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El parque de Isabel la Católica es una víctima de la incuria municipal, prolongada durante decenios
Espacio público, negocio privado

Por José Antonio R. Canal.

Del 24 al 27 de marzo próximo, tendrá lugar en Gijón el primer campeonato de España de "food trucks", expresión anglicana que significa camiones de comida, para que lo entendamos a la gente corriente. No será la única vez que la villa acoge una competición poco común. Hace más de cincuenta años hubo en la playa carreras de burros (y de burras, puntualización no baladí, porque la mezcla de machos y hembras tuvo efectos indeseados durante la competencia, quizás debido a que se llevó a cabo en época de celo de los cuadrúpedos participantes, la carrera siguiente, en Las Mestas, ya perdió el carácter de mixta).

Lo más llamativo del campeonato de gastronetas, denominación recomendada por algún manual para referirse a los "food trucks", es el escenario elegido. El parque de Isabel la Católica carece de antecedentes en este tipo de manifestaciones, salvo los tinglados que durante unos cuantos años montaba el Centro Gallego, en la zona de eucaliptos pegada a la margen izquierda del Piles, con motivo de la fiesta de Santiago, y la ocupación parcial -sobre todo, como aliviadero de aguas menores, y mayores- durante alguna edición de la Semana Negra. No se ha dado a conocer qué superficie ocupará el campeonato anunciado, pero cuesta poco trabajo imaginar que su celebración irrogará perjuicios al parque.

El parque de Isabel la Católica es una víctima de la incuria municipal, prolongada durante decenios. Sin vigilancia alguna, se ha convertido en territorio franco para perros y bicis. Los juegos infantiles se asientan sobre un suelo infecto y el área de los estanques ha devenido en campo de concentración de cisnes, patos y demás familia, rodeado con alambrada electrificada para proteger a sus inquilinos de la voracidad de las nutrias (¿qué habrá sido de las nutrias depredadoras de aves?, ¿habrán emigrado a otras latitudes más favorables para su merienda diaria? Será cosa de preguntar al ecologista de guardia).

Las esculturas del parque también acusan los efectos de los malos tratos, como en el caso del monumento a Fleming, que sigue degradado con unas pintadas indecentes. El parque, en fin, ha sufrido talas masivas en su arbolado y hasta el intento de ampliación que fue el parque inglés, en la margen derecha del río, quedó jibarizado al perpetrarse el despropósito de asfaltar la mayor parte de su extensión.

No parece buena idea llevar allí el campeonato de "food trucks", y no por las protestas gremiales que ha despertado la decisión municipal en ese sentido, sino porque será dañino para la conservación del parque y, además, constituye un nuevo ejemplo de la creciente querencia empresarial a dedicar el espacio público al negocio privado, como ocurre con la proliferación de mercadillos diversos y la abundancia de terrazas asilvestradas, práctica reprobable que encuentra, sin embargo, la tolerancia, cuando no connivencia complaciente, del concejo.