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Aniversario del nacimiento de Lenin.

 

Por Domenico Losurdo.
legransoir.info.

 

 

El 22 de Abril de 2010 fue hizo 140 años del nacimiento de Lenin. Se debe al diario alemán Junge Welt la solemne llamada de atención sobre esta fecha a la que yo mismo contribuí con un artículo que reproduje en mi blog. Pero ya que a la ideología dominante (incluso la de “izquierda”) le gusta oponer a un Ghandi campeón de la no violencia frente a un Lenin consagrado al culto a la violencia, someto a la consideración del lector dos pequeñas páginas de mi último libro que demuestran que las cosas son de forma radicalmente diferente. Con ocasión del primer conflicto mundial, Ghandi se jactaba de ser “el reclutador jefe” al servicio del ejército británico y celebraba la virtud de la vida militar. ¿Cuál fue, por contra, la actitud asumida por el gran revolucionario ruso?

Al estallar la guerra, es cierto que partiendo de posiciones bastante diferentes, Lenin rindió homenaje a los grupos del “pacifismo inglés” y, en particular, a E. D. Morel, “un burgués excepcionalmente honesto y lleno de coraje”, miembro de la Asociación contra la conscripción, y autor de un ensayo en el que se desenmascara la ideología “democrática” de la guerra que blandía el gobierno británico. En ese momento, el dirigente bolchevique mostraba bastante más próximo al pacifismo que Ghandi, situado en unas posiciones antitéticas.

Obligado a levantar acta de lo que, a pesar de las propuestas del pacifismo combativo de la víspera de la guerra, y que incluso el movimiento socialista acabó en gran parte por acomodarse a la carnicería y a la llamada a la sagrada unión patriótica para legitimarla, Lenin nota con asombro el “inmenso desarrollo”, “la inmensa crisis provocada por la guerra mundial en el socialismo europeo” y expresa una “profunda amargura” por la “bacanal de chovinismo” que hace furor a pesar de todo. Sí, “el desarrollo fue grande” entre los que veían en la Segunda Internacional una luz contra el odio chovinista y el furor belicista. En ese sentido, “lo más entristecedor de la crisis actual es la victoria del nacionalismo burgués”, es la actitud de sumisión al baño de sangre; sí, “más que los horrores de la guerra”, más incluso que la “carnicería”, lo que más dolorosamente se siente son “los horrores de la traición perpetrada por los jefes del socialismo contemporáneo” que, renovando sus compromisos suscritos anteriormente, contribuyen activamente a la legitimación de la violencia guerrera, a la vuelta a la barbarie cultural general y al envenenamiento de los espíritus. “El imperialismo ha manejado los destinos de la civilización europea”, y lo ha podido hacer sirviéndose de la complicidad de los que estaban llamados a hacer valer las razones de la paz y de la cohabitación entre los pueblos.

Para confirmar su análisis, Lenin cita “in extenso” la declaración difundida por los círculos cristianos de Zurich, los cuales expresan su consternación frente a la ola chovinista y belicista que no encuentra ningún obstáculo: “Incluso la grande, internacional de la clase obrera (...) se extermina recíprocamente en los campos de batalla”. Cinco años antes, en 1909, en oposición a la “bancarrota” del “ideal del imperialismo” belicista, Kautsky había celebrado “la inmensa superioridad moral” del proletariado (y del movimiento socialista), el cual “odia la guerra con todas sus fuerzas” y “hará todo lo posible para impedir que las pasiones militaristas ganen terreno”. Este precioso capital de “superioridad moral” se comprueba en el presente vergonzosamente disipado. Si, en su primera fase al menos, la guerra y la participación en la guerra se configuran, en el marco de una ideología a la cual incluso el primer Ghandi no es extraño, como una especie de “plenitudo temporum” en el plano moral (por el esfuerzo espiritual y la fusión comunitaria que comportan), a los ojos de Lenin el estallido del conflicto fraticida (que lacera también a la propia clase obrera) aparece, por contra, como algo parecido a la “época de la culpabilidad realizada”: utilizo aquí la expresión que Lukacs toma de Fichte en 1916, mientras que está siendo desgarrado por un profundo trabajo destinado a terminar concluyendo, sobre la ola de protestas contra la inmensa carnicería, en su adhesión a la Revolución de Octubre. Evidentemente, el revolucionario ruso es demasiado laico para haber recurrido a un lenguaje teológico. Y, por tanto, la sustancia no cambia: más allá de la indignación política, el estallido de la guerra le provoca una consternación moral.

La esperanza, moral antes incluso que política, parece renacer gracias a un fenómeno que podría tal vez agarrotar la máquina infernal de la violencia: es la “fraternización entre soldados de naciones beligerantes, hasta en las trincheras”. Esta novedad, profundizó, sin embargo, la división del movimiento socialista, que ya se había puesto de manifiesto al estallar la guerra. Es cierto que exigían la paz. Al “programa de la continuación de la carnicería” formulado por el gobierno provisional ruso, del cual forman parte los “ex socialistas”, Lenin responde: “La fraternización en un frente puede convertirse en la fraternización en todos los frentes. El armisticio de hecho en un frente puede y debe convertirse en el armisticio en todos los frentes”.

Ciertamente, la fraternización constituye para los bolcheviques un momento esencial de la estrategia que trata de derribar el sistema social responsable de la masacre y, por lo tanto, la transformación de la guerra en revolución. Pero este capítulo se hizo inevitable por las “órdenes draconianas” con las cuales los dos bandos afrontaban la fraternización. Y es un capítulo que, desde los comienzos del gigantesco conflicto, fue imaginado y en cierta medida invocado también por los círculos cristianos suizos que Lenin opone positivamente a los socialistas convertidos a las razones del chovinismo y de la guerra. El revolucionario ruso llama particularmente la atención sobre lo siguiente:

“Si la miseria se vuelve demasiado grande, si la desesperación gana las alturas, si el hermano reconoce a su hermano bajo el uniforme enemigo, quizás hechos totalmente inesperados se produzcan, quizás las armas se volverán contra los que incitan a la guerra, quizás los pueblos, a los cuales se les impuso el odio, repentinamente lo olvidarán y se unirán.”

No parece que Ghandi se haya ocupado de este fenómeno de la fraternización, como se comprueba, en contraste, con su compromiso para reclutar soldados y carne de cañón para el gobierno de Londres.