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Los palestinos, los sefardíes, los mizrahines... y el sionismo.


Por Fethi Gharbi.
legrandsoir.info


Tanya Reinhart subrayaba que desde la ocupación de 1967, los responsables políticos y militares israelíes debatían sobre la mejor manera de conservar el máximo de tierras con el mínimo de árabes en ellas. Israel, en efecto, había conseguido colonizar el Golán, Cisjordania, la Franja de Gaza y Sinaí. El Golán, poco poblado, era una presa fácil para la anexión. De sus 100.000 habitantes, 90% huyeron o fueron expulsados durante la guerra, y las colonias establecidas allí por Israel se levantaron sobre una tierra vaciada de su población. El 14 de diciembre de 1982, el Knesset votó una ley poniendo el Golán bajo la legislación y la administración israelíes, lo que equivalía a una anexión pura y simple que no implicaba ningún riesgo.

Cisjordania y la Franja de Gaza, superpobladas, planteaban y plantean hasta nuestros días un problema diferente: la anexión pura y dura habría transformado a los palestinos que allí viven en ciudadanos israelíes de pleno derecho, lo que habría provocado el tan temido desequilibrio demográfico. Para superar esta dificultad, se elaboraron dos soluciones diferentes.

El primer plan consistía en anexionarse entre el 30 y el 40% de los territorios. El resto se colocaría o bajo soberanía jordana, o en cualquier forma de autodeterminación. En una entrevista en 1983, Rabin declaró: “Afirmo que estamos dispuestos a abandonar alrededor del 65% de Cisjordania y toda la Franja de Gaza”. Este plan representaba la ventaja de hacerse con una buena parte de los territorios ocupados, debilitar la lucha armada y garantizar el equilibrio demográfico. La expulsión en masa, sobre el modelo de 1948, no les parecía ya realizable en vista de la evolución de la opinión pública internacional…

El otro enfoque era el de Sharon y los medios militares. Consistía, en primer lugar, en quebrar la resistencia palestina destruyendo toda forma de organización, toda base de poder, como fue el caso del Líbano en 1982. El segundo aspecto del plan contemplaba la transferencia del mayor número posible de palestinos de los territorios ocupados hacia Jordania, por ejemplo.

Con Oslo, el primer enfoque fue el que parecía triunfar. Rabin era partidario de esta línea. A cambio del compromiso asumido por Arafat de controlar a su pueblo y de garantizar la seguridad de Israel, estaba dispuesto a aceptar que la Autoridad Palestina regulara sus enclaves sobre el principio de la autodeterminación. De ahí, la famosa solución de los dos Estados: un estado-señor y un estado-vasallo, un estado con un pueblo de amos y un estado subcontratante de masas de esclavos.

Desde la llegada de Sharon al poder y hasta hoy, asistimos a una combinación de los dos enfoques. Por una parte, el estado a la cabeza de los bantustanes sigue conviviendo con un poder ejecutivo, privado de todo contenido, transformado en carcelero al servicio del ocupante. Por otro lado, el asesinato de Arafat causó el previsto vacío político. Jerusalén-Este está limpia de su población palestina, mientras que 500.000 colonos invirtieron progresivamente en Cisjordania, rechazando, asfixiando a los palestinos que intentan sobrevivir como pueden sobre el 22% de las tierras que les quedan…, a la espera de lo peor…

El enredo de los dos enfoques tiene el mérito de camuflar la realidad de los hechos: Israel sigue una política de purificación étnica sobre el modelo de 1948, al mismo tiempo que presenta a los ojos del mundo la falsa imagen de dos Estados soberanos. Hay que reconocer que esta gran mentira fue el arma mejor preparada por Israel y las potencias occidentales para liquidar de manera definitiva y sutil la causa palestina. La Autoridad Palestina, sin embargo, no parece aún darse cuenta. Desde 1993, de negociación en negociación, de concesión en concesión, permite a Israel la forma de que continúe con su tarea. Incluso Hamas cayó en la trampa participando en “el poder” y entre matándose con Fatah como por milagro, lo que permitió, entre otras cosas, a los sionistas desentenderse de su responsabilidad de país colonizador.

Queda pues claro que la política israelí no varió ni una coma con relación a 1948 y que sigue siendo fiel a sus “principios”: “Un pueblo sin tierra para una tierra vaciada de su pueblo”. Los dos enfoques sionistas ofrecen en realidad a los palestinos la elección entre la expulsión y los muros del apartheid. Toda la mascarada de este proceso de paz que aún perdura sirve realmente para ratificar los hechos comprobados.

Lo que distingue esta forma de colonialismo, es su frenesí para eliminar físicamente y de manera sistemática el colonizado. Masacres como las de Dir Yassine, Sabra y Chatila, de Jenine y Gaza… no son más que algunos ejemplos de las fatales crisis de locura asesina que jalonaron y jalonarán aún el curso de esta entidad. En cada ocasión, el horror que suscitan a través del mundo se elude rápidamente gracias al enorme aparato de propaganda y a los grandes medios de comunicación occidentales. La depuración étnica se complementa con una especie de eliminación mágica: desde la creación de Israel y durante más de treinta años, las palabras Palestina y palestinos desaparecieron completamente del vocabulario político y mediático de Europa y los Estados Unidos. Como si sólo algunas tribus árabes nómadas, casi prehistóricas, frecuentasen las regiones áridas de esta “tierra sin pueblo”. Aún hoy, los palestinos que permanecen dentro de la línea verde después de la colonización siguen siendo llamados “árabes israelíes”.

Si el mundo se da cada vez más cuenta del trato cruel infligido a los palestinos, no nos viene nunca a la mente que la sociedad israelí, ese modelo perfecto de democracia establecido estupendamente en medio de la crueldad árabe y musulmana, no sea otra cosa que una espacie de unión, de reencuentro y fraternidad, entre las distintas etnias judías que tanto y sufrieron la injusticia de los otros. No, desgraciadamente, los sionistas, mayoritariamente de origen europeo, no quieren verlo así. Fueron ellos quienes sembraron el terror en Palestina desde los años treinta; y siguen siendo ellos los que continúan la obra de Ben Gurion y los que detentan aunque son minoritarios casi todos los poderes. Todo eso, el menosprecio y la persecución que sufrieron los judíos en Europa produjo en algunos de ellos un sentimiento ambivalente de odio y admiración contra sus perseguidores. Se apresuraron a adherirse a la ideología colonial, adoptando su mitología del progreso, sus jerarquías étnicas y epistemológicas. Sus desprecio hacia los no europeos sólo tienen comparación con el odio que tienen ellos mismos de su imagen, de su origen. ¿Si la actitud odiosa y racista respecto a los palestinos puede explicarse como parte de una estrategia colonial, la que soportan los judíos sefardíes y los judíos mizrahim, dos etnias de cultura oriental, puede tener sentido?

Sí, los sionistas se vinculan más con su cultura europea y con la ideología colonial eurocentrada y racista que con su judaísmo.

Los hechos son de una claridad deslumbrante:

El profesor Michel Abitbol, de la Universidad hebraica de Jerusalén, cita en su libro “El Pasado de una discordia”, un artículo del diario Haaretz, fechado en 1949, que habla de los judíos del Norte de África, donde se puede leer: “Raza primitiva e ignorante, sin ninguna espiritualidad, cuyo nivel general apenas es más elevado que el de los árabes, los negros o los bereberes de la región; sin raíz judía muy profunda… Sus residencias son inmundas: se dedican a jugar a las cartas, a la bebida y a la prostitución. Son unos perezosos crónicos y detestan el trabajo manual”.

¡Un discurso con unos tufos muy evocadores! …

Nada menos que en septiembre de 2008, el escritor e investigador Elana Maryles Sztokman publicó un artículo con respecto al sistema educativo en Israel. Dice entre otras cosas:

“… Lo que pasa en la escuela de Beit Ya' acov sólo es otra cosa que una oficialización del racismo. Aquí, la escuela aplica una política que no permite a las muchachas sefardíes estar en la misma clase que de las muchachas askenazis o hassidicas. Tienen profesores diferentes, clases diferentes e incluso horas de recreo diferentes y un cierre entre sus zonas de recreo para garantizar que los dos grupos no se mezclan durante las pausas…”

David Benchetrit, judío sefardí de origen marroquí, realizador de la película “Rouah Kadim - Khronika marokaït” (Viento de Este - Crónica marroquí) cuenta la historia de los judíos sefardíes, de su emigración hacia Israel en los años cincuenta y sesenta hasta nuestros días. Benchetrit levanta un velo cruel sobre los maabarot (campos de tránsito), los niños marroquíes pulverizados con DDT a su llegada en Israel, los motines sefardíes del Wadi Salib y de las manifestaciones de los Panteras Negras israelíes, un movimiento de protesta de los judíos mizrahim.

Comentando su película, David Benchetrit dijo:

“… la mayoría de los sionistas son seres perseguidos por el demonio de la persecución, por la maldición histórica de la Europa oriental: el antisemitismo y el racismo. Este demonio no existe entre los orientales. Su persecución es directamente el fruto del movimiento sionista. Este movimiento quería construir aquí un lugar normal y sano. Pero todo lo que llegó a crear, es un mundo alienado donde todo lo que es diferente está perseguido: palestinos, orientales, haredim y beduinos. Mientras la élite asquenazí dé el tono, este lugar seguirá viviendo en el odio a sí mismo y la esquizofrenia…”

La socióloga judía mizrahim de origen iraquí, Ella Habiba Shohat, afirma ser una árabe judía. En su libro “El sionismo desde el punto de vista de sus víctimas judías” destaca el odio que sienten los sionistas por lo oriental y su impacto en los judíos orientales:

“… Negando el oriente árabe, musulmán y palestino, el sionismo negó también a los judíos orientales quienes, al igual que los palestinos, también fueron expoliados del derecho a la representación…”

Tal y como van las cosas, los sionistas terminarán quizá por deshacerse de los palestinos, pero hay una cosa de la que nunca podrán librarse: ¡del odio que llevan dentro, el odio de sí mismos que aplican sobre los diferentes!

¿A quién le tocará después de los palestinos?

Si los oprimidos pudieran reconocerse en vez de rechazarse, verían que las verdaderas claves están a otra parte. Se darían cuenta de que representan una fuerza extraordinaria: una fuerza moral, la única capaz de erradicar este mal que gangrena Oriente.