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Las grandes nevadas de 1888

Por Juan Robles


En este invierno tan seco y templado, huyendo de la vorágine electoral, puede estar bien recordar lo ocurrido durante los meses de Febrero y Marzo de 1888, cuando terribles temporales azotaron la cornisa cantábrica y la nieve se amontonaba, nevada tras nevada, como si anunciara una nueva glaciación. Asturias permaneció incomunicada con Castilla durante más de un mes. Nadie de los nacidos en el país recordaba algo semejante. La región entera se paralizó. En toda Europa sucedió algo parecido y en Suiza se le comparaba con el del invierno de 1870/71.

Cuando aún el temporal no había concluido, el famoso astrónomo francés Camille Flammarion hizo un llamativo cálculo. Partió de la estimación de que todo el territorio francés estuviese cubierto, de media, por una capa de nieve de 20 cms. Su volumen total sería de 105.600 millones de metros cúbicos que equivaldrían a 10.560 millones de metros cúbicos de agua. A pesar de la impresionante cifra, según sus cálculos esa cantidad de agua representaba el 2 por ciento del total anual de las lluvias sobre territorio francés.

Empezó a nevar el día 14 de Febrero y el 25 de Marzo, según la crónica que diariamente enviaba el periodista José Laruelo, de El Carbayón, desde Puente de los Fierros, la nieve alcanzaba en Pajares espesores de entre tres y cuatro metros, y de la Llana del oso al túnel de la Perruca los alambres del telégrafo servían de pasamanos. Entre Busdongo y Villamanín llegó a haber entre tres y cuatro metros de nieve.

A pesar de los esfuerzos realizados, no había manera de conseguir que se restableciesen las comunicaciones. El tren no pasaba de Puente de los Fierros, por la parte Asturiana, y de Pola de Gordón, por la leonesa. La carretera estaba igualmente cerrada y la línea del telégrafo arrancada por los aludes de nieve. El túnel metálico de Camplongo se llenó de nieve y se obstruyó totalmente. Las bocas de muchos túneles estaban cegadas o casi por enormes acumulaciones de nieve y aludes.

Los trabajos para abrir la vía del ferrocarril en la parte asturiana estaban dirigidos por el ingeniero gijonés Rendueles, ingeniero jefe de la División. Se utilizaban las llamadas máquinas exploradoras y todos los empleados de la compañía del ferrocarril del Norte y centenares de hombres de la zona contratados como espaleadores. Poco podían hacer. La continua ventisca y los vientos huracanados obligaban a detener los trabajos por el riesgo de quedar aislados, pues la vía volvía a cerrarse tras ellos. Especialmente peligrosos eran los aludes, que se cobraron varias víctimas y se llevaron por delante casas, cuadras, puentes y a las propias locomotoras.

Cuando, por ejemplo, el día 24 de Marzo se reanudaron los trabajos aprovechando una mejoría atmosférica, la crónica de Laruelo dice que en la vía de Fierros a la Romía hay casi un metro de espesor, que va aumentando hasta alcanzar los dos metros de media. Entre los túneles 15; 14; 13 y 12 los traves o aludes de nieve superan los seis metros de espesor. En la carretera de Pajares había 600 hombres espalando en dirección a la raya.

Como es fácil de suponer, la situación en los concejos del interior se fue haciendo más y más trágica, a pesar de los reiterados auxilios en forma de víveres y ropa que desde Gijón, Oviedo y otros pueblos y villas importantes de la zona costera se empezaron a enviar desde las primeras semanas. El 28 de Marzo el periódico El Comercio publicaba una relación con los nombres de todos los trabajadores de la Fábrica de Vidrios que contribuían con entre una y dos pesetas a la suscripción popular para la reconstrucción de las casas derruidas de Pajares. La suma alcanzada superaba ya las tres mil pesetas. Todos los días aparecían listas semejantes con el nombre de los donantes y el detalle de la donación, en especie o en metálico. Y en las páginas de ese diario aparecían también las cartas de agradecimiento de vecinos de La Frecha, Llanos de Someron, Malvedo y otros pueblos del valle del Huerna. En esas cartas se especificaba los sacos de arroz, el bacalao, las patatas, las sardinas y demás socorros que se enviaban y repartían.

Porque decenas y decenas de casas y cuadras se vinieron abajo en toda la región al no aguantar el peso de la nieve que se amontonaba en los tejados. En Teverga, por ejemplo, el alcalde informaba que habían caído 36 edificios, incluida la casa consistorial, y que llevaban 37 días incomunicados. Los aludes habían hecho imposible que los hombres abrieran a pala la comunicación con Trubia y, durante los deshielos, las crecidas del río se habían llevado por delante puentes y muros de la carretera.

El ganado doméstico: vacas, caballerías, ovejas y cabras se encontraron en una situación muy delicada. No solamente empezaron a escasear pronto los forrajes guardados en los heniles, sino que se hizo muy dificultoso o imposible dar de beber al ganado, pues no podía salir de las cuadras en las que estaba encerrado. En Ponga, donde la última nevada de Marzo había alcanzado ya el día 18 un metro de espesor, trataban de mover el ganado a las caserías altas, donde todavía había hierba en los pajares, pero las dificultades eran enormes. Fueron numerosísimos los pueblos en los que al no tener nada que darle al ganado para comer se empezó a recurrir al grano, maíz principalmente, de las provisiones humanas, por lo que, al persistir el mal tiempo, el peligro de muerte por inanición empezó a amenazar a un número creciente de familias.

¿Qué ocurriría con la fauna salvaje? Es razonable suponer que la mortandad sería enorme. Los ciervos o venados probablemente en esa fecha ya habrían desaparecido de la región, donde no se les volvería a ver hasta su reintroducción en los años cincuenta del siglo veinte. Corzos, rebecos y jabalíes perecerían en grandes cantidades. Los lobos bajaban a las carreteras y merodeaban por los alrededores de los pueblos.