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Grecia... ¿y después qué?


Por Caleb Irri.
legrandsoir.info



Grecia se encontraba al borde del precipicio: ahora acaba de dar un gran salto hacia delante. Me pregunto incluso si no la empujaría alguien. Porque, en definitiva, esta crisis (que, por otra parte, se termina...) va a servir también para arreglar las cuentas de algunos. Este cálculo no puede dejarse a los economistas, y los hombres tienen salidas para todo. Lo que se está jugando en este momento no es la quiebra de Grecia y, menos aún, el poner al capitalismo bajo vigilancia. En realidad, es toda la geopolítica la que se está transformando actualmente y va a ser el mundo entero el que sufra las consecuencias.

Por supuesto que Europa va a tener que pagar, igual que Alemania, quiera o no quiera. De todas formas, están obligados, y, más aún, enseguida habrá otros casos más. El verdadero problema estriba en saber si les devolverán el dinero prestado. Por mi parte, les garantizo que no, porque todo este pequeño tinglado está bien pensado. Los Estados Unidos, que consiguieron la fabulosa hazaña de meternos con ellos en la tormenta, están a un paso de volver a echarle la mano encima a Europa jugando sutilmente la partida: la víspera de la petición de socorro de Grecia, el presidente americano anunció su voluntad intangible de controlar las finanzas.

Después de haber desatado el pánico por las prácticas injustas y escandalosas que muchos ya denunciaban bastante antes de que se produjera la crisis, los gobernantes de todos los colores encontraron más juicioso endeudar a los contribuyentes por varias generaciones que castigar a los culpables. Los bancos, salvados de esa forma con pocos gastos para ellos, enseguida reanudaron sus pequeñas costumbres habituales, tomándose el cuidado de esconder en el fondo del armario el resto de sus activos “podridos”, es decir, prestando menos, porque la realidad de sus fondos propios debe de ser bastante peor de lo que nos imaginamos...

Y por eso mismo era por lo que hacía ya mucho tiempo que la Bolsa subía, llevada por el viento, hasta que un día llegara lo peor. Pero para evitar mostrar a los pueblos el inmenso vacío que separa la realidad económica de la ilusión de los mercados, que debe corresponderse, poco más o menos, con lo que los ricos se meten en el bolsillo, se prefirió contemporizar.

Pero los estados, que han ganado, digámoslo así, dinero con sus préstamos a los bancos, se encontraron con las consecuencias de la sequía de créditos, que es lo que hace consumir y, por lo tanto, producir. Una tasa de desempleo disparada y el riesgo de ver su poder puesto en entredicho. Sus déficits eran ya abismales y ya no podían permitirse, a su vez, pedirles ellos dinero prestado a los bancos, porque ambos saben en qué situación se encuentran ambos. La solución más simple, más que pedirles a los bancos una ayuda que no pueden ofrecer, consiste en pedir, más bien exigir, al pueblo un nuevo sacrificio: el de recortar sus salarios, sus ayudas sociales, sus pensiones, su sanidad...

Durante este tiempo, los Estados Unidos, por intermedio del FMI, estarán en condiciones de tomar el control efectivo del destino de los estados que haya caído bajo su dependencia; en competencia con China, que quiere también su parte del pastel. La paradójica situación en que se encuentra sumergida la relación chino-americana es digna de una guerra fría económica, ya que el primero de los dos que abandone al otro, provocará el hundimiento de los dos gigantes. De este modo, los americanos van a tratar de unirse con Europa, del mismo modo que los chinos lo hacen con Africa.

El principio de esta alianza es la compra implícita de estados que, una vez al borde de la quiebra, vendrán a mendigar a los Estados Unidos su ayuda, y se la concederán bajo condiciones oficiales y oficiosas: las oficiales serán la nacionalización de la banca para poder poner sus cuentas en orden, la creación de una moneda única y la imposición de medidas drásticas al pueblo, según la ley del más fuerte que el más rico impone al más pobre. Este tipo de tutela económica dará lugar a unas asociaciones específicas que permita a Estados Unidos aumentar su peso en la balanza y exigir a sus esbirros poco menos que lo que le de la gana. Las condiciones oficiosas serán las que conciernan a las alianzas militares, llegado el momento en que...

Cogidos entre dos fuegos, los gobiernos no podrán hacer otra cosa que someterse y hacer pagar a los pueblos el precio de su incuria. Para permanecer en su lugar, lo más alto posible en la nueva jerarquía diseñada de esta manera, (los últimos que recibirán ayudas serán los más gordos) se les obligará a ir hasta el final y a respetar sus compromisos cueste lo que cueste. La regulación no cambiará nada, porque todos los poderes estarán concentrados en muy pocas manos, todavía menos que ahora. ¿Quién saldrá beneficiado? La regulación es el fin del equilibrio inestable de los dos gigantes: China y los Estados Unidos.

Entonces, cuando se hayan repartido todos los naipes de una parte y de la otra, no quedarán más que dos soluciones a los dos gigantes confrontados mientras ven crecer su fuerza: la guerra o la instauración de otro sistema diferente al capitalismo. En favor de la guerra, que se conocen bien sus virtudes económicas, y no hay mucho más que decir. En cuanto a la otra solución, se trata sencillamente del fin del capitalismo. La única cuestión es saber si los chinos se aliaran con los Estados Unidos o les harán primero la guerra.

Pero sería totalmente factible para los dos países ponerse de acuerdo para repartirse el mundo entre ellos. Si para el régimen chino un mundo sin capitalismo lo pueden adoptar rápidamente, es posible que para los Estados Unidos y sus aliados sea más difícil. Pero para ellos el riesgo vale la pena, incluso si esa transformación hubiera que hacerla con sangre; tendrían que resignarse: sería el precio de mantenerse en el poder.

Y cuando estemos en esa fase, el problema de Grecia nos parecerá bastante menos importante...