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El
motorista y las listas de ministrales Por Braulio Alvarez.
Mucho antes del e-mail y del mensaje al móvil, cuando nadie podía imaginar el fax y el cartero repartía la correspondencia por pitidos, ya se cesaban y nombraban ministros. El innombrable mantenía el diálogo definitivo con los ministros y con los candidatos a por motorista. En las bulliciosas calles madrileñas o en las silenciosas y recoletas de los pueblos castellanos y de las capitales de provincias: ¡qué emocionante y qué romántico tenía que ser adivinar el ruido de la Sanglas 400 cuando doblaba la esquina y enfilaba la calle, cuando se detenía delante del portal del destinatario! ¿Cómo se nombran y como se cesan hoy a los ministros barra as? ¿Les mandarán un mensaje al correo electrónico notificándoles una u otra cosa? ¿Les llamará una voz anónima para darles el recado de parte del presidente? ¿Será el propio presidente el que personalmente se lo comunicará? ¿Les invitará a la bodeguilla, que ya no sabemos si existe o no, y, en un aparte, les dirá, por ejemplo: querida Cristina es que no te veo ni medio rural, gracias por todo, te voy a poner una fundación? Dos cosas me han parecido mal de José Luis Rodríguez Zapatero en las últimas cien horas: que no haya hecho circular las clásicas listas de ministrables y que haya prescindido del servicio de motoristas. Y es que las listas de ministrables son, eran también otro clásico. Daban mucho juego periodístico haciendo apuestas al pleno al quince con dos reservas. Porque no son solamente tertulianos y demás teclistas los que viven de discernir el azar, están también los profesionales: adivinos, echadores de cartas y demás gentes del esoterismo. Y está la ilusión, como en el cupón de la Once, porque ministros serán quince o diecisiete, pero ministrables pueden ser ciento cincuenta: ¿por qué privar de esa ilusión efímera a los otros ciento treinta y tantos? Zapatero, con su media sonrisa de chico educado y formal, nos ha dejado sin la ilusión de las listas de ministrables arguyendo que primero se lo tenía que decir al rey: ¡qué más le dará al rey que ponga a un ministro barra a o a otra barra o si él no tiene ni que pelear con ellos ni que aguantarlos! ¿Es que va a haber ministros de regatas, de carreras de motos o de cacerías de osos? No, pues entonces al rey seguro que le da igual uno que otra. Y tampoco le importará, creo yo, enterarse por la prensa de ministros y ministrables, como se entera de otras cosas mucho más graves. Y, para finalizar, vuelvo a
lo del motorista. Mandar los ceses y los nombramientos por motorista tendría
que ser otro clásico de obligado cumplimiento. Algo con tanta fuerza
legal como el juramento en Zarzuela y la publicación en el BOE.
El motorista de Presidencia debería de gozar del mismo estatus
que la guardia suiza o la carroza de la reina de Inglaterra y, como tal,
ser sujeto de especial protección. Ese petardeo tan peculiar de
las Sanglas, que parece un redoble de tambores con ritmo marcial; esos
niquelados relucientes como espejos que proyectan el rayo que señala
a los elegidos, esos chaquetones de cuero a medio camino entre centurión
romano y angel del infierno, son, deberían de ser el mínimo
protocolo exigible para comunicar a alguien que va a ser o que ha dejado
de ser ministro del gobierno de España.
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