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Elecciones presidenciales.


Por Carmelo de Samalea.


El régimen instaurado en España de forma no democrática tras la muerte de Franco sigue su evolución y sus propias contradicciones se hacen cada vez más patentes y más graves. Y también en la nueva restauración monárquica el turno de partidos, que de conveniencia se había hecho necesidad, hace rechinar los debilitados ejes del mecanismo electoral.

Cualquier observador medianamente informado habrá de reconocer que se ha dado un paso más en la centralización del sistema de partidos. El simulacro de las candidaturas y de los candidatos provinciales a diputados en Cortes ha sido borrado de un plumazo y los dos jefes de los dos partidos del turno gubernamental han dejado meridianamente claro que son ellos dos los que mandan, los que deciden y los que nombran. Es entre ellos dos entre quien se elige.

La contradicción viene de que esto no son unas elecciones presidenciales y de que en España, los españoles, y los que quieren dejar de serlo, no pueden votar al presidente del país. Por otra parte, la necesidad de arrancar un puñado de votos a los indecisos en unas elecciones que se presumen muy ajustadas, fue lo que motivó la puesta en escena con inusitado aparato mediático de estos cara a cara entre Zapatero y Rajoy. Pero, al mismo tiempo, ha hecho más evidente que nunca que los candidatos a diputados de las listas del PSOE y del PP en las distintas provincias son meros figurantes designados por los comités ejecutivos de ambos partidos y a las únicas órdenes de los mismos, por lo que ni representan al pueblo ni dependen del voto del pueblo.

Más aún, tras el reparto de poder según los resultados de este plebiscito encubierto se decide la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Desde el estatuto de Cataluña hasta el matrimonio homosexual, toda una serie de recursos presentados por el PP contra importantes leyes están pendientes de resolución. El que gane, controlará todos los resortes del poder.

Tampoco ayuda al régimen ni la creciente tensión e inestabilidad mundial ni los previsibles efectos de una crisis económica aplazada hasta después de la votación. Y, como decía Pi y Margall: las revoluciones, las verdaderas revoluciones, las trae, más que la voluntad de los hombres, el curso de los acontecimientos. Esperemos vivir para ver la elección del presidente de la nación mediante el voto de cada ciudadano igual que la del diputado por cada distrito, y la separación e independencia de los cuatro poderes: ejecutivo, legislativo, judicial y mediático. Sería la base a partir de la cual el ciudadano incrementaría su influencia y poder más allá de la elemental participación actual en esa macroencuesta a escala nacional.