron unas elecciones municipales, largo tiempo reclamadas, que auparon a concejalías y alcaldías a hombres y mujeres de muchos ideales tiernamente adscritos al PCE, al PSOE y demás siglas en que se ramificaba aquel rojerío.

Había muchas cosas que hacer en los ayuntamientos de las ciudades y pueblos de España. En Gijón, por hablar de lo que mejor conozco, una de las grandes urgencias era la elaboración de un plan de urbanismo que acabase con un estado de cosas caracterizado por una especulación urbanística sin trabas de ninguna clase y caótica, cuyos resultados a la vista de todos están y seguirán estándolo por los siglos de los siglos, salvo guerra o terremoto.

 

 
Así pensaban en 1981 los que diseñaban el urbanismo de Gijón.
 
 
Pelayo tiene una pesadilla: imagina el Gijón
del año 2000 si las cosas siguieran como
estaban: rascacielos y grandes chimeneas
contaminantes. La gaviota dice:
el sueño de la razón genera monstruos.
 


El caso es que a la hora de elaborar el planeamiento urbanístico para las próximas décadas, una de las grandes dificultades eran las vías de las distintas líneas ferroviarias, incrustadas en la ciudad. Las vías, reforzadas por la autopista, eran un muro que dividía e impedía la comunicación entre barrios limítrofes, que unos cuantos pasos a nivel trataban de salvar.

Abajo vemos, en la foto y en el plano, como estaban las cosas en 1979.

 
 
  Cuando a principios de 1982 se presentó el avance del Plan General de Ordenación Urbana para que "cada ciudadano pueda opinar sin temor a ser puesto en ninguna clase de picota" y se resaltó el carácter esencialmente democrático del mismo (todavía se reivindicaban las consignas del rojerío), se proyectó un "parque lineal" que uniese de forma agradable los barrios obreros del Natahoyo y La Calzada con el centro. También se proponían edificios puente con galerías comerciales que saltasen por encima de las vías y facilitasen la comunicación inter barrios.
 
  Incluso hubo una propuesta, rechazada si no recuerdo mal por el Ministerio de Transportes, que solamente pedía que la nueva estación de cercanías (antigua de Langreo) se levantase unas decenas de metros más al sur, lo cual facilitaría que la calle de Llanes, en función, entonces como ahora, de ronda interior, se pudiera prolongar hasta Mariano Moré, para que su tráfico pudiera utilizar Marqués de San Esteban y/o Rguez. Sampedro para seguir en dirección Jardines de la Reina o hacia El Natahoyo.
 
  El plan se aprobó y las vías quedaron como y donde estaban. Posteriormente, todavía se empeoraron más las cosas al decidir el Ayuntamiento, en época de Areces, cerrar el paso a nivel de Sanz Crespo, tan utilizado desde tiempo inmemorial. Y cerrado sigue. Se creó un nuevo barrio, el que se levantó en los terrenos de la fábrica de Moreda y Astilleros del Cantábrico, y, son las paradojas de la vida, se pusieron más vías, ahora, para el Museo del Ferrocarril. Así que el ciudadano peatón para bajar caminando desde La Calzada o El Natahoyo sigue disponiendo de las mismas estrechas aceras y las mismas ruidosas calles.
 
  A finales de Enero de 1990 se inauguró la estación de RENFE para trenes de largo recorrido, situada a unos seiscientos metros de la de corto recorrido, que también recibe trenes de largo recorrido. ¿Es admisible que en seiscientos metros haya dos estaciones de ferrocarril? Y entonces nadie soñaba con el ahora famoso metrotrén, que ya veremos en que parará. Porque, ¿por dónde van a meter el AVE a Gijón? Tampoco se pueden dejar de citar los evidentes intereses de las grandes empresas de autobuses, y de una de ellas en particular, por alejar las estaciones de su competidor, el ferrocarril, lo más posible del centro de las ciudades.
 
  Y ahora, en la primera década del siglo XXI, los ex destacados miembros del rojerío, metidos de lleno en la vieja/nueva charca del capitalismo salvaje y sin escrúpulos, valgan las redundancias, retornan a repetir a mayor escala lo que ya se hizo en los años sesenta, solamente que ahora con gabinetes de comunicación, plotter y arquitectos de relumbrón.
Vivir para ver: pues vean como la pesadilla de aquel Pelayo de 1982 se puede hacer realidad en 2008.