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Mandela, terrorista; Mandiba, dios del estadio.


Por Théophraste R.
Legrandsoir.info


Detenido en 1962 por el Gobierno racista sudafricano, condenado a trabajos forzados, Nelson Mandela, alias “Madiba”, se pudrió hasta 1990 en una prisión de la que no habría salido, como él mismo dijo, sin la batalla militar de Cuito Cuanavale en enero de 1988. Este Dien Bien Fu del Ejército sudafricano, enfrentado a las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola llevadas apoyadas por 5.000 soldados de élite cubanos, fue organizado desde La Habana por Fidel Castro en persona, torero que da la espalda un momento al toro yanqui para avanzar hacia una África que está bajo la bota del apartheid.

El 26 de julio de 1991, en su primer viaje al extranjero, el presidente sudafricano Nelson Mandela no eligió aterrizar en París o Londres o Madrid, ciertamente no en Washington (había sido detenido gracias a información proporcionada por la CIA), ni menos aún en Tel-Aviv (Israel apoyó hasta el final el apartheid. Ver a http://www.legrandsoir.in fo/Israel-…), sino en La Habana para pagar su deuda de hombre libre. Mandela dijo entonces: “En la Historia de África, no existe otro caso de un pueblo que se haya alzado en defensa del uno de nosotros”.

Insurrecto, comunista, “terrorista”, negro, antiguo preso, amigo de Cuba..., los acumula todos. Sin un drama familiar de última hora, estaba previsto que Madiba estuviera presente en la ceremonia inaugural del Campeonato, el 11 de junio de 2010 en el estadio de Soccer City, en Soweto. Tanto se le esperaba que cuando su imagen apareció sobre una pantalla gigante en la ceremonia de apertura del Mundial estalló una inmensa ovación, como la víspera, cuando el Premio Nobel Desmond Tutu pronunció su nombre delante de una muchedumbre llena de alegría.

Por un incomprensible misterio, el Presidente Sarkozy, demócrata de nacimiento, respetuoso del orden, de la libertad (comercial), amigo de los EE.UU, que nunca estuvo encerrado (excepto un poco en el Fouquet' s y en el yate de Bolloré) no puede aparecer en un estadio sin tener que aguantar la afrenta de una inmensa bronca.

Nuestros periodistas, que hacen la opinión y deshacen verdad, están sobre la cuerda floja entre la obligación de mostrar a nuestro presidente en el estadio (“vean ustedes, se interesa por el deporte, como usted, Sr. López.”) y la de hacerlo lo bastante rápidamente para que 100.000 pulmones no tengan tiempo de llenarse de aire para expulsar su menosprecio.

Así vemos, en los partidos importantes, algunas imágenes fugaces (¿3 segundos?) y no comentadas de Nicolas Sarkozy en las tribunas. Nadie sabe cómo llegó (¿con burka? ¿En medio de un bosque de guardaespaldas de gran estatura?), ni se sabrá tampoco cómo (ni cuándo) se marchó.