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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   

Levantar baldosas y cambiar farolas en busca de votos. Talar árboles para plantar otros.
Arboles y nutrias

Por Marcelino Laruelo.

 


Se observa en Gijón estas últimas semanas mucho cambio de baldosas y de farolas en perfecto estado por otras nuevas: es que se acercan las elecciones. No falla. Con crisis o sin ella, para eso el Ayuntamiento siempre tiene dinero. Y con la misma mentalidad obtusa e interesada se talan árboles espléndidos y sanos para plantar otros que, si los dejan, tardarán cincuenta años en parecerse a los anteriores.

En las poco más de 260 hectáreas de casco urbano central, limitado al Sur por el eje Marx-Fuente del Real-Quevedo, al Este por Usandizaga-Castilla, y al Norte y al Oeste por la mar, quedan tan pocos árboles adultos que si en Europa hicieran un concurso de deforestación urbana, Gijón se llevaba la “Motosierra de oro” del primer premio.

Porque si en algo nos aventajan en los países europeos es en árboles y en agua. Por todas partes, bosques y ríos, parques de árboles centenarios y estanques, lagos y canales. Generación tras generación, se han dedicado a plantar, cuidar y reforestar. En la cuneta de cualquier carretera francesa hay árboles gigantes para hacer un “Jardín Atlántico”.

En España, en Asturias, lo que se ve son cotollales y hartadales. El nuevo caciquismo electoral del subvencionarismo ha fomentado la incultura del abandono y la cerilla. Nadie planta en las caserías y en las brañas un fresno, un roble, un haya como hacían los antiguos. Como aquel ilustrado solterón de Cimadevilla que amaba los árboles y traía plantones de los viveros reales para embellecer las vías y plazas de su ciudad.

Hasta que llegaron los arboricidas analfabestias. Porque lo de ahora con los chopos de Las Mestas viene de muy atrás. Las avenidas de Pablo Iglesias, Ramón y Cajal y Castilla fueron hermosos bulevares arbolados. Fue un “tribunal” edilicio el que les condenó a la guillotina. El “terror” arborícola alcanzó al parque del Continental y a muchos otros árboles del casco urbano. Les estorbaban para los grandes negocios inmobiliarios de la primera época de la gran corrupción gijonesa.

Volvieron los árboles a las calles de la ciudad después de las elecciones municipales de 1979, cuando todos éramos tan jóvenes y parecíamos tan buenos chavales… Pero llegó la segunda época de la gran corrupción. Entonces, los árboles urbanos se asimilaron a baldosas, farolas, bancos y papeleras. Comenzaba la política “baldosista” de la remodelación permanente, el hoy te pongo y mañana te quito: Begoña, Plazuela San Miguel, El Parchís, avenida de Portugal… ¡Será por perres! Las plazas de la ciudad se convirtieron en garajes subterráneos particulares a los que se les eximió graciosamente de los dos metros de profundidad de tierra vegetal que debían cubrirlos según las normas urbanísticas, para poder plantar árboles, claro.

Mucha exaltación del solterón de la Ilustración, pero también se cargaron los árboles que había plantado delante de su casa, en “Los Poyitos”, y no olvido lo del Campo Valdés. A finales de los ochenta, la guillotina de los enemigos de los árboles se instaló en el Parque de Isabel la Católica y empezó a funcionar de forma la caprichosa, cortándoles el cuello a árboles sanos y vigorosos.

Salta a la vista que el medio centenar de chopos de Las Mestas estaban sanos. Lo mismo dice Fructuoso Pontigo, portavoz de la Coordinadora Ecologista, después de que un ingeniero forestal y un biólogo los hubieran examinado. Que hayan resistido todos los vendavales de los últimos ochenta años lo confirma. La guillotina municipal actuó una vez más por puro trágala.

En Gijón, “Parques y Jardines” no depende de Medio Ambiente, sino de la concejalía de Obras, al igual que los animales de compañía y, supongo, las nutrias. La empresa municipal de la limpieza, o de la basura, es la que se ocupa de los jardines y de la guillotina arbórea. Como diría Groucho: sino le gusta este organigrama, tengo otros…

Durante dos años, los gobernantes de Gijón han permanecido de brazos cruzados viendo como unas nutrias introducidas artificialmente en el río Piles se merendaban a todos los cisnes y demás aves de los estanques del Parque de Isabel la Católica. Dos años sordos a las denuncias y peticiones ciudadanas para salvar un Parque en el que hasta el monumento a Fleming, costeado por suscripción popular, está hecho un desastre. No soy obtusólogo, pero parece preocupante esa celeridad para talar los chopos y esa pasividad para salvar a los cisnes. Ir a tomar vientos a la farola solía ser un buen remedio.