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Memoria histórica de la Constitución de 1978.

Por Carmelo de Samalea.

No todos los partidos políticos pudieron concurrir a esas elecciones. Los situados a la izquierda del PCE no habían sido legalizados y vivían en una arbitraria semi-clandestinidad; excepto el PSOE, que aunque políticamente estaba a la izquierda del PCE, como tantas veces en la historia contemporánea española, sí estaba legalizado.

El Partido del Trabajo de España, la Organización Revolucionaria de Trabajadores, el Movimiento Comunista o la Liga Comunista Revolucionaria son nombres que acuden a mi memoria. Estos partidos tenían entonces decenas de miles de militantes y simpatizantes, pero no se les permitió participar libremente en las elecciones por no haberlos legalizado el gobierno de Adolfo Suárez.

No obstante, se montaron apresuradas coaliciones electorales y, por ejemplo, el PTE aliado en Cataluña con la también ilegal Esquerra Republicana consiguió más de 140.000 votos y un diputado, Heribert Barrera. El Movimiento Comunista, en la coalición denominada Euskadiko Ezkerra, también consiguió sentar en el congreso a Francisco Letamendía, y en el senado, a José María Bandrés.

Tras las elecciones, cuyo recuento fue dirigido por Martín Villa, se descubrió un pucherazo de más de medio millón de votos, que se solventó con lo que Santiago Carrillo denominó un “pacto de caballeros”. Y no sé si poner signos de exclamación o de interrogación. Además, Su Majestad designó a dedo a 40 senadores, que nos recordaban un mucho a los “40 de Ayete”.

Como es fácil de suponer, las elecciones se celebraron con todo el aparato del estado y todo el aparato propagandístico, desde el NO-DO hasta TVE, pasando por todos los periódicos y revistas, excepto media docena escasa, en manos de gentes del régimen franquista y volcados en apoyar al gobierno de Suárez y a su partido.

Durante la campaña, nadie habló ni de proceso constituyente ni de constitución, pues las elecciones convocadas lo eran para Cortes generales, no para Cortes constituyentes.

En un momento dado, sus señorías, por sí y ante sí, decidieron ponerse a elaborar una constitución. Para ello, se dedicaron a copiar de otras, de la alemana, principalmente. Al final, los cuarenta y tantos artículos de la nueva constitución en los que el chalaneo del consenso había fracasado, los escribieron entre el Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra en las servilletas de papel del mesón en el que se juntaron a cenar para solucionar el tema. Y hasta hoy.