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Impunidad e incompetencia.

Por Carmelo de Samalea.



En las elecciones generales de 1982, el PSOE concurrió a las mismas con el eslogan: Por el cambio. El Partido Socialista siempre contó con un poderoso y habilidoso aparato de propaganda, de propaganda electoral.

Fue José Oneto el que en una entrevista a Felipe González en TVE le preguntó que qué era “el cambio”. El astuto González no tardó un segundo en responder que “el cambio” era que “España funcione, que sea gobernada y que haya una Administración al servicio del ciudadano”. ¡Y con en eso se ilusionaron más de diez millones de españoles!

Más de veinticinco años después, podría preguntarse uno: ¿funciona España? Pero al hacer esa pregunta estaríamos cayendo de lleno en la trampa tendida por un eslogan habilidoso y la astucia de la frase de un político marrullero.

No es esa la cuestión; ni ahora, ni entonces, ni antes, ni después. La pregunta que se debería plantear es esta otra: ¿cómo funciona España? Habrá muchos que digan que bien; otros, que mal, y otros, que regular, según las experiencias de cada cual.

Nada de eso tiene más interés que la mera curiosidad. Si se fuera a hacer una estadística, manejaríamos y expondríamos los datos para que los menos avisados sacasen una conclusión falsa, que por eso se dice lo de que hay “mentiras, grandes mentiras y estadísticas”.

Cuando subimos a un ascensor y marcamos el piso al que vamos, no nos vale, y no aceptamos, que nos deje un metro antes o un metro después, porque quedaríamos dentro sin poder salir. Y tampoco cogemos el ascensor pensando en que se vaya a parar y se estropee. Y lo mismo se podría decir del resto de cosas y actividades, desde el coche a la barra de pan; de forma que todo lo que nos rodea y es parte de nuestra vida cotidiana está hecho para funcionar bien de manera permanente y satisfactoria. Es decir, que para que se pueda afirmar que un aparato o una institución funcionan tiene que hacerlo con una fiabilidad absoluta, acorde a los conocimientos y tecnología disponibles.

¿Cómo funciona España? Si en un zapping imposible pudiéramos pasar revista ministerio por ministerio, consejería por consejería y concejalía por concejalía veríamos que no hay ni fiabilidad ni continuidad, y que tampoco se ofrece lo que los conocimientos y tecnología disponibles permiten esperar.

Situaciones inadmisibles como las del barrio de El Carmelo o las cercanías en Barcelona, las veinte mil viviendas ilegales de Marbella, el crimen de los niños Mari Luz y Borja Solar, el desastre sanitario, el fracaso escolar, las depuradoras que no funcionan, la autopista colapsada por falta de cobradores… hasta llegar al semáforo mal regulado que provoca atascos y contaminación. Son la punta del iceberg formado por la incompetencia y la impunidad.

Si los políticos, de ministro para abajo, no dimiten pase lo que pase, y ahí están el señor Acebes o la consejera asturiana Belén Fernández para demostrarlo, ¿cómo van a hacerlo los ingenieros, jueces, médicos, directores y demás inutilidades? ¿Quién se lo va a exigir? ¿Quién les va a obligar?

Suele el incompetente dedicar gran parte de su tiempo y parece tener especiales habilidades para realizar favores y tramar alianzas que le aseguren la impunidad. Incompetencia, impunidad y corrupción. ¿Qué puede hacer el ciudadano?: ¿denunciar a un juez ante otro juez?, ¿a un médico ante otro médico?, ¿buscar un periodista que le escuche?, ¿acudir al muro de las lamentaciones de los defensores del pueblo?, ¿poner un anuncio en Bruselas?

Acabar con la impunidad es el primer paso para iniciar la depuración de la incompetencia que reina en España: veinticinco años de retraso y padecimiento.