asturiasemanal.es
laboral ecología cultura opinión política etcétera
  inicio
con tacto
   

Parece que los pipiolos se sublevan.

 

Por Carmelo de Samalea.

 

Los vimos llegar en bandadas y revolotear por las calles de las ciudades con sus pretenciosos trajes baratos de híper y sus llamativas corbatas. La oreja, el móvil y la mano formaban un perpetuo tres en uno: el hablador de Rodin, pero sin una idea ni una reflexión propias.

Ingenieros de poco ingenio, licenciados de escasa licencia, los pipiolos y pipiolas presumían más que un ratón encima de un queso: “jóvenes, aunque suficientemente preparados”, les decían con halago los que en realidad pensaban: “jóvenes, estudiados y suficientemente atontolinados”.

Entraron en las grandes empresas, en los bancos, en las eléctricas, en los medios de comunicación... ¡Gracias, Papá! O gracias al tío, o al “cuñao”, o a la mujer de citanito, o al concejal de cementerios, o al abuelo que había hecho la guerra con Franco (o con Belarmino Tomás). O porque pasaban por allí, que de todo hay.

Los pipiolos y las pipiolas entraron en las empresas dispuestos a comerse el mundo con sus currículos falsos y su inglés hablado y escrito, pero sólo cuatrocientas palabras, tanto en la maternal como en la adquirida. A comerse el mundo venían, pero lo que les tocó fue tragarse todos los marrones de cada departamento que les fueron apareciendo en la pantalla del ordenador. Sino muchas entendederas, mostraron, al menos, tener infinitas tragaderas; y como desconocían la ética y renunciaron a tener moral, enseguida les hicieron jefes de algo, aunque fuera de una sección tan imprescindible como la de "clips, grapas y escobillas".

Daba gusto verles y oírles, a ellos y a sus progenitores: ¡qué contentos todos!, ¡qué listo y que trabajador es el niño!, ¡qué inteligente y que mona la niña! ¡Nada de huelgas y nada de sindicatos!, que eso es cosa de obreros y ellos tenían carrera. Fuera de convenio y tomando el café con viejos zorros que les cuadruplicaban el sueldo. Abundaba el mal aliento: es lo que tiene ser un lameculos. Y ellos, los pipiolos y las pipiolas, se veían como unos águilas de todas las especialidades, niños prodigio llamados a triunfar que en pocos años serían directores de esto o de lo otro, se los rifarían, fundarían empresas y se harían millonarios. Como Mario Conde. O más.

Manejaban, cómo no, con su característica desenvoltura también las finanzas: que si el euribor más medio punto, que si la visa a seis meses, que si con la nueva tasación me da para comprarme el tedededeí; el apartamento cada vez valía más y el polvete del fin de semana cada vez sabía a menos; vacaciones en el Caribe, cruceros por el Nilo, mil euros en telecos que van a subir como la espuma en unas semanas; porque el niño y la niña también juegan en la Bolsa; eso sí, los recibos de la luz y el gas del pisito bien domiciliados en la cuenta de mamá.

Los pipiolos y pipiolas, tan listos y espabilados, no se dieron cuenta que les estaban chuleando como a supinos gilipollas. Alguno y alguna, ahora que pintan bastos, empieza a pensar si más que águilas no serán palomos comiendo las migas de pan que con desdén les tiran los viejos capitalistas de siempre: Arcelor-Mittal, Alcoa, Azsa, Thyssen, General Dinamics...

La verdad: ¡Qué lástima, hombre, que los hijos de los rojeras de los sesenta y setenta nos hayan salido tan fachosucas!