Continúan
los vertidos al Cantábrico de las aguas fecales, sin depurar,
de medio Gijón, a través del emisario submarino, roto,
de Peñarrubia
La playa
Por
José Antonio Rodríguez Canal.
Aunque el pronóstico
meteorológico dice que habrá nubes y las temperaturas
no serán altas, de modo que tomar el sol pueda convertirse en
objetivo difícil de alcanzar, y darse un baño en el Cantábrico,
con el agua a menos de 14 grados, en ejercicio poco recomendable, el
calendario municipal marca que con el 1 de mayo llega hoy la fecha prevista
para el comienzo de la temporada de playa de 2017, que durará
hasta el 30 de setiembre.
La playa de Gijón, la playa de San Lorenzo, desde hoy terreno
vedado durante cinco meses para la población canina, se encuentra
en perfecto estado de revista. Su aspecto viene a demostrar, una vez
más, la insostenible ligereza de algunos juicios, los que que
atribuyen a la ampliación portuaria una supuesta pérdida
de arena, fenómeno solo existente en la imaginación de
quienes homologan los efectos coyunturales de la acción constante
de la mar con situaciones definitivas que nunca se han producido. Como
lo ha hecho siempre, la mar, en un permanente vaivén, lleva y
trae la arena, que ahora mismo abunda en toda la extensión de
la playa e incluso hasta un centenar de metros aguas arriba del Piles.
Nada nuevo o que quepa calificar de sorprendente, como puede comprobar
cualquier observador imparcial. Este año se da la ventaja adicional
de que no ha habido grandes riadas, al contrario que en inviernos anteriores,
y la arena ciega el ojo izquierdo del puente de la desembocadura del
río, lo que se traduce en que, a partir de ese punto, el curso
fluvial se ha acercado al Tostaderu, sin perjudicar la utilización
de aquel popular solárium, y coadyuva así a que la superficie
de arena seca en pleamar pueda ser el verano que viene apreciablemente
mayor que en temporadas anteriores, salvo que alguna crecida del Piles
o un temporalazo marítimo modifiquen la situación descrita.
Las condiciones irreprochables en que se encuentra la parte de tierra
de la playa contrasta con la calidad de sus aguas, manifiestamente mejorable.
Pasa el tiempo y continúan los vertidos al Cantábrico
de las aguas fecales, sin depurar, de medio Gijón, a través
del emisario submarino, roto, de Peñarrubia. Los efectos dañinos
de esta anomalía pueden contemplarse con frecuencia a vista de
pájaro desde el mirador del parque de La Providencia. Y la mar,
con sus corrientes, se encarga de que los resultados de esos vertidos
no sean solo visuales, sino que en pleno verano los convierte en tangibles
para los bañistas. A empeorar la situación contribuye
de forma inveterada el Piles, receptor en su cauce, desde Vega hasta
la desembocadura, de numerosos vertidos ilegales, que en ocasiones,
con la seca, lo transforman en un gran colector de alcantarillado donde
solo sobreviven los muiles. El saneamiento total del río, he
ahí otra tarea pendiente e imprescindible complemento de la depuración
de las aguas residuales de la zona oriental del municipio. Mientras
los tribunos municipales, y de más allá, de todos los
colores políticos, se ocupan en banalidades, en el agua de la
playa, el más valioso patrimonio del Gijón con vocación
turística y elemento básico para el ocio de los gijoneses,
eso es lo que hay. Mierda.