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Javier Ortiz: otro que se fue sin escribir las memorias.

Por Carmelo de Samalea.

 

 

Podían haber sido unas buenas memorias, no ya por la escritura, arte que dominaba, sino por lo que nos contase. Que no en vano dicen que las memorias más interesantes son las de aquellos que no acuden al confesor para que les absuelva de los pecados y les ponga cada vez el contador de sus hijoputeces a cero.

Javier Ortiz era ateo, supongo, y hasta creo habérselo leído alguna vez, así que después de una vida cargando con los “pecados”, los suyos y los de los demás, hubiera sido de gran alivio, no sé si para él, pienso que sí, pero seguro que para los demás, escribir, mejor que un obituario resultón, unas memorias trascendentes. Pero, como suele ocurrir en este país, pudo más la “omertá” que la Historia. Y eso que estamos en plena era de la llamada “Memoria Histórica”.

Javier Ortiz tenía mucho que contar sobre la extrema izquierda y la clandestinidad bajo el franquismo, sobre el panfletismo universitario y la infumabilidad de los grandes timoneles. Ortiz podría confensarnos cómo aquellos Adanes y aquellas Evas que el conoció tan bien, milicianos/as del comunismo revolucionario, se convirtieron en degenerados y fanáticos guardianes del árbol capitalista del mal. ¡Y qué decir de la prensa, con sus pedrojotas, sus sebastianes y demás ansones y cebrianes! ¡Qué no sabría el, ahora difunto, jefe de opinión y jefe de delegación!

Cuenta el que escribió Automoribundia su queja de la esclavitud del artículo diario en el periódico: “¡Cuántas más obras hubiera escrito si no tuviese que vivir de los artículos!" Pero también confiesa que “solo gracias al periódico vive el escritor, pues los libros son largos de escribir y cortos de venta”. Quizás por ello, Javier Ortiz no pudo poner ese punto y final literario que suele ser la autobiografía y se tuvo que contentar con el breve y periodístico obituario.

Una lástima y una gran pérdida: la muerte y las no memorias.