Se persigue
justificar la desnaturalización del parque de Isabel la Católica
autorizando tinglados de comer y beber, y de comercio ambulante
Un plan que es un subterfugio
Por
José Antonio Rodríguez Canal.
Este ayuntamiento,
el de Gijón, no deja de sorprender con algunos de sus entretenimientos,
dedicaciones caracterizadas por el rasgo distintivo de que están
de más. Ese parece ser el caso del “nuevo plan de uso y
gestión” del parque de Isabel la Católica, recién
alumbrado en el seno de la gobernación del concejo, un catálogo
de normas de dudosa necesidad del que ayer informaba con detalle EL
COMERCIO. La primera sorpresa radica en la denominación del invento.
Si se trata de un nuevo plan es que hay o hubo alguno anterior, del
que no se ha tenido noticia hasta ahora. Un misterio.
Pero lo más llamativo es el empeño en regular la utilización
de una parte del territorio de la villa cuya definición ya lleva
implícitos sus fines, porque un parque es un espacio con praos,
jardines y árboles dedicado al esparcimiento de los habitantes
de una población, y lo que se puede hacer o no se puede hacer
en un parque ya está determinado por la costumbre, sazonada con
la aplicación del sentido común. Esta realidad hace superflua
mayor parte de la relación de restricciones previstas para el
usuario del parque de Isabel la Católica, que son repetitivas,
porque su observancia es exigible en el conjunto del municipio, no solo
en la superficie verde ribereña del Piles. Es el caso de la prohibición
de liberar animales, práctica también proscrita, como
es lógico, en la calle Corrida, en el barrio de La Calzada y
en todo Gijón. Lo mismo ocurre con la prohibición de acampar
o provocar fuego y la “captura, recolección, alteración
o destrucción de animales o plantas”, actividades asimismo
prohibidas fuera del parque. Como complemento a la extravagancia de
prohibir el juego con inocentes cometas, que el regulador municipal
ve como posible amenaza para la tranquilidad y seguridad del usuario
y de la fauna del parque, la relación de actividades no autorizadas
podría alargarse hasta el infinito, con el veto del uso de lanzallamas
o de fusiles de asalto para combatir la voracidad de las nutrias, además
de la adición del contenido íntegro del Código
Penal.
En cambio, se echa de menos en la lista de reglas publicadas alguna
referencia expresa al tránsito y estancia en el parque de perros
sueltos y ciclistas asilvestrados, a los que no cuesta imaginar con
más potencialidad que las cometas como causantes de intranquilidad
e inseguridad para la gente corriente que acude al parque, y para los
animales avecindados allí.
En el fondo, ese artificioso plan de usos y gestión es un subterfugio.
Su elaboración y puesta en vigor persigue justificar la desnaturalización
del parque de Isabel la Católica con la realización de
actividades de difícil encaje en aquella parte privilegiada de
la villa, como los tinglados de comer y beber, o los de comercio ambulante.
De hecho, la cesión de espacio público para un negocio
privado, y a precio irrisorio para mayor beneficio de los intermediarios
que lo realquilan después con elevadas tarifas. Mientras, el
parque, un valioso patrimonio de Gijón que sigue con la zona
de juegos infantiles en estado impresentable, se degrada de año
en año. Y ya van más de cinco del régimen que empezó
en junio de 2011.