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Adelantar el reloj dos horas (o más).

Por Julio A. Suárez.



Ya se sabe que a los gobiernos, y a las autoridades en general, les cuesta tomar decisiones, sobre todo si son innovadoras. Pues los que mandan no dejan de ser la cúspide de una gigantesca burocracia, y nada más conservador que un buen burócrata.

El llamado horario de verano, salvando la inexactitud del nombre, ha sido una medida muy acertada que ha permitido ahorrar enormes cantidades de energía y evitado la emisión a la atmósfera de billones y billones de toneladas de gases causantes del efecto invernadero. Todo ello sin ningún coste adicional. No en vano, según un estudio que se publicará en el próximo número de la prestigiosa revista científica americana, The Chorrated Monitor, la implantación del horario de verano ocupa el segundo lugar en la lista de cien inventos o innovaciones que más han contribuido a salvaguardar el medio ambiente. El primer lugar se le adjudica a la bicicleta y el tercero al sofá.

¿Por qué no adelantamos el reloj dos horas en vez de solamente una? Si el gobierno y las autoridades europeas no fuesen tan timoratos, hace tiempo que habrían adoptado esta medida que tantas repercusiones positivas conlleva. Es fácil comprender que con ese nuevo horario el ahorro energético se duplicaría. Pero no todo consiste en pensar en términos de eficacia y aprovechamiento, también hay que considerar en primer término la calidad de vida de los ciudadanos.

Hoy en día, lo que está en el centro de los debates de los equipos científicos que investigan sobre estos temas es la definitiva separación entre horario y ciclo solar. Hace ya tiempo que la actividad económica no precisa para su desenvolvimiento cotidiano de la luz solar. De igual modo, el Sol cada vez aparece más ligado a las actividades placenteras del ser humano. Es en ese sentido en el que se pretende romper la rigidez del actual sistema horario.

Mientras llegan los chips de implantación cerebral, las propuestas que se hacen son las de manejar el sistema horario como una herramienta más que sirva para facilitar tanto la actividad laboral de las personas como para garantizar un mayor nivel de bienestar y disfrute del ocio. Las innovaciones tecnológicas recientes permiten a los gobiernos determinar los cambios horarios que estimen más convenientes y todos los ciudadanos con el sencillo gesto de pulsar “aceptar” en sus ordenadores y teléfonos móviles verían actualizarse todos sus aparatos de medición horaria.

Fines de semana más largos y placenteros se podrían conseguir simplemente adelantando el reloj tres horas en la tarde-noche del jueves y retrasándolo dos o tres en la madrugada del lunes. Es una revolución la que se avecina. No están lejos los días en que esa pérdida de tiempo que es el dormir se transmute en una ganancia en actividad. A nivel económico, habrá un antes y un después. Piénsese en las grandiosas ventajas de un horario mundial único con todas las bolsas abriendo a la misma hora o las retransmisiones deportivas en directo en wpt (world prime time): ¡el horario al servicio del pueblo!, ¿o no?